La hora de Paniagua: Institucionalizar la derrota
"Créeme estos muros embrujan, primero los odias, luego te acostumbras y al cabo de un tiempo llegas a depender de ellos... eso es institucionalizarse." (Cita del personaje de "Red" en la película "Cadena Perpetua" de Frank Darabont).
Esta columna va hoy sobre los Washington Wizards. Un club que, en sus mejores tiempos, fue grande –incluso muy grande en su versión setentera, los Bullets- y que en estos tiempos actuales se ha convertido en un club decidida y rotundamente perdedor.
Que quede muy claro que nadie va a hablar aquí de que los Wizards juegan a perder. En absoluto. El concepto de equipo que juega a perder –o a no ganar- es real y tiene una definición muy clara en lengua inglesa: "tanking". Pero este no es el caso. Los Wizards de Washington no juegan sus partidos para perder; ni siquiera los juegan para no ganar. Los Wizards de Washington se han convertido en un equipo –en un club- que ha institucionalizado la derrota.
Mucha gente me ha dicho a lo largo del tiempo que esa idea de la derrota institucionalizada no existe, pero yo creo firmemente que sí. Es más, creo que los Washington Wizards son el ejemplo más evidente de que existe realmente. Para mí no resulta excesivamente difícil de explicar: la derrota institucionalizada existe porque existe en las mentes de los jugadores: y ellos son, al fin y al cabo, los que forman la institución.
Pues bien, contra todo esto luchó, sin ningún resultado positivo claro, el ya exentrenador Flip Saunders. Y si algo nos demuestra la caída rotunda de un técnico de nivel como él, es que cambiar los valores de un club institucionalizado en la derrota es una tarea muy complicada. Sobre todo porque requiere un esfuerzo colectivo inmenso: no solo de los jugadores, que son lógicamente, quienes más han de forzar ese cambio, sino de toda la entidad.
La columna vertebral del equipo de los Wizards –un esqueleto joven y lleno de promesa- la forman jugadores como Blatche, McGee o Young. Sobre el papel, jugadores todos ellos con un gran futuro. Pero, desgraciadamente, estos chavales tan sumamente talentosos parecen estar fatalmente atraídos por el embrujo maligno de esa derrota casi cotidiana. Y, lo que es más grave, no parece afectarles en exceso. Su ya extécnico intentó modificar su actitud con trabajo y con creatividad. Pero ninguno de ellos -ni nadie del club en realidad- le siguió en el proyecto.
El dueño del Washington, Mr. Ted Leonsis, es muy culpable de toda esta situación. Su discurso acerca del cambio de cultura del club es muy elocuente y puede resultar incluso atractivo para los abonados de los Wizards que compran, esperanzados, sus billetes al principio de cada temporada. Pero la elocuencia no basta: hay que tener jugadores -y técnicos, y gerentes, y empleados- dispuestos a afrontar ese cambio de manera irreversible. Y es evidente que los Wizards no los tienen.
El manager general, Ernie Grunfeld, es igualmente culpable. El hombre argumenta en su defensa que él cumple con los dictados que le llegan desde arriba. Pero eso no basta. Un buen gerente deportivo no solo ha de seguir las indicaciones del patrón de turno; necesita ser audaz. Con el difunto Abe Pollin esas órdenes eran "ganar ya" y entonces Grunfeld fichó jugadores para rendir a corto plazo: con un fracaso rotundo, por cierto. Con Mister Leonsis el discurso actual es, literalmente, "construir desde el draft tomando como modelo a los Oklahoma City Thunder". Y a pesar de haber elegido a jugadores de gran futuro en las recientes elecciones de novatos, el fracaso es incluso más rotundo que en los tiempos del antiguo régimen.
El camino a la redención de los Wizards –aunque sea atravesando un río de desechos durante 500 yardas como sucede en la película "Cadena Perpetua"- pasaría, primero, por traer nuevos gestores. Seguiría, luego, por elegir un entrenador nuevo, una nueva voz: y no necesariamente la del ahora técnico interino Randy Wittman, dicho sea de paso. Eso sí, sería bueno, para variar, que los Wizards se aseguraran de que esa voz sea la única que se oiga en el vestuario. Y, por supuesto, pasaría por desprenderse de aquellos jugadores que no estén dispuestos a afrontar el inaplazable cambio de cultura del club. Los sospechosos habituales están de sobra reconocidos, por supuesto, así que solo falta la voluntad de traspasarlos buscando fórmulas audaces que permitan al Washington contar con jugadores implicados en el proyecto.
De lo contrario, los Wizards acabarán siendo un equipo más de una ciudad, Washington D.C., que posee una dolorosa historia reciente de fracasos en la mayoría de sus clubes deortivos punteros. Y, lo que es más grave, acabarán siendo un club sumido en la peor pesadilla imaginable: en la derrota institucionalizada.
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Miguel Ángel Paniagua (publicado en Gigantes)
Miguel Ángel Paniagua en Twitter: @pantxopaniagua