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La Hora de Paniagua: El rey Lear en el Sur de California (2ª Parte)

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"El más anciano padeció más que nosotros; los jóvenes no veremos todo lo que él vio ni viviremos tanto". ("El Rey Lear", de William Shakespeare).

ACTO I.- EL PADRE

El Doctor Jerry Buss siempre ha sido un dueño singular dentro de la fraternidad de propietarios de franquicias de la Liga NBA. Cuando este doctor en Ciencias Químicas reconvertido en exitoso hombre de negocios inmobiliarios compró los Lakers, a finales de los años 70, aterrizó en una cofradía selecta de hombres muy ricos, pero también muy serios. En aquellos tiempos, la mayoría de los propietarios de clubes de la NBA eran gentes que se habían hecho a sí mismas y que pertenecían a la llamada "Gran Generación Americana". Muchos de esos millonarios que poseían entonces clubes de la NBA habían luchado en la Segunda Guerra Mundial, tanto en el frente europeo como en el del Pacífico, para liberar al mundo del yugo fascista. La gran mayoría de ellos, una vez de vuelta en casa, habían hecho sus fortunas en negocios tangibles, en empresas nada o muy poco especulativas. Aquellos hombres se dedicaban, básicamente, a crear cosas que uno podía tocar con las manos; empresas que generaban empleos para otros. Aquellos hombres jamás se hubieran atrevido a partir en trocitos ninguna de sus compañías para luego vender esos pedacitos al mejor postor. No había en aquella época, entre los dueños de la NBA, ni especuladores bursátiles, ni millonarios instantáneos gracias a pelotazos de las empresas punto.com, ni había tampoco prestamistas al por mayor. Eso vino después y la Liga NBA está llena de propietarios con esos perfiles ahora.

Los propietarios de clubes NBA pertenecientes a la generación del Doctor Buss eran, en su inmensa mayoría, hombres adustos y rigurosos. Por ejemplo, y cito solo a tres de los que conocí en aquellos tiempos, Abe Pollin, ex dueño de los Wizards de Washington, Bill Davidson, expropietario de los Pistons de Detroit y Larry Weinberg, expatrón de los Trail Blazers de Portland. Estos tres hombres eran, incluso para mi gusto particularmente austero, excesivamente sobrios en su modus operandi cotidiano. Por muy ricos que fueran, por muy bien que les hubieran ido los negocios en la vida, la máxima por la que se conducían aquellos hombres por la visa era la del "no show offs"; o sea, "no hacer ostentación", en traducción libre.

El Doctor Jerry Buss, tan hecho a sí mismo como cualquiera de sus compadres de esa época, siempre tuvo, sin embargo, ese punto hedonista que en los Estados Unidos se identifica mucho con la ciudad de Los Ángeles, con el glamour de Hollywood y con esa culturita de cartón piedra que parece impregnar cada rincón de la ciudad de las estrellas. En ese entorno no es de extrañar que el doctor Buss no solo prosperara en sus negocios inmobiliarios sino que se convirtiera en una celebridad habitual del "Todo Los Ángeles".

El Doctor Buss también tenía (tiene) una pasión mucho más cercana a los hombres comunes y mucho menos ricos que él: las mujeres. Y más en particular, las mujeres jóvenes. Y, más en particular aún, las mujeres muy jóvenes y las todavía más jóvenes. De ese frente se ocupaba siempre su íntimo amigo Hugh Heffner, el dueño del conglomerado empresarial "Playboy". Mr. Heffner le facilitaba al dueño de los Lakers los contactos necesarios con exconejitas, conejitas y aspirantes a conejitas de la célebre revista masculina. Cuenta el periodista y escritor Scott Osler, uno de los "insiders" que mejor conoce por dentro los Lakers, y al propio Doctor Buss, que el hombre guardaba –guarda- un álbum con fotos de todas las muchachas con las que ha estado y que suele mostrarlo orgulloso a propios y a extraños.

Pero, afortunadamente, esta pasión por las chicas del imperio del conejo (con perdón) no distrajo jamás al Doctor Buss de su tarea al frente de los Lakers: más allá de costarle un divorcio de su primera mujer y algún que otro disgusto bastante serio con su segunda esposa. La filosofía del Dr. Buss como propietario de los Lakers fue la de dejar hacer su trabajo a los que realmente sabían: Jerry West, Pat Riley, Mitch Kupchack, Ronnie Lester y el resto de ojeadores del club. E incluso, durante un tiempo desgraciadamente muy corto, Phil Jackson y Tex Winter.

Pero, sobre todo, la seña de identidad más característica del Doctor Buss como propietario de los Lakers fue la de pagar siempre el dinero necesario –y en bastantes ocasiones mucho más del necesario- para construir un equipo campeón.

Una nota a este respecto: aunque Jerry Buss siempre ha tenido mucho dinero, nunca ha sido uno de los dueños de clubes de la NBA que más dinero ha tenido. De hecho, en una supuesta clasificación de millonarios dentro de esa fraternidad de propietarios, el doctor Buss siempre estaría entre los últimos. O incluso el último. Y sin embargo, siempre se gastó mucho más de lo que cabría esperar bajo unos parámetros contables mínimamente rigurosos.

Es bien sabido que los Lakers llevan muchos años siendo uno de los principales contribuyentes a ese temido impuesto de lujo que impone la NBA y que obliga a pasar por caja a todo aquel club que se excede en el tope salarial. Los Lakers del Doctor Buss se han pasado –y a lo grande además- de ese límite año sí y año también. Llegando incluso, y en no pocas ocasiones, a doblar la cantidad máxima establecida para nóminas por la Liga NBA y por el sindicato de jugadores, NBPA, en los correspondientes Convenios Colectivos.

Las secuelas de todo este estipendio un tanto irracional del Doctor Jerry Buss en aras a construir un equipo perennemente ganador en la NBA, está marcando, y de manera muy evidente además, el modus operandi de sus hijos en la franquicia angelina.

Aunque, quizás, mucho más que el ahorro financiero, el modo de operar de sus herederos en los Lakers esté marcado por un tema que es recurrente en la obra del Bardo de Avon y que, por supuesto, aparece también en "El Rey Lear": la venganza.

(Continuará)

 

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Miguel Ángel Paniagua (publicado en Gigantes)

Miguel Ángel Paniagua en Twitter: @pantxopaniagua

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