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Oscar, Embajador del baloncesto

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Oscar lanzó un triple, uno de los miles y miles que anotó. Fue un descuido de Scottie Pippen, su marcador. Vuelve a recibir el balón y viendo que la marca es un poco más fuerte, prueba a lanzar desde más de siete metros, puesto que a sus 38 años, el cuerpo no le daba para irse de nadie. Vuelve a anotarlo. Siguiente ataque: Pippen espera ya más allá de los siete metros. Oscar, un paso más atrás, al filo de los ocho metros, vuelve a lanzar y vuelve a anotar. La cara de incredulidad del gran Scottie, no tenía precio. A partir de ahí, hubo defensa intensa y Oscar no pudo seguir con su serie. Pero ver a un tipo de esa edad, recibir y tirar, cada vez un paso más atrás, como si fuera un concurso, es de fábula. Oscar Bezerra Schmidt era de fábula jugando.

Él siempre fue un tipo que al despedirse de Valladolid, a la ilustre edad de 37 años, tenía pánico a su retirada del baloncesto profesional. "Mi mujer me va a echar de casa, porque no sé hacer nada. Sólo jugar a baloncesto". Y estuvo ‘dándole’ hasta el 2003. Un fenómeno. Ver anotar a Oscar era como algo normal. Recuerdo que TVE montó un musical con todos los puntos que endosó a China, en los Juegos Olímpicos de Seúl, en la segunda jornada de competición. Anotó 44. Pero no era ningún asombro. Era algo tan natural. Cinco días después, a la selección Española, 55 puntos, que era y sigue siendo el récord de anotación individual en un partido de Juegos Olímpicos. Ganamos el partido, eso sí, 118-110 (no crean, que no hubo ninguna prórroga). Y teníamos muy claro lo que Oscar iba a hacer. Como lo tuvimos cuando el Real Madrid se enfrentó al Snaidero Caserta en la famosa final de la Recopa de 1989, yéndose a los 44. Lo que no suponíamos es que Petrovic se fuese a los 62 puntos. Pero es que Oscar era así.

Sus evoluciones sobre una pista, digamos que eran de modo videojuego. Él botaba con parsimonia, corría con parsimonia y tiraba con parsimonia. Y las metía todas, claro. Como en un videojuego. Reboteaba sin saltar mucho, por pura posición -eso sí, reboteaba mucho más de lo que la gente pueda pensar-, lanzaba ganchos en poste bajo…es de esa clase de tipos que seguro que probaba algo nuevo en el entrenamiento, y le salía.

En España lo seguimos con interés, porque cuando algo escuece, aquel mal que aflige el escozor, se tiende a seguirle, como acto masoquista inherente al ser humano. En el Mundial de España de 1986, algo preparado para poder llegar entre los grandes, al podium y a partir de ahí, el cielo era nuestro límite, este tipo de 2.04 de estatura, junto a sus ilustres compañeros que llegaron a componer la mejor generación de jugadores de la historia del baloncesto canarinho (los hermanos De Souza, Marcel y Maury, Israel Machado, Gerson Victalino, Serginho Guerra, Paulinho Vilas Boas…), nos dejaron fuera de la lucha por las medallas en una funesta tarde en Zaragoza. Y desde aquel partido, parecía que les poníamos a prueba para decir "claro, es que son muy buenos" y quitarnos malestar en nuestras conciencias hasta las semifinales. Aquello fue duro, pero Oscar fue archiconocido en este país a partir de entonces.

Decir aquí los números de Oscar, ¿qué quieren que les diga?, da pereza. Sí, lo confieso. Son tantos, que da pereza. Él vio cómo sus colegas de generación fueron envejeciendo…menos él. Y tuvo que empezar a sonreír a una nueva, que no eran ni de lejos, sus coetáneos. Ni Rolando Ferreira, ni Josuel Dos Santos, ni Rogerio Klafke, se les acercaban. Y aunque siguió a lo suyo, las metas deportivas ya no fueron las mismas. Como veréis, me baso mucho en su carrera con la selección. Primero, porque tan sólo en unas cuantas ocasiones frente al Barcelona y alguna frente a Estudiantes y Real Madrid, pudimos verle con su club amado club de Caserta. Y segundo, porque gracias al amor por la elástica de su nación, pudo alargar su carrera en Europa y en la Selección. New Jersey Nets tuvo verdadero interés en contratarlo en el verano del 84. Sin embargo, aquel condicionante de renunciar a jugar en el Equipo Nacional cuando uno disputaba la NBA (normativa FIBA de entonces), le hizo rechazar cuantas ofertas tuvo de la mejor liga del mundo.

En Valladolid, los de allí, nos pueden hablar de su humanidad, compañerismo y humildad. De momento, ya retirado, tuvimos la suerte de disfrutarlo en "Tirando a Fallar" (pincha aquí para leer o escuchar la entrevista). Siempre optimista, obviando casi por completo sus problemas de salud, lo que se le ocurre decir es que hoy día seguiría metiendo los mismos puntos. ¡Qué fenómeno! Su esposa no tiene por qué preocuparse. Su sonrisa y su mito, son el mejor embajador de nuestro deporte, predicándolo por todos los rincones del mundo. Al menos, le hará para no estar en casa.

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Antonio Rodríguez en twitter: @tonystorygnba

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