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Tudela, la Navarra más suculenta

Tudela no sólo es una de las mayores ciudades navarras sino también un excelente destino turístico.

Tiene Tudela algunas cosas curiosas en su historia: es hasta donde se me alcanza la ciudad más importante que fue fundada por los musulmanes y que pervive; y fue también la última villa de la península que se incorporó a la corona de España, al ser conquistada por Fernando el Católico al final de la guerra en la que se anexionó el reino de Navarra.

Es difícil, por mucho que la propaganda turística tire de tópicos, deslindar si queda algo de esos dos hechos en la Tudela actual, pero tampoco tiene mayor importancia a la hora de viajar y disfrutar de una ciudad agradable, con un entorno envidiable y, para coronar el conjunto, una gastronomía muy apreciable.

Cerca de las Bardenas

Para empezar hablaremos un poco de la naturaleza, de la que ya comentamos algo por aquí hace algún tiempo: muy cerca de Tudela están las Bardenas Reales, uno de los paisajes más llamativos y atractivos de España, con impresionantes posibilidades para el senderismo o para otros tipos de deportes activos, como recordaréis por mi paseo en Segway.

De vuelta a la ciudad, el buen viajero se dirigirá a su zona histórica y es recomendable que lo haga a través de la Plaza de los Fueros, una preciosa plaza mayor porticada en la mejor tradición española, en la que además se pone la guinda con un muy bonito kiosco de música colocado, como mandan los cánones, justo en el centro y cara a cara con la llamada Casa del Reloj.

Construida en el S XVII, de esas plazas que transmiten una agradable sensación de orden y tranquilidad, en la que incluso en pleno mes de febrero se podía disfrutar de una temperatura agradable y un sol delicioso, comiendo o tomando un café o simplemente charlando en las terrazas junto a los soportales. Tengo la idea, no sé si cierta o no, de que esas plazas son parte esencial del ritmo de vida pausado y placentero de las ciudades pequeñas de provincias como Tudela.

Catedral

Tiene Tudela su propia catedral, no demasiado grande pero hermosa, gótica, alta y, sobre todo, con un patrimonio artístico de los que llama la atención. Así, cuando entren en la amplia nave les llamará la atención poderosamente el espléndido y sorprendente retablo mayor, una verdadera obra de arte.

De finales del S XV estilo gótico hispano flamenco, según leo por ahí. En una estructura lujosísima de maderas doradas se encontramos unas pinturas excelentes, verdaderas obras maestras que uno no se sorprendería de ver y admirar en cualquier museo.

El punto arquitectónico más espectacular de la catedral es, probablemente, el claustro románico, de finales del S XII, y con una espectacular colección de capiteles escultóricos. Visitarlo es una auténtica gozada para el viajero que pueda disfrutarlo, como yo lo hice, en un día entre semana en el que todo el claustro era para nosotros, sin más turistas ni ruidosas excursiones escolares.

Callejuelas

Alrededor de la catedral está la zona más antigua de Tudela, desordenada y laberíntica como corresponde a su origen medieval y quizá musulmán. Siguiendo las calles estrechas y con casonas y palacios se va bajando hasta el río, un Ebro que discurre ya grande, con aguas turbias y una anchura que impresiona, sobre todo cuando sabemos lo lejos que está aún de su llegada al mar.

Incluso en el casco viejo encontraremos otra cosa llamativa de Tudela: gracias a una especie de festival de arte anual muchas paredes tienen grandísimos murales pintados, en estilos muy diferentes y, depende de cuál, bastante interesantes. Más allá del valor artístico de cada mural, lo que es interesante es el contraste que hacen, sobre todo con los viejos edificios de la zona.

Por último, aunque eso implique ir de la pare más baja a la más alta, el recorrido por Tudela puede terminar en otro de los elementos característicos de la ciudad: la Torre Monreal, en un cerro que domina la ciudad y al que, se lo aseguro, hay que sudar para llegar.

Se trata de una construcción peculiar, de origen árabe al parecer, y que hoy en día es una torre octogonal, ni muy bonita ni muy fea, que cobró su aspecto actual en el S XIX. Probablemente, lo mejor son las vistas… y la satisfacción de llegar a la cima de la cuesta.

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