La catarsis
Catársis (tercera acepción): Purificación, liberación o transformación interior suscitados por una experiencia vital profunda.
Acto I: Los dulces 80
Cuentan por ahí, y los ojos de quien estos escribe algo vieron de ello, aunque poco recuerdan por motivos de edad (aunque supero los 30 quiero pensar que aún soy joven), que hubo una época en que el baloncesto tuteaba en Europa al mismísimo fútbol. Era una época de rosas, en la que los carruseles radiofónicos conectaban con las canchas cada vez que había un triple (con su correspondiente patrocinio como si de un gol actual se tratase), en la que un Huesca La Magia-Granollers daba una audiencia realmente buena en televisión, y en la que los niños, en no pocas ocasiones, coleccionaban cromos adhesivos de baloncesto (de Panini, faltaría más). Casi casi como si de fútbol se tratase, vaya.
En aquella época el baloncesto se dio cuenta de que se había hecho mayor en Europa y de que ya podía vivir por sí mismo a niveles nunca antes vistos. Eran años en que la diferencia entre los europeos (muchos) y los americanos (pocos) que llegaban desde el otro lado del charco todavía era muy grande, generando ello consigo que los americanos (casi todos), y algún que otro europeo (los mejorcitos) consiguieran estadísticas absolutamente espectaculares, y que los 10 máximos anotadores de una competición, pongamos la ACB, superaran holgadamente los 20 puntos de media por partido (de hecho, estaban más cerca de los 30). Era, por ende, una competición con estrellas de las que los niños querían su camiseta (aunque apenas había eso que hoy llamamos merchandising) o su firma, los periódicos su foto, y los telediarios hablar sobre esos personajes descomunales.
Tanto es así, que el baloncesto vio que había negocio. Y surgieron los All Stars, y la Final Four (allá por 1988, en una plaza tan poco baloncestística como Gante), y las Copas del Rey con ocho equipos en una sede final. Había que aprovechar el tirón, porque se podía y había que ingresar.
Eran los dulces 80. Aquellos que quizá nunca volverán.
Acto II: Boza (y Bosman)
Eran días de lujo, definitivamente. El baloncesto crecía y crecía, y parecía que esto no podía tener fin. La maravillosa Jugoplastika nos dejaba a todos prendados con su juego, Sabonis crecía hasta llegar a ser lo que fue, Oscar Schmidt metía triples como churros con casi 40 años y un tal Drazen Petrovic comenzaba a conquistar para Europa un terreno prácticamente inexplorado antes: la NBA.
Entonces ocurrieron una serie de factores que el baloncesto europeo quizá no esperaba. En primer lugar, la NBA pensó que quizá alguno de estos europeos pudiera jugar allí, y empezó progresivamente una caza de talentos. El nivel del baloncesto europeo había crecido mucho, y allá que se fueron unos cuantos. Además, resultó que la NBA amplió su número de equipos, con lo que ya no sobraban tantos americanos “buenos” allí. Así, entre que bajó el nivel medio de los americanos que vinieron, que los mejores de aquí se fueron para allá, y que los físicos del europeo medio en los 90 no tenían mucho que ver con el de los 80, la competición europea se igualó sobremanera. Los 10 máximos anotadores de la ACB ya no pasaban con holgura de los 20 puntos por partido, pero las audiencias televisivas y los carruseles radiofónicos aún consideraban que la liga tenía suficiente tirón mediático como para respetarla. Eso sí, de cortar la emisión cada vez que hubiera un triple, ni pensarlo ya.
Apareció entonces un genio del baloncesto, llamado Boza Maljkovic, que ya había ganado dos Copas de Europa con aquella maravillosa Jugoplastika, y con un equipo de limitado potencial ofensivo, el Limoges de 1993, la lió. La lió tanto que ganó en Atenas al Madrid de Sabonis y a la Benetton de Kukoc para dar una de las grandes sorpresas de la historia del baloncesto y ser campeón de Europa con un mérito descomunal. Pero creó un precedente peligrosísimo.
Fue el gran cambio del baloncesto europeo, pues todo el mundo decidió entonces que, si el Limoges lo había hecho con ese equipo, por qué no lo iban a hacer ellos. Y empezaron a jugar ataques larguísimos, agotando casi los 30 (sí, eran 30) segundos de posesión, logrando así reducir muchísimo el número de ataques por partido y, por ende reduciendo las diferencias entre equipos a priori desiguales.
A todo esto, caso coincidiendo en el tiempo, apareció un señor llamado Bosman y le dio un vuelco a la legislación deportiva europea. Un belga podía jugar ya en España sin ocupar plaza de extranjero, y viceversa. ¡Arrea, eso molaba! Luego volveremos sobre ello.
Acto III: Veinte años
Veinte años han pasado de la gesta de aquel Limoges “pequeño” que mostró el camino para igualar el baloncesto europeo. Y casi los mismos desde que aquel modesto futbolista belga apellidado Bosman montara aquella.
Entre medias, resultó que el espectro televisivo empezó a cambiar. Y aparecieron un montón de canales que disgregaron mucho la oferta televisiva. Incluso televisiones que había que pagar para ver, ahí es nada. Quién nos lo iba a decir en los dulces 80…
Además, como estábamos casi en el siglo XXI, eso del scouting ya era un hecho diario en el deporte. Con relativa facilidad casi cualquiera podía tener 15, 20 o 100 vídeos del oponente, y se puso de moda eso de estudiarse al jugador rival, para ver cómo podíamos conseguir que él no fuera capaz de hacer lo que sabía hacer. Loable, estaría bueno, pero empezó a ocurrir que eso fue prioritario y algunos decidieron que, entre los 30 segundos en ataque, las armas para hacerle daño al rival y anularle, y que salía más barato hacer una buena falta a tiempo que no hacerla, pues el reglamento no lo castiga como debe, era realmente más fácil, y hasta más efectivo, pensar es “destruir” que en “crear”.
A todo esto, los diez máximos anotadores de la ACB ya superan a duras penas los 13 puntos, y en la liga, podemos encontrarnos en un mismo equipo, con un italiano, dos alemanes, un francés, dos belgas, dos norteamericanos con pasaporte de Burundi, y un islandés negro que dice tener un abuelo en Italia. Ah, y cuatro españoles que juegan bastante poco, y de hecho de alguno nos reímos y le llamamos “cupazo”, porque sólo sirve para rellenar la plantilla y cumplir la normativa. ¿Cuáles son las estrellas a vender en nuestras competiciones? Si hay pocas, y además no las fomentamos…
Todo esto hizo que el espectador empezara a mosquearse. Siguió siendo de su equipo, claro, y acudiendo al pabellón, pero cuando veía un Pamesa-Unicaja por la tele (en comparación con el Huesca-Granollers antes indicado), vio que, donde antes se metían 85 puntos y había tres tíos muy buenos que se iban a más de 20, ahora seguía habiendo buenos, pero no eran capaz de llegar casi nunca dos de ellos a veinte puntos. Y el equipo solía anotar 60-70. Se dio cuenta de que donde antes dominaban los ataques, el talento, ahora imperaba habitualmente la defensa, el físico, y que éste era capaz de anular ese talento. Además, se dio cuenta que, desde la última vez que veía al Unicaja y al Pamesa, habría 7 u 8 jugadores nuevos, cada uno de una nacionalidad diferente. Vio que se estaba perdiendo en cierta medida la implicación de los jugadores con la camiseta, algo quizá lógico en un mundo que se había profesionalizado tanto a finales de los gloriosos 80. Así, aunque la gente sigue siendo de “su” equipo, le cuesta mucho reconocer al resto de equipos, pues el intercambio de jugadores es algo casi permanente.
Y el aficionado medio al deporte (no el que es muy de baloncesto, claro), se mosqueó. Y como se mosqueó él también se mosqueron las teles (que ya eran un montón), que saben lo que buscan sus potenciales televidentes. Y poco a poco se fue yendo del baloncesto. Los carruseles ya no cortaban su emisión para anunciar un triple, sino que demasiado hacían conectando en las rondas con el partido en directo.
Y en estas hemos estado veinte años, yendo cada vez a peor en determinados aspectos. Porque en 2013, pese a hacer pequeños cambios, como bajar la posesión a 24, sigue sin favorecerse realmente el juego ofensivo por encima del defensivo, de la destrucción. En lo deportivo, lógicamente, con todos estos condicionantes, y con la permanente tensión con la que viven los entrenadores que temen por su trabajo, pocos, muy pocos, se han atrevido en estos veinte años a pensar que al baloncesto se podía jugar de otra manera. Porque la única forma de ganar era esa.
Y así llegamos a un punto en el que el abandono de los medios sobre el baloncesto se exacerbó,llegando a ser más interesante si un jugador de fútbol usa una u otra marca de cuchillas para afeitarse que un partido de la máxima competición europea.
Acto IV: La catarsis
Llegados a este punto, el baloncesto, es evidente, ha de afrontar una catarsis que le haga mirar al futuro con más optimismo del que hay ahora. Como es un hecho que no podemos cambiar la legislación europea y volver 20 años atras y erradicar el legado del señor Bosman, como también es palmario que no podemos volver a un país con sólo dos canales de televisión (aunque al ritmo que va la crisis esto está por ver), el baloncesto debe plantearse más pronto que tarde afrontar sus problemas. Los días gloriosos de los 80 y primeros de los 90 ya quedan demasiado lejos.
Entre otras cosas, es un hecho que el baloncesto debe cambiar su reglamento, promoviendo un juego mucho más dinámico y atacando esas triquiñuelas que, obviamente, usan los entrenadores. Pero de esto ya hemos hablando suficiente (pincha aquí).
Pero como si tenemos que esperar que el baloncesto europeo abra los ojos y, como dice Pedro Martínez, el técnico del Gran Canaria, adopte de una vez gran parte (si no todo) del reglamento NBA, podemos esperar sentados, es muy necesario que haya miembros activos de nuestro deporte que abran los ojos.
Como tampoco parece cercano un cambio en el sistema de competición de nuestra Liga Endesa, como el que propusiera hace unas semanas nuestro amigo Fernando Martín, y que tan necesario parece este año más que nunca por la gran cantidad de equipos que ya apenas se juegan nada, no nos queda otra que empezar a actuar a los demás.
Y eso es lo que ha hecho Pablo Laso con el actual Real Madrid. Pese a todas las trabas que plantea el reglamento para ello, pese a lo difícil que resulta hoy día ni planteárselo, quiere triunfar corriendo. Quiere triunfar de la forma que engancha al público (al del baloncesto, y al espectador medio), de la forma que más pasiones levanta, de la forma más valiente… Pero de la forma en que se lleva 20 años sin ganar en Europa.
Por eso, no esperen de mí una crítica por perder una final de Euroliga en un partido que empieza 27-10. Es obvio que habrá comentarios facilones del tipo “con 17 arriba no puedes perder una final…”, pero no lo es menos que este Real Madrid es una locura. Una bendita locura. Para lo bueno, remontar en Atenas, en Kaunas, o en Londres al Barcelona, y para lo malo, como perder esa Euroliga que por momentos pareció cercana, por mucho partido que quedase.
Y es la locura que necesita nuestro baloncesto. Es la catarsis. El paso adelante, la valentía que deben adoptar más equipos en este hermoso juego que a toda velocidad se convierte en el deporte más bello del mundo. Entregarse al talento de sus jugadores y tener menos protagonismo en la pizarra del entrenador, con todo el riesgo que ello supone. Y esta es la forma de volver a enamorar, de volver a recuperar al público que nos dejó, y que por supuesto vivió con pasión la final de Londres del pasado domingo… E incluso de que algún día la mayoría de medios vuelvan a respetar de verdad este maravilloso deporte.
Escribir este artículo habría sido más fácil con un Real Madrid campeón de Europa, no cabe duda, pero no resulta difícil hacerlo con un Olympiakos con tal galardón. Los griegos, superiores en la final, son un equipo que no duda en correr cuando es necesario, y ese tanteo en la final, 100-88, es un regalo a los espectadores del baloncesto. Quizá no vivimos la final más emocionante de los últimos años (difícil superar la de 2012 por ejemplo con una canasta en el último segundo), pero sídisfrutamos de un enorme partido entre dos equipos que no hipotecaron una carrera porque una orden desde la banda pidiera “¡¡Cabeza!!”. El análisis técnico de la final lo dejo para Antonio Rodríguez (pincha aquí), pero yo he de reconocer que disfruté como un enano, como hacía mucho que no hacía en una final europea. Y eso es de agradecer. Porque no creo que eso hubiera ocurrido en una final con CSKA o Barça, con este Barça (aquel de 2008 fue uno de los mejores equipos de los 20 últimos años, sin duda).
Por eso, a uno le agrada tanto que la apuesta de Alejandro Martínez en el modesto CB Canarias haya funcionado tan bien, y le apena tanto el fiasco de Sito Alonso con su Lagun Aro en esta temporada. Ambos entrenadores muy valientes pero con distinto éxito en la presente temporada.
Quizá una victoria del Madrid, en torno a 100 puntos, habría hecho más fácil la catarsis, pero quiero pensar que muchos en Europa están abriendo los ojos. Posiblemente los más humildes deban seguir jugando a media cancha, porque, como demostró Maljkovic, sea la única forma de reducir diferencias con los grandes, pero espero que, a partir de ahora, se inicie una ligera tendencia en el baloncesto europeo de cambio ciclo. Y que volvamos a entrenadores con menos ganas de ser ellos las estrellas y que entiendan que el baloncesto en un deporte de jugadores, de talento. Y que los jugadores buenos aparecen cuando se lo pasan bien… Y eso no suele ser jugando rígidos esquemas o yéndose al banquillo al primer error. Al menos los equipos grandes deberían jugar así si no queremos seguir depreciando el producto baloncesto, que pasa en Europa por uno de sus momentos más delicados. Será la única forma de volver a recuperar a las estrellas, y de que los medios quieran volver a hablar de ellas.
La catarsis del baloncesto europeo bien puede haber comenzado. Es la experiencia vital que necesitaba el baloncesto. Yo confío en que sí. Y entonces se lo agradeceremos a los Sito Alonso, Alejandro Martínez, o Pablo Laso. Porque fueron los primeros. Porque se atrevieron. Y Laso, encima, intentando ganar la Euroliga así. Como Boza en su día, pero confío que con consecuencias no tan funestas.
Dentro de 20 años les recordaremos con orgullo, espero. Es la forma de que el baloncesto vuelva a recuperar una parte de su merecido lugar.
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José M. Puertas en twitter: @josempuertas
(Fotos: ACB)