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'Once upon a time': los de 'Perdidos' nos cuentan un cuento

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Hollywood parece haber reparado (de nuevo) en los cuentos de hadas como material de base para sus ficciones. Después del éxito de Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton, se preparan no una, sino dos adaptaciones cinematográficas del mito de Blancanieves, así como una nueva película sobre Oz que dirige Sam Raimi. En su vertiente televisiva, Once upon a time, de la cadena ABC, viene a enganchar con esta nueva moda mitológica y a la vez a llenar en parte el hueco de la fundamental Perdidos, de la que –no por casualidad- hereda dos de sus creadores y productores, Adam Horowitz y Edward Kitsis.

Emma, una fiadora judicial de Nueva York (Jennifer Morrison, la doctora Cameron de House) recala casi accidentalmente en Storybrook, una pequeña localidad de Maine, sólo para descubrir que alli fantasía y realidad parecen ir de la mano. Y no, no estamos hablando de una pesadilla (o sueño) de un ilustre habitante de ese estado, nada menos que Stephen King: en Once upon a time, el folclore y la realidad se entremezclan a modo de realidad y… ¿ficción? en una trama en la que sus protagonistas lucharán para obtener el final feliz que Storybrook necesita.

La intriga a partir de ese momento consistirá en ver cómo Blancanieves y el Príncipe, la madrastra, Cenicienta… se descubren a sí mismos, asumen su roles en la localidad como psicólogos, policías, madres primerizas… o como la tiránica alcaldesa de Storybrook, con la que la bella Emma no tardará en labrarse una enemistad mortal. Un paralelismo que llega incluso a las palabras: a lo largo de Once upon a time, los juegos de palabras con los nombres de los personajes se suceden de forma contínua. Por citar sólo dos, Emma se apellida Swan (Cisne, en una posible referencia a un conocido cuento de hadas), de la misma manera que el espacio donde se desarrolla la acción, Storybrook, parece referirse a la traducción en inglés de libro de cuentos, es decir, Story Book (y de rebote, también a la canción de Mark Knopfler para La Princesa Prometida).

Pongámonos serios durante un párrafo: Once upon a time parece apoyarse con un pie en una obra fundamental, la Morfología del Cuento publicada por Vladimir Propp en el año 1928, y que los propios guionistas citan de manera explícita en uno de los primeros capítulos en boca de uno de sus personajes principales. Con el extenso corpus de cuentos de hadas del folclore ruso en la mano, Propp demostró la importancia capital de éstos como fuente de la cual manan todas las historias, y por tanto su valor como testimonio de la psicología colectiva. Los cuentos de hadas ofrecen una visión clara sobre cómo enfrentarse a un mundo cruel que frecuentemente no tiene sentido: respuestas básicas para preguntas básicas. Y no en vano, detrás de su utilidad como pasatiempo infantil, esconden en su seno todo tipo de terroríficas crueldades. Para demostrarlo, Propp encontró en ellos 31 hechos clave, que llamó funciones, una serie de motivos recurrentes que construyen la estructura de toda clase de historias: alejamiento, prohibición, transgresión, lucha, castigo… triunfo o fracaso sobre la adversidad.

Once upon a time es también hija de sus padres: al igual que en Perdidos, su estructura se fundamenta, o más bien se descompone, en varias líneas de acción: la que tiene lugar en Storybrook y aquella que se desarrolla en el cuento de hadas, y que se reivindica a sí misma como una realidad igualmente tangible. Esta combinación constante permite cambiar de espacio y punto de vista de forma recurrente, y contribuye a violar la linealidad del relato, es decir, tanto a anticipar hechos como reinterpretarlos, mientras se entrecruzan pasado y presente, o en este caso, realidad y cuento de hadas.

Los guionistas han hecho un severo esfuerzo para que la premisa no resulte forzada. La claridad expositiva del primer puñado de capítulos, la necesidad de plantear un concepto en apenas cuarenta minutos y además desarrollar un nudo y un desenlace con el consiguiente cliffhanger que enganche con el siguiente capítulo, ha conseguido impulsar razonablemente una idea que, por cierto, ha gozado del respaldo de la audiencia norteamericana.

Pese a la blandura general de su tratamiento, a lo largo de Once upon a Time se sucedan ideas brillantes y malévolas, todas ellas girando en torno a esa dualidad entre el mundo de la ficción y el de la realidad (y la reivindicación de la autenticidad del primero respecto al segundo) que le otorgan un hálito fantástico delicioso. En esa medida, y pese a su evidencia, no deja de tener su gracia que la bruja hechicera que somete el reino de fantasía resulte ser…nada menos que la alcadesa de Storybrook, la abiertamente diabólica Regina (Lana Parrilla).

Y son igualmente perturbadores algunos apuntes del relato visibles en el capítulo piloto, como ese reloj de la torre que dejó de marcar la hora hace muchos años, y otros posteriores como el hecho de que la entidad viviente que vive en el espejo mágico, y que recoge el eco de los deseos de la madrastra/alcaldesa, sea el director del periódico en la “realidad” de Storybrook… De la misma manera, el antagonismo femenino entre Emma y Regina, generado en torno a la custodia del hijo biológico de la primera, y que se dibuja con fuerza ya en ese primer capítulo, anuncia un enfrentamiento bastante interesante y capaz de aglutinar varios capítulos –ver cuando la villana regala un cesto de manzanas a la heroína-. No obstante, éstos conviven con elementos menos convincentes, como ese presunto villano interpretado por Robert Carlyle, en la que el actor británico recurre a los peores mohines heredados del Gollum de El señor de los anillos, y una galería de secundarios de interés demasiado desigual.

No obstante, si los guionistas consiguen mantener el nivel y aciertan a renovar la premisa para futuras temporadas sin violar la esencia de la fórmula, pero reforzando sus elementos perturbadores -cosa dificil dado del tono de drama fantástico del conjunto-, Once upon a time podría ganar en frescura, y hasta tener un recorrido respetable. Eso sí, la imposición de generar temporadas de más de una veintena de capítulos, y el tono conciliador del relato juegan en contra del interés y la tensión. Apenas se aprecia rastro alguno de la crueldad de los hermanos Grimm, o el aliento siniestro o el simbolismo sexual de los cuentos de aquéllos (ver, sin ir más lejos, el mediocre cuarto capítulo, que sitúa a Cenicienta como figura central). No obstante, la decisión de elaborar un espectáculo apto para todos los públicos -detrás está ABC, es decir, la todopoderosa Disney- y de factura irreprochable da como opción una serie perfectamente válida. Un servidor se pregunta, no obstante, qué harán los guionistas cuando se les acaben los cuentos de hadas y la galería de secundarios a los que recurrir. De momento, y dado el corto recorrido de Once upon a time –apenas seis capítulos hasta el momento-, sólo nos queda desearle una larga y próspera vida, cosa que va a ocurrir este año, dados sus excelentes datos de audiencia.

Once upon a time se estrenó en ABC el pasado 23 de octubre, y hasta el momento se han emitido cuatro capítulos. Ha sido comprada por Antena 3 y Sony TV para ser emitida en España, sin fecha establecida.

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comentarios
1 el corintio, día

Dejemosno de tonterias, esto es un plagio de Fabulas, el comic que la propia ABC iba a llevar a la pantalla, imagino que al final no queria pagar la licencia y se ha buscado un refrito.

2 fff, día

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