La hora de Paniagua: Ganar la gloria, perder el alma
El equipo masculino de baloncesto de la Universidad de Kentucky logró el otro día su octavo campeonato de la Liga NCAA. Se queda así a tres títulos de la mítica UCLA y ya le saca tres títulos a la tercera universidad en el ranking de campeonas, Indiana, que posee cinco.
Kentucky es, sin duda, uno de los equipos universitarios más históricos de los Estados Unidos. Entre los años 40 y 50 del siglo pasado, el legendario entrenador Adolph Rupp elevó el listón hasta niveles estratosféricos logrando cuatro de esas ocho banderas de campeones de la NCAA que cuelgan del techo de la impresionante Arena que lleva su nombre. Pero el Coach Rupp no solo dejó en Kentucky una impronta para la eternidad sino que su figura ha sido una suerte de sombra muy alargada ante la que se han ido midiendo todos los entrenadores que han ido pasando por el banquillo de los Wildcats después que él. Desde Joe B. Hall, que logró un título en 1978, hasta Rick Pitino –hoy entrenador de Louisville, el eterno rival estatal- que ganó otro en el año 96, pasando por Tubby Smith, que obtuvo el séptimo en 1998, hasta este de 2012 logrado con John Calipari al frente de la nave azul.
El Entrenador John Calipari ha logrado este año, por fin, su primera corona en la NCAA y el objetivo último para el que se le fichó en Kentucky: devolver los días de gloria del pasado al campus de Lexington. Los rectores de la universidad sabían bien lo que hacían cuando le contrataron: sabían que Calipari podía hacerlo más rápido y mejor que nadie. A sabiendas de que lo haría -de que lo está haciendo, de hecho- por todos los medios necesarios.
John Calipari posee en su curriculum vitae muchas victorias con los equipos universitarios de Massachusetts y de Memphis. Escuelas en las que, como es bien sabido, fue dejando un reguero de suspensiones por violaciones, más o menos flagrantes, a las normas de la NCAA: particularmente a las que regulan el reclutamiento de jugadores. Sin embargo, como protegido por una especie de manto invisible de invulnerabilidad ante las trampas, Mr. Calipari, jamás ha sido siquiera amonestado por la Liga NCAA a causa de todas esas contravenciones a las reglas. La NCAA tan solo se ha limitado a borrar aquellas victorias del palmarés; como si pretendiera convencernos de que todo aquello nunca sucedió en realidad.
Semejante tropelía es solo tan una pequeña muestra de la hipocresía en la que habita esta NCAA moderna. Una entidad que todavía, a estas alturas de la película, sigue vendiendo al mundo la entrañable historia de unos estudiantes-atletas que son la esencia de todo el entramado. Una entidad que sigue viviendo la fantasía de que gobierna una liga verdaderamente amateur y de que es el último reducto del deporte verdaderamente limpio y puro.
Un ejemplo palmario de estas mentiras mil veces repetidas es, precisamente, esta Kentucky campeona. Es muy cierto que, a pesar de los esfuerzos investigadores de algunos periodistas del prestigioso diario local Lexington Herald Leader, no hay, al día de hoy, pruebas fehacientes de que los jugadores de esta promoción de 2012, ni tampoco de ninguna anterior bajo el mando de Calipari, hayan recibido dinero o prebendas por parte de nadie. Pero tanto esta promoción de 2012 como las anteriores bajo el mando de Calipari, han tirado por tierra, día a día, ese concepto que nos lleva vendiendo durante siglos –literalmente- la NCAA: que estos chicos están en el campus para estudiar y para hacer deporte. En ese orden.
Muchos dedos apuntan a John Calipari por el uso de jugadores que están solo un año en la universidad: la Liga NBA exige una edad mínima de acceso a su competición, no lo olvidemos. Está sobradamente probado que estos chicos, en la inmensa mayoría de los casos, ni siquiera pisan un aula durante los diez meses que habitan en el campus. A estos chavales se les denomina en América los "one-and-done" (literalmente, los "uno-y-se-acabó"). Son chicos superdotados para el baloncesto que se apuntan un año a una universidad para cumplir con las normas de la Liga Profesional, para mejorar sus habilidades y para llegar más pulidos a la NBA. Casi ninguno de estos chavales puede decir con absoluta certeza cuál es la capital de Canadá, por supuesto. Pero es que esa no es la razón por la que esos chicos se apuntan a Kentucky.
De todos modos, y aunque no se trata aquí de romper una lanza a favor de nadie, es justo decir que el Coach Calipari no ha creado esta situación; que él no ha inventado estas normas. De hecho, ni siquiera ha sido el primero en usarlas. (Hablaremos sobre ello en una próxima columna, por cierto).
El Coach John Calipari simplemente se aprovecha de estas reglas y las usa para su propio beneficio. Y, por supuesto, para darle mayor gloria y honor a la universidad que le paga: y que le paga muy bien, por cierto. Una institución académica, Kentucky -como antes Memphis y como antes Massachusetts- que, al firmarle un millonario contrato al entrenador, compra no solo sus (excepcionales) habilidades como reclutador y su probada experiencia como formador de jugadores jóvenes sino que compra, también, la posibilidad de ganar el oro; de recuperar la gloria perdida. Aunque, en ese proceso, la Academia venda su ánima al diablo.
Imagino que para los rectores de la universidad todo esto vale la pena. Supongo que la abstracción mental que hacen resulta bastante obvia: si al final los chicos de Calipari cortan la red en el día de los días, poco importa que, en el camino hacia ese oro fáustico, la institución pueda haber perdido su propia alma.
--
Miguel Ángel Paniagua (publicado en GIGANTES)
Miguel Ángel Paniagua en Twitter: @pantxopaniagua