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Castro, profeta indígena

Mediados los años setenta, nada levantaba tanto rencor entre los ciudadanos de la Europa bajo control soviético cuanto las referencias al régimen cubano. Náufragos en una escasez material que anticipaba ya – aunque no supiésemos verlo – el desmoronamiento de 1989, la idea de estar manteniendo con sus escuálidos fondos a un caudillo bananero, incapaz de la menor iniciativa económica que no fuera directamente desastrosa, desencadenaba en ellos algo que es muy benévolo llamar ira. El portaaviones (en un momento, nuclear) anclado frente a la costa de Florida – que eso, y nada más que eso, era la Cuba de la Guerra Fría – salía disparatadamente caro.

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Cayó el muro. Se vino abajo la carcasa de un enorme mastodonte que había muerto de pie hacía ya muchos años. No nos habíamos enterado. Y eso era lo más aterrador: nuestra ceguera. Castro se mantuvo a flote. Hizo asesinar a los gorbachovianos de la isla, en un proceso calcado de las grandes purgas stalinianas. Y, de la máscara socialista o marxista de las pasadas décadas, no quedó más que vaga resonancia. El Valle Inclán de Tirano Banderas sustituyó a un Marx demasiado complicado para las hilarantes entendederas del Comandante. Nunca se sintió, con seguridad, más cómodo que en ese retorno a la elemental retórica caudillista. Era lo suyo. Lo del discurso m-l no fue en él sino disfraz de conveniencia.

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Y una América Latina hundida en el peor marasmo de su historia se reconoció en el esperpento. Y, más que nunca, Castro volvió a ser profeta. De la revolución, dicen. Pero revolución es término de esencial polisemia. Retornar a la fascinación fascista de sus primeros años, le valió a Fidel recuperar el aprecio del único fascismo clásico con prolongación histórica: el peronismo. Retornar al alucinado patrioterismo indigenista, le valió el aprecio de esa cosa irreal llamada Chávez. Ahora, del hermano Morales. Con mucha verosimilitud, si la tendencia se consolida, Perú será el siguiente converso de este retorno a la edad piedra. También con un defensor de la coca: Ollanta Humali.

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No es verdad que todo tercer mundo persevere inevitablemente en la caída. Zonas enteras de un Asia hasta hace tres decenios fronteriza con la extinción, han salido de eso. O lo intentan. América Latina, con la única excepción de Chile, parece deleitarse en el vértigo de una caída sin fondo. Al eje Castro-Kirchner-Lula, se adhiere hoy Morales, quizá mañana Humali.

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Y, en el final, la nada.

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