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El equipo de nadie

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Hace casi diez años tocamos el cielo. Hace casi diez años el Estu jugó su primera (y última, y única) final ACB, llegó incluso a rozar aquel trofeo justo antes de que se le escapara para siempre de las manos. Quizás no fuera el séptimo cielo pero sí sé que desde luego no fue el primero, ya hubo antes otros cielos, el cielo copero del 2000, el inmenso cielo de 1992 con su Copa y su Final Four de Estambul, quizás incluso aquel otro subcampeonato liguero de 1981 cuando aún no se jugaban finales ni se llamaba ACB siquiera. Tocamos de nuevo el cielo (y qué cielo) en 2004, quién nos iba a decir entonces que aquella sería la última vez. Vale que lo difícil no sea llegar sino mantenerse, vale que una vez que estás arriba sólo cabe ir hacia abajo por un mero principio físico pero hay formas y maneras de caer, hay caídas suaves, pendientes prolongadas, bajadas en picado y luego ya hundimientos definitivos. Esto del Estu es un descenso a los infiernos que parece no tener fin, ríase del Baumgartner aquel de la estratosfera. Cuántas veces creímos haber tocado fondo para luego comprobar que no hay fondo que valga, que el suelo sigue abriéndose una y otra vez bajo nuestros pies. Hasta el infinito y más allá.

Me dirán que precisamente aquellos polvos trajeron estos lodos, que este mísero Estu de hoy no es más que una mera consecuencia de aquel gran Estudiantes de ayer. Que aquel Estu vivió durante demasiados años por encima de sus posibilidades, no sé si habrán oído esto antes. Es lo que tenemos los pobres, que a poco bien que nos vaya ya nos creemos ricos y hasta nos permitimos el lujo de soñar como si en verdad lo fuéramos, menos mal que siempre está la cruda realidad para ponernos en nuestro lugar y recordarnos que los pobres en verdad sólo valemos para comernos la mierda que cagan los ricos, disculpen la brusquedad del símil. Nos creímos lo que no éramos y nos olvidamos de nuestra verdadera razón de ser: un equipo de patio de colegio, nada más (y nada menos). Otros están en la élite y luego además tienen cantera, nosotros no, nosotros siempre fuimos todo lo contrario, nosotros somos cantera y luego además tenemos un equipo en la élite. Un día creímos que podríamos invertir las prioridades, y así nos fue.

No es una mera cuestión de ganar o perder, ojalá fuera todo tan simple. No diré que ganar es de horteras (toda una filosofía de vida reflejada en esa magnífica crónica estudiantil de Guillermo Ortiz), sí diré que ganar o perder en este club nunca fue tan importante como competir, como sentir, como disfrutar. Más que un equipo de baloncesto era una manera de vivir, un estado de ánimo, un soplo de aire fresco que llevó a mucha gente (no necesariamente del Ramiro, no necesariamente de Madrid) a identificarse con él y hacer suyos para siempre esos colores. No por casualidad Estudiantes fue durante al menos un par de años (o puede que aún fueran más y no se hiciera público) el equipo de baloncesto con mayor número de abonados de toda Europa. Se dice pronto, el equipo con más abonados de Europa, piénsese en una ciudad como Madrid con la feroz competencia del vecino, piénsese en la escasa difusión de la ACB, piénsese en la inmensidad de algunas canchas griegas (a comienzos del presente siglo aún no había estallado la crisis), serbias, rusas, turcas o israelíes (Israel es Europa a efectos baloncestísticos, aunque ello se dé de patadas con la geografía) y se comprenderá mucho mejor la magnitud del dato. En estos casos siempre me gusta recurrir a aquella definición del Director de Gigantes Paco Torres, el primer equipo de muchos, el segundo de casi todos. Así era entonces, así fue durante décadas enteras. Me pregunto si aún sigue siéndolo a día de hoy.

Y miren que pudo haber momentos buenos y malos, años de éxito y otros de fracaso, miren que pudo haber generaciones mejores o peores pero lo que sí que hubo siempre fue un mínimo denominador común, una imagen de marca que trascendía desde las mismas raíces de la institución y que se reflejaba sobre todo en la manera de jugar del primer equipo, un Estu style que tal vez podríamos descomponer en cuatro premisas fundamentales:

1) un base, preferiblemente (aunque no necesariamente) canterano, que hiciera del descaro y el atrevimiento su razón de ser; que no perdiera la cabeza (no es incompatible una cosa con la otra) pero sí asumiera riesgos y practicara un baloncesto desinhibido para así contagiar de esa misma desinhibición al resto de la plantilla. Obviamente estoy pensando en Azofra mientras lo escribopero no fue sólo Nacho, hubo muchos otros que (con ligeras matizaciones) también pudieron encajar en ese mismo perfil, tal vez Antúnez y aún antes Vicente Gil, luego los Hermanos Martínez (podría hasta remontarme a la prehistoria y mencionar a su padre), quizás el Conguito Jennings, el gran Sergio Rodríguez si no nos hubiera durado tan poco, el mismísimo Granger de estas últimas temporadas.

2) un alero, preferiblemente (aunque no necesariamente) yanqui, que aportara anotación y (sobre todo) espectacularidad para así hacer las delicias de chicos y grandes y ahondar aún más si cabe en el componente lúdico-festivo de la entidad. La eterna leyenda de Russell y Winslow nunca tuvo continuidad, pero en un momento dado hasta nos pudo valer con anotadores puros (aún sin mates) como el Bombillo Ahearn, Lofton, English, ya hasta con Kirksay nos conformábamos hasta hace bien poco…

3) un pívot o ala-pívot, no necesariamente dotado (o tal vez manifiestamente limitado) en lo físico, pero que fuera capaz de suplir esas carencias con grandes dotes técnicas y (sobre todo) una inteligencia superlativa para sacarlas partido, para aportar dirección desde el poste y llegar a ser más base incluso que el base mismo. Pinone por supuesto (pónganse en pie) pero no sólo él, también Rafa Vecina, también Shawn Vandiver, también en algún momento Alfonso Reyes, también sin ir más lejos el mismísimo Germán Gabriel.

y 4) un buen puñado de aguerridos mocetones, no necesariamente (aunque sí preferiblemente) de la casa, que se partieran el alma por cada balón; el espíritu de Carlos Jiménez o el de los primeros tiempos del Chimpa, como también el de Carlos Montes, Aísa o El Rata por fuera, o el de Pedro (Picapiedra) Rodríguez, Rementería o incluso Rafa Vidaurreta por dentro…

¿Qué queda hoy de esas cuatro premisas básicas? Yo se lo diré: NADA. Absolutamente nada. Y no es que me remonte a la noche de los tiempos, ya ven que he mencionado a tíos (Jayson, Germán, Tariq, Carl) que vistieron aún de azul hasta hace dos telediarios como quien dice. Jaime apenas logra ser una pálida copia borrosa y discontinua (a su pesar) del punto 1, Kuric (mal que me pese) no le llega ni a la suela de los talones a ninguno de los mencionados en el 2, no hablemos ya de Banic (de aquel de Bilbao sólo queda el apellido) en comparación con los del 3. ¿Y del 4? Pues quizá podríamos encajar ahí con mucha generosidad a Dejan Ivanov, prototipo de esa innata capacidad estudiantil de fichar siempre al hermano malo (Domen Lorbek, Samo Udrih), a ver si así llegaran los genes donde no llega el presupuesto. Tuiteé (me estremece usar este verbo) el otro día que acaso éste sea el peor Estudiantes de la historia, y por ahora nadie me ha dado argumentos que me hagan cambiar de opinión.

Sí, peor incluso que el del descenso virtual de hace año y medio, no les quepa la menor duda. Aquel equipo empezó ya lastrado por el desastre del Trío Los Panchos (de infausto recuerdo) y a partir de ahí todos los parches que se quisieron poner (mención especial para el caso Bullock) no hicieron sino agravar la mala salud del enfermo. De donde no hay no se puede sacar, pero lo que nunca pudo reprochárseles fue que no lo intentaran, que no se dieran cabezazos contra la pared, que no pelearan incluso más contra sí mismos que contra los demás. Aquel equipo consumó su descenso (virtual), y lo que en tantos otros campos en similares circunstancias suele ser llanto y crujir de dientes, gritos de mercenarios, apelaciones a la genitalidad de sus jugadores e incluso lanzamiento de huevos sobre sus cabezas en algún caso concreto, aquí en cambio fue que salgan los toreros, uououó. Que salgan los toreros, porque la gente entendió que habían hecho todo lo que habían podido, que ellos no tenían la culpa, que en todo caso no eran la causa sino la consecuencia del problema. Que salgan los toreros, y los toreros avergonzados no querían salir pero al final no les quedó más remedio porque la gente de allí no se iba, que salgan los toreros, uououó, aún hoy estarían cantándolo de no haber salido. Salieron rotos y la ovación que se llevaron les rompió más todavía al descubrir finalmente que aquel era un club distinto, un club en el que las victorias y las derrotas (aún con descensos de por medio) no importaban tanto como la manera de lograrlas. Que salgan los toreros…

Hoy ya no quedan toreros. Hoy sólo quedan temporeros, deshechos de tienta, queda una política de fichajes consistente en dejar pasar el verano para luego traerse deprisa y corriendo lo que no ha querido nadie, salvo excepciones. Fichar por fichar, ya que se han ido estos tendremos que traernos a otros más que nada para rellenar los huecos y que así parezca que hacemos algo. Pasémonos tres meses fichando a Marcos Mata para que luego cuando llegue la hora de la verdad escoja finalmente (con buen criterio, dicho sea de paso) marcharse a orillas del Guadalquivir. Traigámonos en su defecto a Rabaseda, parecía una buena idea (la única) pero ha resultado ser el principal ejemplo de ese extraño fenómeno según el cual cada jugador que cruza por la puerta del Ramiro empeora de manera exponencial sus registros de la temporada anterior. Este Rabaseda es infinitamente peor que aquel otro al que Pascual ponía de pascuas a ramos en el Barça (y no digamos ya el que pasó por el Fuenla), pero no es un caso aislado: Quino Colom (que nunca fue santo de mi devoción, dicho sea de paso) está también a años luz del de Fuenlabrada, al igual que (el hijo pródigo) Miso no es ni la sombra del de Murcia, al igual que… Misterios sin resolver.

¿Por qué sucede esto? ¿Por qué hay equipos que mejoran por sí solos las prestaciones de quienes los integran (mismamente Estudiantes fue uno de ellos, no hace tanto tiempo), y sin embargo hay otros en los que todo parece volverse del revés? ¿Es sólo cuestión de (esa cosa tan etérea que llaman) química, o hay algo más? Miren, yo no creo en eso de los mercenarios como tampoco creo en que los jugadores sientan (o no) los colores, los jugadores son meros profesionales como usted o como yo en nuestros respectivos trabajos (si los hubiere). Pero sí creo en una cosa que se llama implicación, que puede hacer que en un momento dado (y aún con el mismo sueldo, o menor incluso) rindas más en un sitio que en otro porque te encuentres más a gusto, porque te traten mejor, porque te sientas más identificado con el proyecto, por lo que sea. O viceversa. En este Estu no parece que haya nadie identificado con el proyecto por la sencilla razón de que tampoco parece haber un proyecto con el que identificarse. El resultado es que los jugadores se visten, saltan a la cancha, cumplen con el trámite, les meten de treinta, se duchan y se marchan mientras el entrenador se queda en la sala de prensa echándole las culpas al empedrao (que ya quisieran muchos tener un empedrao como el nuestro, dicho sea de paso). Cero implicación, cero pasión, pura rutina.

¿Qué tendrá este Estudiantes que quien puede irse se va, que todo aquel que llega huye despavorido en cuanto se le presenta la ocasión? ¿Qué verán en esos despachos enmoquetados, qué impresión sacarán de todas esas facciones directivas tirándose a degüello y buscándose la yugular (una de las más acendradas tradiciones de este club)? Jugadores, técnicos de mayor o menor nivel, directores deportivos, empleados varios, público en general. Ya hasta se nos van antes de llegar como fue el caso del presunto salvador Morris Finley, se asomó y fue como si hubiera visto un fantasma o el anuncio de la lotería (más o menos fue por esas fechas), pies para qué os quiero. Eso sí, no pudo salvarnos Finley pero al menos pudimos quedarnos con Uros Slokar, el pichafría por antonomasia, justo lo que necesitábamos. Entre los que huyeron como de la peste, los que están como si no estuvieran, los que están en cuerpo pero no en alma (que ésta igual se les quedó en Atlanta) y los que entraron en Estudiantes pero Estudiantes no entró en ellos, el resultado total no puede ser más prometedor.

Hay desde hace meses en las redes sociales un debate que se pregunta si para este viaje hacían falta alforjas, si puestos a hacer el papelón no habría sido mucho mejor y más productivo hacerlo con gente de la casa. O como diría aquel, que si hay que fichar se ficha, pero fichar pa ná es tontería. Es así de sencillo, puestos a perder de treinta prefiero hacerlo con los chavales, pringaré igual pero al menos no tendré la sensación de estar traicionándome mientras lo hago. ¿Que la cantera no es lo que era? Pues tal vez, pero la única manera de comprobarlo es poniéndoles a jugar. Quizás puedas perder de cincuenta un día pero lo mismo al siguiente pierdes de treinta, al otro de diez, después quién sabe. Lo mismo en la Penya (permítanme la comparación) también pensaron que la cantera no es lo que era antes de atreverse a poner a Vives o Sans, quizás también lo pensaran en su día antes de alinear a Llovet, Ventura o Barrera, quizás incluso algún iluminado lo pensara antes de Rudy o Ricky (hay gente pa tó), si quieren sigo remontándome aún más atrás. La Penya, no estará de más recordarlo, también pasó su viacrucis a mediados/finales de los noventa, también vivió por encima de sus posibilidades, también cayó a los infiernos después de haber tocado (y ganado) el cielo de la Euroliga. Hoy no diré que su situación sea boyante porque no lo es en absoluto, pero al menos en el plano deportivo saben lo que quieren y sientan las bases para conseguirlo sin dejar por ello de ser fieles a su filosofía. Ojalá todos pudiéramos decir lo mismo.

Dicen que cuando llegas al fondo del pozo ya sólo cabe ir hacia arriba (otro mero principio físico) pero ese sigue siendo el principal problema, no sabemos aún dónde está ese fondo, mal podremos repuntar cuando todavía no hemos acabado de caer. Algunos creen que ese fondo es la LEB pero yo no concibo esa razón, la LEB no es más que otro escalón más abajo del cual aún hay más, obviamente no me refiero a la EBA sino a ese otro fondo del que ya no se sale ni se repunta y que se llama (miedo me da escribirlo) desaparición. No me quiero poner trágico (aunque ya me haya puesto) pero creo que hay cosas mucho peores que perder la categoría y una de ellas es perder la identidad, a la ACB siempre se puede volver (en el supuesto de que alguna vez llegue a consumarse algún descenso) pero la identidad es mucho más difícil de recuperar. Aquello que decía el bolero, alma corazón y vida, esas tres cositas nada más te doy, de las dos primeras no queda ni rastro y la tercera ya veremos cuánto nos dura. Aquel primer equipo de muchos y segundo de casi todos va camino de convertirse en el equipo de nadie más allá de los fieles, sólo hará falta que siga existiendo para que aún podamos seguir manteniendo esa misma fidelidad. Pero se ha dilapidado capital humano, se ha dilapidado capital social (por no hablar del capital económico), se ha dilapidado imagen, se han echado a perder las sensaciones, los sentimientos y las emociones de toda aquella gente que un día se hizo de este club (aunque fuera en segundas nupcias) por la sencilla razón de que era completamente diferente a todos los demás. Hoy este Estu es una ruina, un mero esqueleto, apenas un pálido reflejo de aquello que fue, eso es todo lo que nos queda. Veremos por cuánto tiempo.

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José Díaz en twitter: @zaid5x5

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