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Relato corto sobre el perdón (de ficción va la cosa)

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Dejamos de lado la coyuntura y la crisis, el desarrollo, el debate sobre las matemáticas dentro de la economía… Porque no solo de economía política vive el hombre, y para no hacer de este blog un espacio monotemático, aquí dejo un relato corto sobre el perdón. Se podría titular de varias formas (o de ninguna), pero me decanto por: “Campo” o “Un padre y un hijo“.

Un padre y un hijo conversaban en una tarde de domingo veraniega. Decidieron hacer una escapada e ir al campo a comer. Se establecieron en la orilla de un riachuelo. El hijo tiraba piedras para escuchar el sonido que producían al sumergirse en el agua. El padre contemplaba el paisaje y se lamentaba de no haber llevado el equipo de pesca. La madre hacía unos años que no estaba con ellos:
-Creo que venir aquí ha sido la mejor idea que he tenido en mucho tiempo –dijo el padre.

-Lo decidimos juntos –le contestó- La idea fue de los dos.

-Bueno, sí, es verdad. Hace un día estupendo. Hacía años que no disfrutaba de un día como éstos. Me encanta este sol. ¿Te has puesto crema protectora? –le preguntó.

-Humm, no. ¿Para qué?

-Con este sol te puedes quemar. ¿No recuerdas lo que te decía tu madre?

-No. No recuerdo nada de ella –respondió el hijo- Ni quiero intentarlo

-Todavía le guardas rencor, ¿no?

-Sí.

-No me parece bien tu actitud –le dijo su padre- Si la quieres olvidar, vale, lo acepto. Pero guardándole rencor no la olvidarás nunca.

-¿Por qué no hablamos de otra cosa? –dijo malhumorado.

-Luego, déjame seguir, esto es importante. No quiero que vivas con eso dentro para siempre… que la verdad no sé lo que es. Ayúdame a averiguarlo, por favor. ¿Qué sientes hacia ella?
Ella se fue de casa hace tres años. Una noche, el padre se despertó de madrugada y cuando rodó en la cama para chocar con el cuerpo de su mujer, lo único con lo que se encontró fue con el suelo. Se levantó con un miedo que nunca había sentido y la buscó por toda la casa. Uno de los peores presentimientos que habían acudido a su cabeza se cumplió. “Me he ido. No me busques ni me esperes. Algún día sabrás la razón de mi huida”, decía la nota que dejó mal pegada en la puerta de casa. El porqué se fue no lo sabía ninguno de los dos, pero sí que especulaban con que había conocido a otro hombre, algo que el padre no podía o se negaba a creer.

Desde ese día, el cariño que el hijo había sentido hacia ella se convirtió en un odio del que trataba de no deshacerse. Era su particular venganza.
-Dime, ¿qué sientes hacia ella? –le repitió al ver que no contestaba.

-No lo sé bien, nada bueno, eso seguro. Supongo que será el rencor que dices tú.

-¿Y sabes por qué sientes eso? ¿Tienes algún recuerdo en especial?

-Ella nos traicionó a los dos. Se largó sin decir nada. No creo que merezca perdón.

-¿Por qué no? –le preguntó el padre.

-Porque lo que hizo estuvo muy mal. Seguro que le dábamos igual.

-Eso no lo sabes. Y yo tampoco. Pero debemos perdonarla.

-Yo no, tú haz lo que quieras –le dijo a su padre.

-Todos hacemos cosas feas y malas, y sin embargo queremos que nos perdonen.

-No tan feas como ésa –a pesar de que al principio quiso cambiar de tema rápidamente, ahora se había enredado en la conversación. Había olvidado que no quería hablar de ella.

-Las cosas feas que hacemos no se pueden comparar… como se compara el tamaño de los peces, o el número de escamas que tienen –le dijo mientras miraba hacia el riachuelo.

-De todas maneras –dijo el hijo- creo que no puedes no perdonar, y así te va. La gente te ve débil, y eso no gusta.

-No me importa cómo me vean los demás. Bueno, al menos no debiera importarme –hizo una pequeña pausa- Puede que sea débil, sí. Pero, ¿tú eres fuerte?

-No lo sé todavía. Pero creo que seré más fuerte que tú.

-No creo que por no perdonar seas más fuerte. Es una tontería –intentó explicarle el padre. Paró unos segundos a pensar- De hecho, fíjate lo que te digo, el no perdonar quizás sea un síntoma de debilidad.

-¿Cómo? –dijo estupefacto y con un tono algo burlesco.

-Sí. Cuando no perdonas a una persona le estás cerrando todas las puertas. Es como si la tacharas de tu lista. Y una persona débil, ¿va a ser tan fuerte de dejar que cualquiera entre a él y no cerrar las puertas a nadie?

-Bueno, da igual –respondió el hijo- ¿Sabes? Tengo mucha hambre. Podríamos comer ya y luego echamos una siestecita.

-Buena idea, el estómago me lo está pidiendo a gritos –le dijo sonriendo- Además, creo que ya hemos hablado bastante de esto. Disfrutemos de este día.
Comieron todo lo que llevaban encima, y acto seguido se tumbaron plácidamente en la hierba esponjosa, con sendas gorras que les tapaban los ojos y parte de la cara para protegerse del sol.

Mientras dormitaban, una mariposa de tonos cálidos revoloteaba cerca de ellos. Quería atraer su atención, pero no lo conseguía. De pronto, se acercó hacia el padre y fue directa a su oreja izquierda. Pareció susurrarle unas palabras, quizás un mensaje. Y fue hacia otro lugar, hacia otra gente dispuesta a escuchar lo que ella decía. Se fue moviendo sus alas con una perfección que sólo son capaces de demostrar las mariposas.

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