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¿Qué les pasa a las series españolas?

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Sea cual sea la contingencia que impide el despegue de la ficción televisiva española, precisamente en un momento en el que –se ha dicho hasta la saciedad- la narración televisiva se expande hacia nuevas posibilidades y públicos, lo cierto es que los productos televisivos patrios no encuentran la manera de convertirse en uno de esos fenómenos capaces de maravillar a crítica y público, o simplemente regirse en base a una historia más o menos articulada.

Y para muestra, echemos un vistazo a un puñado de botones. Las malas críticas a la mayoría de productos destinados a la pequeña pantalla se ejemplifican en la atroz recepción de Cheers, probablemente la última gran apuesta televisiva de una cadena privada española. La serie dirigida por Manuel Gómez Pereira ha obtenido una audiencia sólo suficiente en sus primeros capítulos, pero la reacción de crítica y público ha sido peor que mala, lo que no augura un futuro demasiado esperanzador.

Uno de sus protagonistas, Antonio Resines, reaccionó con desconcierto ante la guasa con la que la audiencia recibió este remake de la serie de los ochenta, ideada por James Burrows y protagonizada por, entre otros, Ted Danson. En la Cheers española apenas hay rastro de la sitcom que le dio origen. Al contrario, la versión pata negra aparece remozada con todos los vicios de ese falso costumbrismo que exhiben las series españolas, pese al sustento de un precedente ilustre.

Cheers es la última expresión de una de las imposiciones más brutales a los creadores audiovisuales televisivos. La máxima de satisfacer a cuanto más público, mejor, se torna en la ficción televisiva nacional en un diabólico precepto que impide respirar a los guionistas. Según la máxima del multitarget impuesta desde arriba, todo el público que se congrega ante la caja tonta en horario de máxima audiencia debe encontrar motivos para quedarse: hombres, mujeres, niños, ancianos, ricos, pobres y los del medio… un público tan amplio como borroso, que impide el desarrollo de tramas con una intención definida.

La segunda regla de la plantilla es igual de fatal: la duración ha de ocupar toda la franja horaria de marras, con capítulos que se prolongan hasta casi la hora y media frente a los ajustados cuarenta minutos en una serie dramática, o los veintidós de una comedia de situación clásica estadounidense.

Un hecho especialmente notorio en telecomedias exitosas como Siete Vidas o su spin-off de verdulería Aída, un esquema de todas formas más vibrante gracias a su humor descocado. Aquí no hay quien viva y su La que se avecina son otro ejemplo de que la vertiente absurda de la comedia española funciona mejor que la sentimental, pese a estar sometida a los mismos trastornos.

Un caso similar al de Cheers fue el de Felipe y Letizia. Las redes sociales encontraron en esta comedia romántica sobre la realeza española un nuevo blanco para sus bromas. Ya fuera por la interpretación de Juanjo Puigcorbé imitando a Don Juan Carlos, lo afectado de una trama sentimental que iba siempre por detrás del espectador… Aunque sea cierto aquello de que mejor que hablen de ti aunque sea mal, la miniserie de Joaquín Oristrell dio titulares que ninguno de sus responsables hubiera deseado.

Detrás de todas ellas, Los Serrano. La serie que protagonizó el siempre competente Antonio Resines es, después de Farmacia de Guardia o Médico de familia, la representación última del concepto serie española en el imaginario colectivo. Su escandaloso desenlace, en el que guionistas y productores optaron por convertir en un sueño del protagonista los cinco años de exitoso serial, ha pasado a la historia por su incompetencia. Con ello, una comedia convencional que comenzó aunando buenas reacciones de crítica y público acabó tirando por los suelos todos los acontecimientos vividos por su fiel audiencia.

El policiaco tomó aire hace casi una década gracias al éxito de CSI, serie de investigación que situó en primer término a un equipo policial cuyo metodología científica amplió las miras de las tramas procedimentales. Convertida ya en cliché por su multitud de derivados, generó series patrias como Génesis: en la mente del asesino y ahora Homicidios, protagonizada por el siempre inmutable Eduardo Noriega, con el carnet de actor caducado. La serie, un remake inconfeso de El mentalista Simon Baker, consiguió el primer puesto del Prime Time, pero en ningún caso un sorprendente éxito de crítica.

El éxito de ficciones como Perdidos y el buen funcionamiento de los motivos de ciencia ficción en series norteamericanas se ha reflejado en un producto español como es El barco. Un intento de thriller que resulta en un totum revolutum desconcertante, un refrito de ideas vistas anteriormente en series y películas mucho mejores y pasadas por las imposibles convenciones de las series españolas. Al igual que El internado, este buque insignia de Antena 3 se caracteriza por un reparto juvenil exhibiendo cacha y recitando de memoria frases de órdago, además de por una realización esforzadamente cinematográfica que no hace sino subrayar las limitaciones de producción.

Antes que ellas, algunas series con vocación más o menos histórica como Cuéntame abrieron ciertas esperanzas. La tendencia, ideología aparte, no ha logrado despegar, optando por el melodrama de la casa y cuajado sólo en culebrones de sobremesa. Por mucho que la hilarante -en el mal sentido- Águila Roja haya aprovechado ese trampolín de época para tratar de realizar un relato aventurero.

Ya hemos dicho que no todo es oscuro en el panorama español. Ficciones como Crematorio –con Pepe Sancho interpretando a un especulador sin escrúpulos- o Qué fue de Jorge Sanz -en la que David Trueba se atrevió a jugar con la realidad y la ficción a costa de su protagonista – se han convertido en fenómenos de culto de un alcance más o menos limitado, pero capaces de elaborar un discurso propio y con posibilidades de una segunda vida en el formato de venta doméstica. El ejemplo de la HBO y el cable norteamericano se revela, de nuevo, como una vía factible.

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comentarios
1 Christophe, día

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Una característica casi general en las series españolas es su manido costumbrismo en el argumento y en la forma: el “jo, tío”, el “me estás diciendo que…”. Todos los parlamentos empiezan con una muletilla para que unos actores que no han aprendido a declamar sepan cómo empezar. Los personajes son tópicos: el policía dice tacos, el anciano carraspea, y la maruja… marujea.