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Lesiones y más lesiones (I)

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Todos pensábamos cuando comenzó la pasada temporada 2011-12 que, ya que ésta iba a ser extremadamente reducida en lo que a tiempo se refiere (no en la misma proporción en cuanto a partidos), se verían lesiones con una frecuencia considerablemente superior a las campañas anteriores por el simple hecho de que la exigencia física y la fatiga iban a aumentar poco menos que exponencialmente. Y cuando concluyó el año el balance fue, si bien diría yo y a pesar del elevado número de lesiones graves (especialmente ACL), medianamente previsible. Pocos jugadores disputaron, por unas razones u otras, los 66 partidos de esa anormal temporada de Lockout.

Y así nos íbamos a plantar en la 2012-13, año ya normal en lo que a duración en cuanto a partidos y meses de competición se refiere, con sus Summer Leagues y Training Camps incluidos. Lógicamente, al no estar el curso tan comprimido como en la campaña anterior, cabía esperar que toda la vorágine de lesiones de la 2011-12 se redujera y se asemejara, como por lógica debería ser, a la de una temporada normal NBA. Pero, desgraciadamente, no ha sido así.

Hemos visto de nuevo (entre otras) bastantes ACL (Lou Williams, Danilo Gallinari, Josh Howard, Rajon Rondo -aunque éste último sólo se lo rompió parcialmente-), desgarros de menisco (Chase Budinger, Metta World Peace e, incluso, el “ironman” Russell Westbrook), otro caso de rotura del tendón de Aquiles (Kobe Bryant) y, especialmente, fascitis plantar (Pau Gasol, Joakim Noah, Joe Johnson…). Con diferencia, el peor año que he podido presenciar en este aspecto desde que sigo la NBA (2003-04), y me da que gente que lleve siguiendo esto prácticamente a diario desde tiempo atrás pensará lo mismo.


¿Son los 82 partidos de Temporada Regular excesivos dada la elevadísima exigencia física de esta NBA actual? Hay muchas voces afirmando rotundamente que sí, y algunas fuentes han señalado ya que el próximo comisionado, Adam Silver, podría reducir el curso de 82 encuentros a, seguramente, 70. Otros comentan que también esto quizá se deba al uso de sustancias de dudosa legalidad con el fin de aumentar, entre otras capacidades, esta resistencia física tan necesaria actualmente. Pero esto es un debate que no nos compete por aquí.

Desde hoy, y en las siguientes semanas, intentaremos explicar cómo se producen, cómo se tratan y qué repercusiones tiene para un baloncestista este tipo de lesiones que, desgraciadamente, tanto se están viendo en los últimos meses.

Hoy nos centraremos en la rodilla, concretamente en las roturas meniscales y del ligamento cruzado anterior y señalando las consecuencias deportivas de las mismas (aunque algunas cosas ya se comentaron aquí).


1. Rotura del ligamento cruzado anterior.

- Mecanismo de producción. Realmente, y concretando lo señalado en el artículo del año pasado, la inmensa mayoría de estas lesiones tienen un denominador común: una hiperextensión forzada de la rodilla, en concreto y para ser más ilustrativo, de la “cara interna” de la misma. Aunque sean imágenes no muy agradables, creo necesario poner alguna de Gallo y Lou Williams donde se ve con claridad el “gesto” tan característico que hace la articulación en este tipo de lesiones.


Y esta hiperextensión se suele producir al apoyar en el suelo tras un salto o un cambio de dirección, como se comentó en su día.

Mención aparte tendría el caso de Ricky, donde no hubo “gesto” alguno y el daño se produjo tras un choque de rodillas. Del mismo modo que se podría sumar aquí el caso de Rajon Rondo, con la salvedad de que éste, afortunadamente, sólo tuvo una rotura parcial. Y es por esta razón por la cual no sabemos aún en qué momento exacto se produjo la lesión, ya que no hubo “gesto” alguno ni situación clara en la que se pudiera sospechar que se desgarró el LCA.


Es característico, al igual que con otras lesiones, que el jugador oiga un “pop” (como, por ejemplo, comentó Gallinari en su día). O incluso que se escuche un sonido más fuerte aún. Como señaló Hubie Brown, por entonces entrenador de los Knicks, sobre la lesión de Bernard King: “se oyó un sonido similar al de un disparo”. Esto se debe a que se produce una rotura “al momento”, no poco a poco. Siendo más gráficos, sería como si nos ponemos a tirar de una goma elástica hasta que ésta no da más de sí y se rompe.

- Síntomas. Existe una limitación funcional, es decir, la articulación no es capaz de desarrollar completa y correctamente sus funciones. ¿Por qué? Hay varias razones:

  • Falta un nexo de unión responsable de producir el movimiento. Dicho de otro modo,  “faltan cables de por medio”.

  • Hinchazón. No va a permitir que la articulación se mueva con la amplitud de antes.

  • Dolor. No va a dejar a los músculos contraerse con potencia.

 

- Tratamiento. Ver el citado artículo sobre la lesión del LCA.

- Rehabilitación. En primer lugar conviene mencionar que en cuanto se produce una lesión en un deportista, podemos seccionar el proceso de recuperación y rehabilitación en tres fases:

  • Primera fase: elección del tratamiento y de las medidas que se van a llevar a cabo, llevada a cabo por el médico deportivo (apartado anterior).

  • Segunda fase: rehabilitación deportiva, llevada a cabo por el fisioterapeuta principalmente, donde se recobra al deportista del tratamiento realizado y se recuperan las funciones básicas del movimiento.

  • Tercera fase: reincorporación al entrenamiento rutinario, toda vez que la articulación está ya estable y recuperada. Se ha de readaptar al sistema de entrenamientos a la que estaba siendo sometida, para lo cual se han de potenciar determinadas musculaturas para que no vuelva a ocurrir lo sucedido. Esta fase la suele llevar a cabo el entrenador y preparador físico del equipo y es de una importancia clave, ya que si no se prepara al cuerpo para el estrés que va a sufrir no habrá servido de nada todo lo anterior.

 

En cuanto al proceso de rehabilitación del LCA propiamente dicho, podríamos distinguir:

  • Medidas de fisioterapia general.

  • Primera semana. Reposo absoluto y frío local + medicación.

  • Semanas 2-4. Ejercicios de extensión de la rodilla, electroestimulación del cuádriceps (porque al estar tanto tiempo en periodo de inactividad, la musculatura se atrofia), movimientos pasivos (controlados en todo momento), marcha con apoyos externos (muletas).

  • Semanas 3-5. Marcha sin muletas (con cuidado y por terrenos estables), ejercicios activos de flexión de rodillas (hay que “re-enseñar” los movimientos), bicicleta estática (perfecto para la recuperación, puesto que es un trabajo activo con la movilidad y amplitud articular controlada y con movimientos estables, esperados y cíclicos), ejercicios en piscina (así se  evita que el peso corporal genere problemas con la articulación dañada).

  • Medidas de recuperación deportiva.

  • Semanas 5-10. Flexión pasiva de la rodilla (aumento de la amplitud articular), musculación (guardar la proporción de fuerza entre agonistas y antagonistas, cuádriceps e isquiotibiales), entrenamiento propioceptivo (se trata de mantener el equilibrio sobre superficies inestables para fortalecer ligamentos y tendones), inicio al trote.

 

La rehabilitación, lógicamente, va siendo progresiva: movimientos pasivos -> marcha con muletas -> marcha sin muletas -> trote.

  • A partir de la semana 10. Intensificar todo lo anterior: carrera continua. En definitiva, continuar con la progresión.

  • A partir del tercer mes. Carrera continua sobre cualquier superficie, giros y quiebros, ejercicios específicos del deporte. Se acostumbra así a la articulación a situaciones en las que se va a volver a encontrar, siempre poco a poco. Los músculos del muslo aquí deben tener ya sobre el 75% de la fuerza de los músculos del lado sano.

  • A los 4-6 meses. Vuelta al entrenamiento en grupo.

  • A partir del sexto mes. Es cuando, en teoría, podría volverse a la competición. No obstante, como se señaló en su día, en baloncesto el regreso a las pistas se suele producir no antes del octavo mes (porque se castiga constantemente la articulación afectada). Otro dato importante: la fuerza del cuádriceps debe ser sobre el 90% en relación al del lado sano, por las razones que también se comentaron. De no ser así, el riesgo de recaída aumenta exponencialmente.

 

Prevención. Para tratar de evitar daños en el LCA y, muy especialmente, recaídas, se han de trabajar el cuádriceps y los isquiotibiales. Resulta importante potenciar estos últimos, puesto que suelen estar peor “entrenados” por la propia dificultad que existe para trabajarlos y por la facilidad que tienen para dañarse. El cuádriceps, por el contrario, suele estar más tonificado (además de tener mucha más fuerza que los isquiotibiales), ya que participa de manera importante en actividades tan simples como andar o correr. En definitiva, se ha de tener un especial cuidado con los isquiotibiales, para mantener la “proporción” de fuerza entre ellos y el cuádriceps.

Consecuencias deportivas. Como ya se señaló en su día, es prácticamente imposible que un jugador de baloncesto que sufre esta lesión vuelva al nivel previo a la misma. Vale que, estadísticamente hablando, es capaz de hacer los mismos números que antes de lesionarse, pero su forma de jugar (salvo excepciones, como por ejemplo Ricky) cambiará. Tendrá que adaptarse a esta “nueva situación” porque, por mucho que se diga, el injerto con el que se repara el ligamento dañado no puede equipararse al propio ligamento que se ha perdido.

 

Así pues, hay una mayor probabilidad de volver a sufrir la lesión (en comparación con la que había antes de, por decirlo así, la “primera” rotura). Quizá quede un dolor residual pero, sobre todo, nunca se vuelven a tener las mismas sensaciones sobre la pista. Y muy especialmente al principio. Esto es quizá uno de los puntos más importantes del “ACL”: el factor psicológico. Lo tenemos además bien reciente con el caso de Derrick Rose, quien lleva semanas con el alta médica pero es incapaz de volver a vestirse de corto en partido oficial por, resumiéndolo un poco a las bravas, miedo a recaer. Y es este “factor mental” probablemente lo más difícil de recuperar para los jugadores: el tener que volver a arriesgar y a jugar como antes sabiendo que al caer al suelo y apoyar el pie la rodilla se les puede “ir” otra vez (ya que una función primordial de este ligamento es la “estabilización” de ésta. Si a esto se le suma que tras un período largo de inactividad no parece extraño que a causa de la misma haya una cierta desconfianza, la mezcla resulta explosiva.

Y en lo que a capacidades se refiere, a quien más perjudica es a los jugadores cuya base o parte importante del juego es la explosividad. Los giros, cambios bruscos de dirección, la capacidad de driblar… en definitiva, el juego de uno contra uno se verá afectado. Se pierde movilidad y reactividad en la rodilla operada, y esta pérdida se puede llegar a producir incluso por dos “vías”: la propia limitación de las estructuras, más concretamente el “nuevo” ligamento (que no tiene las mismas “capacidades” que el reemplazado), y el ya citado miedo a sufrir una nueva lesión, que hace que se sea más cauto a la hora de realizar ciertos movimientos.


2. Rotura de menisco.

Generalidades y mecanismo de producción. El menisco (o, mejor dicho, los meniscos: lateral o externo y medial o interno) son unas estructuras formadas por tejido fibroso y cartilaginoso, con forma de “C”, que se encargan de mejorar la congruencia de la articulación de la rodilla. O lo que es lo mismo: constituyen una especie de “amortiguador” que se sitúa entre el extremo del fémur y la tibia y cuya misión es proteger la articulación: absorben parte de la energía al caer tras un salto, reducen el desgaste provocado por el simple hecho de caminar o correr…


Se pueden producir roturas del menisco lateral o del menisco medial, si bien aproximadamente cuatro de cada cinco roturas meniscales se producen en el interno debido a que tiene una menor resistencia, menor movilidad y ha de soportar una mayor carga que el externo. Señalar además, puesto que será importante a la hora del tratamiento, que se distinguen, dentro de cada menisco, una zona central (la parte “interna” de la U), una zona periférica (la más externa y, también, extensa) y una zona intermedia (situada entre ambas).

El mecanismo de producción, siendo breves, es bastante simple: giro de la rodilla teniendo el pie fijo, apoyado en el suelo. Dependiendo de hacia dónde se haga el giro resultará afectado uno u otro menisco:

  • Rotación externa (figura de la derecha) del fémur sobre la tibia (que se encontraría “fija” al estar el pie apoyado en el suelo), con la rodilla parcialmente flexionada: dañaría el menisco interno.

  • Rotación interna (figura de la izquierda): dejaría tocado el menisco externo. Como ejemplo, la lesión de Russell Westbrook en el segundo partido de la serie contra Houston. Se puede ver claramente cómo al chocar con Beverley la rodilla se le gira “hacia dentro” teniendo la pierna derecha apoyada en el suelo.


Conviene señalar que las roturas del menisco lateral, a pesar de ser menos frecuentes, suelen ser más graves. Y, curiosamente, los tres casos más “sonados” que hemos tenido este año (Budinger, World Peace y Westbrook) han sido de este tipo.

Contrasta también la enorme diferencia en lo que a tiempo de baja de algunos de estos jugadores se refiere: Budinger tardó 4 meses más que World Peace en volver a vestirse de corto. Ahora veremos en parte el porqué. De Westbrook no se sabe nada aún, si bien por sus características físicas y de juego debería tomarse la recuperación con calma y no convertirse en un “nuevo Arenas”.

Síntomas. Es normal escuchar un crujido al realizar el giro de la rodilla. Tras esto, el jugador puede experimentar una imposibilidad para realizar determinados movimientos y una limitación o incluso bloqueo de la articulación (este último sería el grado “máximo”, en el cual ésta se “encasquilla” completamente y no es capaz de ni flexionar ni extender la pierna) además de dolor. Es característico también que esta limitación/bloqueo mejore con el reposo (lo que se conoce como intervalo libre) para después volver a empeorar, repitiéndose el bloqueo.

Tratamiento. Hay que ser cautos a la hora de manejar a un deportista con un desgarro en el menisco, puesto que en ocasiones éstos se empeñan en jugar aunque tengan ciertas molestias, con el riesgo que ello conlleva de agravamiento de la lesión. Se pudo ver el año pasado con Al Harrington (jugó prácticamente toda la temporada con un menisco dañado) y en este curso en el propio segundo partido de la serie Houston-OKC, puesto que Westbrook se lesionó antes del descanso y terminó disputando todo el partido.

 

Dicho esto, existen dos posibilidades de tratamiento:

  • Reparación meniscal: consiste en suturar el menisco que se ha desgarrado. Está reservado sólo para determinadas zonas, que son las que están bien vascularizadas (zona periférica y parte de la medial) y, por consiguiente, tienen capacidad de cicatrización.


Su tiempo de recuperación suele ser de 4 a 6 semanas, aunque en algunos casos se puede alargar hasta los 4-6 meses (caso de Chase Budinger, que tardó 4 meses y medio en volver a la competición) dependiendo también de la extensión y tipo de rotura. Especialmente importante esto último, puesto que un desgarro en diferentes direcciones o que afecte a distintas zonas, aunque sea pequeño, es mucho más grave que un desgarro vertical relativamente extenso.


  • Meniscectomía parcial: consiste en extirpar la parte del menisco dañada. Lógicamente, si la extensión es demasiado grande puede acabar afectando a la adecuada congruencia de la articulación y desencadenar a la larga episodios de artrosis.

Como ventaja, decir que su tiempo de recuperación es menor que para la reparación. Reciente está el ejemplo de Metta World Peace, que apenas tardó 12 días en volver a jugar tras desgarrarse el menisco lateral de su rodilla a finales de Marzo. Y lo más curioso es que él mismo afirmó que llevaba ya 3 partidos en condiciones de jugar, pero que por precaución los Lakers no le dejaron. Paradójicamente, aquel tweet que publicó cuando se lesionó diciendo que “en 10 días estaría jugando” y el cual terminó borrando ante las risas del respetable y seguramente de su gente cercana acabó resultando cierto…

En determinadas situaciones ocurre que el propio jugador decide en última instancia el tratamiento de su lesión (toda vez que se le han explicado las posibilidades del mismo y las posibles repercusiones de cada uno), decantándose por técnicas más agresivas y con más riesgos a largo plazo pero que permiten un menor tiempo de inactividad física y vuelta al máximo rendimiento en un corto período de tiempo. Aquí también se podría incluir el caso de MWP, quien parece ser que eligió la resección de la parte dañada de su menisco en lugar de la reparación para así volver cuanto antes a la competición con el fin de ayudar a los Lakers en su lucha por las últimas plazas que daban acceso a los Play-Offs.

Rehabilitación y prevención. Los plazos en la rehabilitación cambiarán en función de la gravedad y tipo del desgarro. En cualquier caso, hay que lograr de nuevo un adecuado tono muscular tanto del cuádriceps como de los isquiotibiales (al igual que sucedía con el LCA), puesto que así se reducirá el estrés sobre la rodilla maltrecha al mejorar la estabilidad de la misma. Éste será uno de los puntos fundamentales de la rehabilitación, así como otro de los pilares de la prevención de una posible recaída.

Consecuencias deportivas. Resulta primordial en este tipo de lesiones no precipitarse con la vuelta a la competición. Hay precedentes de estrellas de la Liga que, por tratar de volver cuanto antes a jugar, han terminado echando sus carreras por alto. Y el ejemplo quizá más reciente que tenemos todos es Gilbert Arenas, quien se rompió el menisco lateral en Abril de 2007 y, desde entonces, a causa de una serie de complicaciones (a destacar daños en el cartílago) derivadas de una temprana vuelta a la actividad tras “apurar” plazos para llegar a principios de temporada al 100% (cosa absurda donde las haya), no ha levantado cabeza, hasta tal punto que en esta 2012-13 ni estaba ya en la NBA.

Dicho esto, las posibles secuelas de este tipo de lesión derivan, como es lógico, de la gran cantidad de funciones que desempeña el menisco.

Como se ha comentado, los meniscos resultan fundamentales para reducir el desgaste de la articulación de la rodilla. Y esta función es especialmente importante en el baloncesto, donde se castiga ésta sobremanera al basarse una parte importante del juego en los saltos. Por tanto, una inadecuada recuperación puede desembocar, en el caso más leve, en continuas molestias que lógicamente limitarían ya no en cierto modo la explosividad del jugador (como en el LCA), sino su capacidad de salto y, sobre todo, la capacidad de recuperación de la articulación tras los mismos. Y en casos más graves, si se insiste en seguir forzando, pueden acabar dañándose estructuras como el cartílago, una zona bastante más difícil de recobrar funcionalmente y con un tratamiento más complejo y un tiempo de baja más prolongado, ya que se éste vería obligado a absorber una mayor cantidad de energía tras los movimientos y los saltos al no poder encargarse correctamente de eso el menisco por no estar completamente sano.

También, a veces, sucede que el jugador, al tener molestias en una rodilla, carga más peso (consciente o inconscientemente) en la sana, lo cual acaba provocando en ocasiones desde simples molestias hasta tendinitis rotuliana e incluso otro tipo de lesiones más graves. Ésta parte sería también común a los problemas del LCA, ya que se puede “extrapolar” a cualquier proceso que acabe causando a la larga molestias en la zona.

Sea como fuere lo que más se vería afectado, de nuevo, es la explosividad del jugador, añadiéndole una cierta merma de la capacidad de salto que incluso se podría decir bastante más importante que en el caso del LCA (puesto que éste se encarga de la estabilidad de la rodilla, pero su función principal no es la congruencia y “amortiguación” de la misma).

Otra función importante del menisco no comentada anteriormente es la distribución del líquido sinovial dentro de la articulación. Un menisco dañado no cumple correctamente con esa función, lo cual causa a veces que al jugador que no se ha recuperado como debe le tengan que terminar “sacando líquido” de la misma. Si a esto se le añade que probablemente tenga distintos tipos de molestias en la zona, no resulta extraño que se acabe pasando de nuevo por el quirófano. Este líquido además sirve para nutrir al cartílago, con lo que si no se distribuye como debe puede acabar perjudicando (ahora por otra “vía”) a esta estructura.

 

Continuará…

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Pablo Lorente en Twitter: @_Matasanos_

Con la colaboración de Judith Lorenzo (@JudithLorenzo90).

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