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La hora de Paniagua: The Wire

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El sitio TMZ, una página web norteamericana dedicada al cotilleo en su versión más corrosiva , aunque justo es decir que de una fiabilidad hasta ahora inapelable, informaba esta semana pasada de que un juez ha ordenado el embargo de las cuentas bancarias de Allen Iverson, la exestrella de la NBA. Al parecer AI compró abalorios de gran valor –se dice que se gastó cerca de un millón de dólares en artículos de joyería de lujo- que, obviamente, no pagó.

Siempre he sostenido que el mayor reto que tienen muchos deportistas de alto nivel después de su retirada, sobre todo aquellos que están faltos de la fuerza mental necesaria para afrontar ese infinito "day after" que se les viene encima una vez que cuelgan las botas, es llenar las horas del día. Es aprender el difícil arte de convivir con ese silencio de piedra pómez que rodea su nueva cotidianidad y que choca contra el sonido de miles de gargantas que un día aclamaron su nombre y que todavía resuena fuerte en lo más profundo de sus mentes.

Allen Iverson ganó unos 160 millones de dólares durante su –en ocasiones- formidable carrera de quince años en la Liga NBA. Los pronósticos más optimistas de los analistas financieros dicen que al hombre le queda ahora, aproximadamente, un 1 por ciento de esa cantidad en sus cuentas bancarias. Los más pesimistas aseguran que se lo ha pulido todo. No es imposible: si algo nos enseña la historia sobre estos juguetes rotos del mundo del deporte es que es posible dinamitar 160 millones de dólares –e incluso más- si uno pone cierto empeño en ello. Y AI, desde luego, lo ha puesto.

Quede claro, amigo lector, que esta columna no pretende ser apologética hacia Allen Iverson. En absoluto. Aunque solo sea por los nuevos jugadores que vendrán detrás de él, por esos chavales que juegan en los parques o en las canchas de su pueblo o de su ciudad y que todavía le tienen como ídolo, es preciso señalar, y lo hago explícitamente, que Allen Iverson se equivocó. Rotundamente. Totalmente. Podía haber sido uno de los más grandes; podía haber unido su nombre al de otras leyendas del deporte, pero lo malgastó todo y se quedó en eso que los americanos denominan un "could have been"; en un "pudo haber sido".

La ciudad en la que jugó y rindió mejor durante sus años de oro, Filadelfia, le veneró casi como a un dios pagano. Sus Sixers ganaron muchos partidos y Allen Iveson consiguió ser el máximo anotador de la liga, liderar a su equipo en seis series de playoffs y comandar a un puñado de jugadores eminentemente secundarios hasta una final de la NBA. Y llegó a ser, también, el antihéroe de la Liga. Marcó tendencia al abrazar la cultura y el look del hip hop hasta conseguir que muchos acabaran anatomizándole por ello: en una confusión bastante rotunda entre el jugador, la cultura del hip hop, y la cultura gansteril, dicho sea de paso. Y Allen Iverson se convirtió entonces en un antisistema en la Liga más sistematizada del mundo.

Estoy seguro de que casi todos los problemas que ahora acechan a AI se los ha buscado él mismo. Y estoy igualmente persuadido de que casi todas las heridas de su alma, que ahora le sangran a borbotones, se las ha infringido él mismo también. Pero, a pesar de todo, yo continuaré teniendo un punto de simpatía hacia la figura de Allen Iverson.

Por una razón: porque, aunque equivocado, Allen Iverson jamás traicionó sus principios.

En una ocasión, cuando AI estaba ya en el ocaso de su carrera en la NBA, le comparé en un artículo, creo recordar que para el portal Solobasket, con Omar, el singular personaje de la magnífica serie de televisión "The Wire". Omar era, por cierto, el personaje televisivo favorito del Presidente Barak Obama según confesó el propio líder del mundo libre en alguna ocasión.

Hoy, sigo pensando en esa similitud entre Omar y Allen casi con más fuerza que antes. Y es que las analogías entre ambos, el delincuente de la serie y el base de la Liga NBA, son muy evidentes. Al igual que el personaje de Omar en "The Wire", Iverson no se traicionó nunca, ni tampoco traicionó a otros: ni en lo personal, ni en lo profesional. Y al igual que el implacable Omar de las calles de Baltimore, el Iverson de la NBA se movió de acuerdo a sus propios códigos y siempre fue consecuente con ellos. Además, ambos, Omar y Allen Iverson, se convirtieron en héroes -mejor dicho en antihéroes- y en iconos posmodernos para una parte de la población estadounidense: que seguramente ya estaba hasta la coronilla de tanto héroe de cartón piedra.

Tal vez Omar y Allen Iverson sean héroes por la era en la que les tocó vivir. En una época como esta en la que cada vez es más difícil distinguir a los buenos de los malos, en estos tiempos en los que la gente usa sus principios de ese modo que tan sabiamente describía el gran Groucho Marx: "Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros", choca mucho que alguien, incluso tipos tan genuinamente outsiders como el Omar de "The Wire" o el Allen Iverson de los Sixers de Filadelfia, vivan, se hundan, o mueran sin traicionar jamás sus principios.

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Miguel Ángel Paniagua (publicado en Gigantes)

Miguel Ángel Paniagua en Twitter: @pantxopaniagua

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