La hora de Paniagua: David Stern en la curva final
El pasado jueves, 24 horas antes de que se abriera oficialmente el mercado de la NBA, la transacción a tres bandas entre los Lakers de Los Ángeles, los Hornets de Nueva Orleans y los Rockets de Houston, que iba a enviar a la estrella Chris Paul del NOLA a los Lakers, dio más vueltas que un tiovivo. Y demostró dos cosas que ya sabíamos: una, que los jugadores de la NBA –salvo alguna excepción- no tienen ni voz ni voto en sus destinos; y otra, que en treinta y cinco minutos un jugador, en este caso el español Pau Gasol, pasó de quedarse en su equipo (Lakers), a ser traspasado a otro (NOLA), para acabar recalando en un tercer club (Houston), para luego, por imperativo legal, volver al punto de partida (Lakers).
Si eres jugador profesional de la NBA, aparte del contrato que firmas con tu club, firmas un contrato fáustico con la Liga. Un contrato que te hace rico, pero en el que entregas tu cuerpo y tu alma a la propia NBA. Según ese acuerdo, la vida te puede cambiar en cinco minutos. Así que hoy estás en el Sur, pero mañana puedes estar en el Norte. Anoche cenabas con tus colegas de un equipo aspirante a campeón y mañana desayunarás con otros chavales de otro equipo distinto cuyo único objetivo es ganar 20 partidos este año.
Pero con lo que no contábamos es con que la Liga NBA vetaría –al menos esa es la versión oficial- el traspaso de Chris Paul; un jugador que para más inri pertenece a un club cuya propietaria es la propia Liga NBA. No cabe mayor esquizofrenia. Y aunque sabemos que fueron los dueños quienes metieron presión al Comisionado, el papelón interpretado por la NBA –que dos horas antes de cancelar la operación había autorizado expresamente y en público al general manager de los Hornets, Dell Demp, a "operar como creyera más oportuno" se tornó en una ópera bufa.
Una obra de la que el director escénico debería marcharse más pronto que tarde.
El Comisionado David Stern emite un aura que inspira un cierto temor en todos los que le rodean. Es lógico, si consideramos su modus operandi habitual. Los jugadores temen que sus oportunidades de empleo se minimicen. Los periodistas temen que su acceso a la Liga, a las fuentes de la Liga quiero decir, se acabe. Los aficionados temen que Stern les haga una jugada estilo "Seattle Supersonics" y les quite el equipo de su ciudad. Incluso muchos propietarios no saben el sueldo que gana el Comisionado; y eso que se lo pagan ellos.
Vaya por delante que siempre he sostenido que David Stern ha sido el mejor Comisionado que ha tenido la NBA en toda su historia. Su visión, su inteligencia y su liderazgo han hecho que una liga que estaba moribunda a finales de los años 80 sea hoy un acorazado que mueve miles de millones de dólares y que es reconocido en los cinco continentes.
Pero, después de 30 años, episodios como este del "Affaire Paul" evidencian que ha llegado la hora. Tras más de 30 años con poder ejecutivo en la NBA, Stern se ha convertido en una especie de sheriff de Nottingham mucho más que en un líder equilibrado. Se ha tornado en ese emperador a quien nadie se atreve a decir que va desnudo. Me duele mucho escribirlo de un hombre que es profundamente democrático en su vida privada, pero Stern se ha convertido en un dictador cuya lógica nadie se atreve a criticar. Y su intransigencia es una extensión lógica de una década de dictados sobre los códigos de vestimenta dentro y fuera de la cancha; sobre intimidar a los árbitros; sobre cambiar los balones de juego sin consultar con nadie para luego comprobar que los nuevos balones cortaban las manos de los jugadores.
En ese sentido, este David Stern crepuscular me recuerda mucho al dictador de la novela "El Otoño del Patriarca", de Gabriel García Márquez. García Márquez escribe: "...el régimen no estaba sostenido por la esperanza ni por el conformismo, ni siquiera por el terror, sino por la pura inercia de una desilusión antigua e irreparable, salga a la calle y mírele la cara a la verdad, excelencia, estamos en la curva final".
Estamos en la "curva final" del reino de un Comisionado que vio como la Liga se hizo global, atrajo a millones de nuevos fans, y creó una galaxia de superestrellas. Pero ese reino debe terminar ya.
Antes de que David Stern haga realidad el deseo último de todo dictador: destruir el mundo que llegó a crear.
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Miguel Ángel Paniagua (publicado en Gigantes)
Miguel Ángel Paniagua en Twitter: @pantxopaniagua
Gran artículo!
Parto de la base de que Stern me parece una mente privilegiada, y que por mucho que no se hayan entendido ciertas decisiones suyas a lo largo de sus años de mandato, prefieron contextualizarlas y remitirlas a una mejora en el aparato mediático global de la NBA. Por otro lado, el no-traspaso de Gasol también hay que verlo desde esa perspectiva. La situación requiere de una venta casi inmediata de la franquicia de New Orleans, para evitar situaciones parecidas. Se trataba de no colocar a los Hornets en un presupuesto hipotecado por varios años y sin margen de maniobra. Aunque recibas a un gran jugador como Pau, das a cambio a otro genio, y además más joven. ¿Es conveniente para la venta de la franquicia? Evidentemente no. El mayor error de Stern no ha sido para el traspaso, sino no haber sabido vender los Hornets antes del comienzo del lockout. Si ese supuesto nuevo dueño hubiera tragado con el traspaso de Gasol, o de Martin-Scola, es su problema, pero no habría nadie que se lo hubiera impedido. Saludos