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No habrá orquesta en el Titanic

No habrá orquesta, esta vez, en el Titanic.

Sombría conmemoración constitucional hoy en el Congreso de los Diputados. 27 años, desde la del 78. No son sólo las ausencias. Previsibles. Ni a nacionalistas catalanes ni a vascos les conviene nada que se atenga al modelo de una Constitución aburridamente democrática. Lo suyo es otra cosa: la patria como tribu y destino heroico. Aquello de cuya lógica le vino a Europa en entreguerras la podredumbre expansiva del fascismo, esa sentimentalización mortífera de dioses lares, terruño, sangre, mitologías que sólo se hacen eficaces cuando logran inventarse a un otro. Y demonizarlo. Ese otro de entreguerras fue, para la Alemania hitleriana, el judío. Ese otro, indispensable para forjar en el odio identidad sagrada, se llama ahora España. Sin ese fantástico demonio, sobre el cual poder volcar todos los males, identidad vasca o catalana serían nada.

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Pero no es grave esa ausencia en el Congreso. Forma parte de los accidentes meteorológicos. La gravedad está – y, esa sí, es asombrosa – en la extraña figura de aquel sobre quien recae legalmente la responsabilidad suprema de preservar la vigencia de la Constitución (al menos, hasta que sea reformada). El mismo Presidente, que con desgana conmemora en Madrid la Constitución del 78, es el aliado formal -en el gobierno autónomo catalán como en el Parlamento español- de un partido independentista, ERC, cuya organización juvenil llama hoy ejecutar lo que ella misma define como un “acto anticonstitucional” cuyo brillante lema reza: “arranca una página de la Constitución”. Rodríguez Zapatero se afirma, así, constitucionalista en Madrid, anticonstitucionalista en Barcelona. Es la locura como criterio político. La nave del Estado, literalmente a la deriva. Titanic que profetiza su naufragio.

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No habrá orquesta, esta vez, en el Titanic. Ni damas rumorosas, perdiéndose en la niebla, como jirones pálidos de olvido que aventaran las olas sobre el hielo. No habrá destellos, lágrimas de cristal de las grandes arañas de luz estrellándose en la pista, donde un brillo de rouge y lentejuelas deja primoroso paso a ese silencio que precede, inexorable, a la nada. No habrá orquesta, tafetán, hombros desnudos de jóvenes aun más pálidas que el humo de sus largas boquillas. No habrá nada, nada, nada... Y eso es lo verdaderamente atroz, lo sin consuelo. Todo fue devorado por el tiempo, por la tan inconcebible estupidez humana. Todo. Hace ya mucho. Vivimos en la roña de un navío a oscuras, carcomido por óxidos letales y predadores insaciables. Hasta el último de la tripulación anda ebrio de pésimo vinazo. Zozobrar así, al fin, será un alivio. Casi. No habrá orquesta.

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