Olympiakos, dominadores de Europa
Haciendo el artículo de "Que nos vamos a Estambul, chim-pum" para Cuadernos de basket, sobre la travesía de Estudiantes en aquella mágica temporada 91-92, recuerdo dos declaraciones de sus protagonistas, en las que me basé para hacer cierta afirmación en el programa radiofónico del pasado sábado. Pedro Rodríguez recordaba que en el primer partido que pierden en Zaragoza, en la decimotercera jornada de liga, no hacían más que tirar triples y triples, incluso jugadores no habituales, para remontar la desventaja cercana a los 20 puntos. No les entraba en la cabeza que pudiesen perder, puesto que no lo habían hecho hasta entonces. “Y de dos en dos no nos daba tiempo”. Miguel Ángel Martín confesaba que tras ganar las semifinales de la Copa del Rey al Montigalá Joventut, “tenía seguro que íbamos a ganar la final. No sé por qué, pero estaba seguro”.
Fábulas así que acaben mal, ha habido miles y miles en la historia del deporte. Sin embargo, a veces es cuestión de pálpitos. Y el mío, ante la inminente final continental entre el Real Madrid y el Olympiakos, me decía que los griegos no creían que pudiesen perder. Ni lo imaginaban, ni lo concebían. Es que no entraba en sus cabezas tras la exhibición ante el CsKA Moscú (pincha aquí para leer el artículo de semifinales). Lo mismo que aquellos jugadores de Estudiantes. Y no perdieron.
Más que cuestión de fe era un asunto casi del destino que pareció que ellos leyeron antes que nadie, el no poder perder. Y no les preocupaba el 27-10 en contra en el primer cuarto. Sabían que tenían que hacer un trabajo correcto, porque siendo así, jamás podrían perder. Y reiterando, no perdieron.
Y miren que inicialmente se encontraron una nueva versión de Arvidas Sabonis (puestos a "clasicismos", Arvidas, en sus inicios y casi en toda su aventura pre-NBA, era con ‘i’ latina), en Mirza Begic, que nos hizo frotarnos a TODOS los ojos, incrédulos por lo que estábamos viendo. Porque el Real Madrid tenía el santo de cara anotando triples, jugando contragolpes o dando pases por detrás de la espalda. Pero eso es cuestión de rachas, provocadas también por las defensas rivales. Pero de rachas. Sin embargo, los tapones y la intimidación de Begic parecían algo consistente que no tenía por qué perderse. Más que consistente, parecía una montaña imposible escalar para los helenos. Las dos faltas personales que hicieron a Pablo Laso tomar la decisión de sentarle en el banquillo tampoco daban mucho pesar. Los blancos estaban lanzados y Marcus Slaughter era un pívot muy activo que seguía cumpliendo.
Una situación que pareció normal, pero que luego dio que pensar en comparaciones, fue el segundo cuarto con los puntos recortados por el Olympiakos. Mejoraron su defensa y como era lógico, digamos que ‘normalizaron’ el marcador. Aunque Jaycee Carroll no anotaba, los demás estaban en su papel, sobre todo un Rudy Fernández, que sí realizó un excepcional partido, al nivel de los mejores europeos, agrandándose en el tercer cuarto, alma blanca que mantuvo el marcador igualado en este período.
En la segunda parte, volvía Begic, y nosotros con el gesto de volver a frotarnos los ojos. Sin embargo, no fue así. Giorgos Bartzokas lo tenía muy claro: Begic no pudo vivir más en su casita bajo el aro. Olympiakos le forzaba a tener que defender bloqueos y continuaciones más allá de la bombilla, a salir a siete metros. Bartzokas sabía que Begic no iba a salir hasta ahí. Y claro, un fenómeno como Vassilis Spanoulis, aprovechando su libertad y su apoyo en el bloqueo, anotó un triple, anotó un segundo triple y saliendo de bloqueo, un tercero. Tac, tac, tac. De forma consecutiva. Pablo Laso hacía aspavientos desde la banda a Begic pidiéndole que saliera hasta puntearle y Begic lo miraba con un "¿estás seguro?". El efecto Begic había muerto. Así que se apostó por pívots móviles como Felipe Reyes y Marcus Slaughter. Y no me pareció mala medida en absoluto. Pero tampoco se contaba con el acierto exterior que tuvieron los rojiblancos en esta segunda mitad. Acierto y poso. Si esta final estaba llena de atractivos por su juego rápido (sí, los griegos llevan ya años corriendo. Aquel cartel de juego de de los noventa, quedó ahí: en los 90), era porque los representantes de esta final son dos equipos jóvenes, cargados de talento y con ese regusto identificativo para el aficionado (porque tiempos son tiempos, pero esto es un hecho), de ver tantos jugadores importantes nacionales en sus plantillas, con calidad contrastada y el descaro ese que nos entusiasmaba cuando veíamos jovenzuelos yugoslavos hace 25 años. Y cuando no era Papanikolau, era Sloukas e incluso Katsivelis fueron minando la moral blanca.
Y aquí entra la comparación con el segundo cuarto. El Real Madrid, por debajo en el marcador, no supo ni pudo defender a los griegos. Había cierta soltura ofensiva del equipo de Laso, pero no se sujetaba al Olympiakos en defensa. Nunca hubo tres posesiones seguidas para comenzar a remontar. Y éstos, que más o menos seguían con una estrategia de dejar, si quería, a Sergio Rodríguez anotar, porque lo que no iban a permitir era que anotasen sus compañeros que continuasen bloqueos. Un mago del pase como el Chacho, estaba ‘capado’. A Jaycee Carroll se le buscaban bloqueos, pero no eran efectivos porque cambiaban todos los hombres para no sofocar a su marcador. ¿Y qué más da que lo marque en el momento del tiro Pero Antic en vez de Perperoglu? ¡Si es que hay dos centímetros de diferencia entre ambos! Pues si el escolta debe quedarse marcando al pívot madridista, tampoco había problema. Y se llegó a tomar la decisión de arrebatos individuales, de uno o de otro. Los griegos seguían a lo suyo, que era mantenerse anotando y cristalizar una ventaja inalcanzable cuando faltaban 2 minutos. Anotar 63 puntos en la segunda mitad, es excesivo. Eso significa que no puedes remontar nunca, porque la cadencia anotadora rival sigue constante.
Y nos entró la resignación esa de ‘son mejores’, como segundo paso a la rabia inicial y la impotencia que ver que esto se escapa. Esta sensación que recuerdo haber tenido hace años con la final continental de 1990 en Zaragoza, entre el Barcelona y la Jugoplastika. Parecía estar todo preparado para que se tuviera una noche de gloria, casi en casa, con lo que parecía el mejor equipo, el azulgrana en aquel caso. Y jugando bien. Pero esa noche, la Jugoplastika fue mejor. Y se podía estar jugando dos días, que iba a dar lo mismo. A esos chicos no se les alcanzaba. La misma sensación que tuve con esta final. No se podía criticar un mal partido del Real Madrid (en absoluto) ni un mal arbitraje (menos aún). Olympiakos fueron mejores y ya. Que por cierto, aquí quiero dejar mi opinión sobre el arbitraje: para una final europea, me pareció extraordinario. Tuvieron un criterio de dejar jugar, que los equipos fuesen físicos, para que aquello no se convirtiese en un rosario de tiros libres, pero sin pasar el límite que eso se les escapase de las manos. Dejarían sin señalizar algún bloqueo en movimiento, pero dejaron fajarse a todos sin caer en acciones violentas. Creo que esta atmósfera la entendieron todos, cuando un mínimo conato de pelea entre Rudy Fernández y Papanikolau en pugna por un balón en el suelo, se quiso mostrar que era lucha por un balón, nunca acciones sancionables, al retirarse Rudy automáticamente con las manos en alto, queriendo evitar malinterpretación a esa disputa, ni del trío arbitral ni del rival. Y la tan cacareada acción en la entrada de Mitoric, de éstas hay decenas de acciones en el Top-10 del NBA Action. La lamentable realización televisiva (¡qué tortura! Con los medios que tenían, por favor. Qué manera de pensar en pobre por parte de los rectores de Euroleague. Así les va. ¡Qué desastre!), nos pudo aclarar algo más la acción con una repetición ralentizada -no pido más-, en vez de una sola y única a tiempo real, tomada bajo canasta, donde tapados casi por el aro y el tablero, no se ven apenas las manos. Pero me pareció un taponazo digno de una gran final continental, tras darle al re-wind del vídeo.
Olympiakos ha hecho historia. Dos años de dominio cuando, recordemos, en estos dos títulos era el equipo sobre el papel con menos probabilidades para conquistar el cetro europeo de los llegados a la Final 4. Llegaron a la final del 2010, cargados de estrellas y dólares. Y claudicaron. Les aplicaron severos recortes a sus plantillas, se subieron chavales de la cantera, se ficharon algunas jóvenes promesas nacionales a un módico precio, se recuperó algún otro fracasado de la ACB y con americanos apañaditos, de ligas tan potentes como la alemana y algún descarte NBA, han logrado la cima en dos años consecutivos. De verdad, olé por ellos y su gestión. Se merecen premio, sin duda.
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Antonio Rodríguez en twitter: @tonystorygnba