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La hora de Paniagua: The Cream Team

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En los últimos días, y a medida que se acerca la pretemporada 2012-2013 de la NBA, muchos aficionados me preguntan, sobre todo a través de Twitter, acerca de los Timberwolves de Minnesota. En realidad, me preguntan sobre la plantilla que han juntado los Wolves para esta temporada. A muchos de ellos les choca que haya en diez jugadores de raza blanca: o de raza caucásica, en su acepción políticamente más correcta.

Vaya por delante que conozco personalmente a Rick Adelman, el magnífico técnico de los Timberwolves, desde hace más de 25 años, justo cuando el  hombre era segundo entrenador del Portland y el difunto Fernando Martín consiguió ganarse un puesto en la plantilla de los Trail Blazers. Pues bien, y aunque siempre me enseñaron que es mejor no poner la mano en el fuego por nadie, puedo asegurar, sin ningún temor a equivocarme, que no hay ni un solo miligramo de orientación racista en Rick Adelman. A él, como a todos los entrenadores, desde el que lleva al más modesto equipo alevín en Lyon hasta el técnico que dirige al conjunto ganador de la Euroliga, de la CBA o de la NBA, le importa solo una cosa: ganar. Y para ganar, los entrenadores suelen poner a sus mejores jugadores, o a los que ellos creen mejores, sobre el parqué

Parece evidente que el baloncesto profesional estadounidense, la NBA, goza de muy buena salud: a pesar del duro lockout que vivió el año pasado. La Liga ha crecido exponencialmente  durante los últimos treinta años hasta convertirse en un fenómeno global. Un logro al que han contribuido los Jordan, los Magic, los Bird, los Kobes y los LeBrones de este mundo, pero al que también han ayudado jugadores internacionales procedentes de los cinco continentes como Yao Ming, Nowitzki, Gasol, Parker, Ginobili, Ibaka o Bogut, entre otros.

Sin embargo, en la NBA hay un perfil demográfico que está en clara recesión desde hace bastante tiempo: el jugador estadounidense de raza blanca.

De acuerdo a las últimas estadísticas compiladas al respecto (relativas a la temporada 2009-2010) resulta que el 71,9% de los jugadores de la NBA eran afroamericanos, que el 18,3% eran jugadores extranjeros, y que solo el 9,9% eran jugadores norteamericanos de raza blanca. Eso da una media de un jugador blanco por equipo. Más: en esa temporada 2009-2010 había cuatro plantillas que no contaban con un solo jugador de raza blanca. Ítem más: de los 26 equipos restantes, solo tres de ellos tenían dos o más jugadores caucásicos en su plantel.

Es bien sabido que Kevin Love, precisamente jugador del Minnesota, fue, y muy merecidamente además, All-Star de la NBA el año pasado. Pues bien, Love fue noticia, por encima de cualquier otra historia, porque habían pasado ocho años desde que otro jugador blanco -Brad Miller, en 2004- se apuntara al All Star. Otro dato curioso: el último caucásico que consiguió ser titular en un Partido de las Estrellas de la NBA fue John Stockton. Ocurrió en 1997.

Otra evidencia clara que se extrae de las estadísticas tabuladas en 2010 es la aparente maldición que sufren los buenos jugadores blancos de la NCAA cuando dan el salto a la Liga NBA. La inmensa mayoría de los jugadores caucásicos que son figuras en el baloncesto escolar, y luego en el universitario, suelen acabar encontrando acomodo en programas de altísimo nivel de la Liga NCAA, tales como Kansas, Duke o UNC. Pero casi todos ellos tienen una transición extremadamente complicada a la NBA. Me refiero a hombres como Laettner, Redick, Morrison o, más recientemente, Fredette. Todos ellos fueron All-Americans de la NCAA en su momento -y alguno de ellos más de una vez, por cierto- pero su impacto en la Liga NBA fue, o es, bastante limitado. Y aunque es cierto que mucho de estos jugadores blancos que destacan en el baloncesto colegial encuentran un puesto de trabajo estable en la NBA, no es menos cierto que la mayoría lo encuentra como especialistas; casi nunca como verdaderas estrellas de un equipo.

Tal vez por todo esto, le resulte curioso a muchos aficionados que estos Minnesota Timberwolves de 2012 tengan diez jugadores caucásicos –once si contamos a Hummel- en su plantilla. De hecho, y como aquí el que no corre vuela, algún avispado reportero de Minneapolis ya ha bautizado a esta plantilla como “The Cream Team”, (“El Equipo Crema”), en un juego de palabras que, en su versión inglesa, hace rememorar al Dream Team: el equipo olímpico estadounidense que iluminó al mundo en los Juegos Olímpicos de Barcelona-1992.

Aunque el asunto de las distintas razas todavía no es perfecto en los Estados Unidos, resulta evidente que las cosas han mejorado mucho en la NBA desde los años 60 y 70 del siglo pasado. De hecho, el Presidente Barack Obama es hoy en día no solo el primer presidente afroamericano en la historia de la Unión, sino también el “poster boy” de una nueva generación de deportistas que, por lo menos en la NBA, es cada vez más numerosa: los hijos de matrimonios interraciales. Lo que en lengua española conocemos como mulatos.

Deron Williams, Jason Kidd, Kris Humphries, Blake Griffin, Stephen Curry o el propio Joakim Noah son jugadores mulatos cuyo impacto es importante en sus equipos. Y aunque los mulatos son todavía un grupo relativamente pequeño en términos de población en la totalidad del país, los hijos nacidos de relaciones interraciales van creciendo de manera exponencial a medida que los Estados Unidos avanzan hacia la aceptación total y hacia la comprensión mutua entre razas. Un dato elocuente: en el censo de 2010, 1.600.000 estadounidenses se definieron como “blancos” y “negros” a la hora de especificar su raza; un crecimiento de un 134 por ciento en relación con el censo previo realizado en el año 2000.

Por otro lado, es destacable la cada vez más numerosa presencia de jugadores internacionales en la NBA: jugadores cuyas historias de superación y de lucha para acceder a la mejor liga de baloncesto del mundo no son sino la plasmación del “Sueño Americano” en su versión baloncestístistica. La presencia de jugadores foráneos en la Liga NBA no solo ha ayudado a mejorar el nivel del juego sino que también ha ayudado, y mucho a mi juicio, a superar toda esa vaina de “la gran esperanza blanca”. Afortunadamente, cada vez se maneja más la idea, mucho más universal y cosmopolita, de “la gran esperanza del baloncesto americano”.

Mucha gente mira al gran Larry Bird, el que fuera sensacional alero de los Boston Celtics, como al último gran jugador blanco, como a la última gran esperanza blanca, del baloncesto norteamericano. Obviamente, jugadores como Larry Bird aparecen una vez cada doscientos años –año arriba, año abajo- y se convierten en iconos. Resulta que el extraordinario Larry era un chaval blanco, procedente de la zona más rural de la Indiana rural, que consiguió cautivar los corazones de mucha gente: aficionada o no al baloncesto y con independencia de raza, religión o estatus social.

Sin embargo, y esto lo digo totalmente convencido, espero que Larry Bird haya sido el último gran jugador blanco de la NBA.

Creo que eso es, precisamente, lo que nos propone Rick Adelman este año. Trascender la raza. Que importe poco, o nada, el color o el  país de procedencia de sus jugadores. El Coach Adelman, simplemente, cuenta en su plantilla con diez jugadores –que ocurre que son blancos-  a quienes él considera los más adecuados para intentar plasmar su propuesta táctica en el campo. Que es, según nos ha dicho él mismo hace bien poco, “jugar bien” y “hacer algo diferente en la cancha”.

Me apetece mucho pensar en un baloncesto NBA en el que jueguen los mejores; los más dotados. Da igual si son blancos, negros, mulatos o amarillos. O si son españoles, croatas, californianos o congoleños. Me apetece mucho pensar en un baloncesto NBA que demuestre a la sociedad estadounidense –que nos demuestre a todos- que el éxito ha de estar basado, únicamente, en las habilidades y en los dones de cada uno. No en la pigmentación de la piel.

Miguel Ángel Paniagua (publicado en GIGANTES)

Miguel Ángel Paniagua en Twitter: @pantxopaniagua

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comentarios
1 Paco, día

Grande una vez más... mezclando principios morales con nuestro amor por el baloncesto.

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