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Pequeño formato

Ficciones sobre los libros. Meta-literatura, creo que lo llaman los entendidos. Relatos o poemas en los que la voz da vueltas a un solo tema: la conciencia de contar o cantar. ¿Por qué me invento esto y no lo otro?; pero, sobre todo, ¿qué lugar, en la gran biblioteca del mundo, debe ocupar lo que se cuenta o canta? A preguntas así le da vueltas la literatura sobre la literatura.

Todo empezó con El Quijote, creo. Bueno, si nos ponemos puntillosos, diríase, con cierta propiedad, que todo empieza con La Eneida. Y no sólo por tiquismiquear: sólo una cultura de la recepción, como Roma, pudo fundir la invención y la hermenéutica; la vida y la biblioteca. Montaigne, recuerden: "Sólo somos intérpretes de interpretaciones". Luego saltamos, más o menos, al Tristram Shandy. Me dejo atrás a Góngora y su recreación de mitos griegos como Polifemo, pero es que no me sale ser exhaustivo, sólo arbitrario.

Los románticos, en general, desconocen esta actitud. Postulan la originalidad absoluta de la voz. Nada antes de ellos.

El juego de los libros dentro de los libros se reanuda (pero es sólo una opinión personal, que desdeñarán críticos y académicos) con La tentación de San Antonio, en ese delirio escatológico del final, en el que la gran biblioteca humana retumba y pega a girar como un diábolo entre géneros y épocas.

A partir de ese momento, todo se desmadra.

Borges tiene mucha culpa, al declarar que la originalidad romántica es un empeño bastante ridículo. La idea de Pierre Menard es que le damos vueltas al mismo libro, y que lo que altera el sentido es el contexto en que se escribe y lee. Escribir y leer es, para Borges, lo mismo.

Antes flipaba con estas meditaciones pajilleras. Creía posible la invención de un mundo hecho sólo de libros, sin pisar para nada la vida. El ideal consistía en que uno puede no fornicar, no comer, no viajar, no tocar a nadie, no ver ni oír tertulias, y, sin embargo, constituirse en una humanidad pura, hecha de páginas. Tremenda patochada. Me he perdido pibones sublimes, instructivos viajes, drogas de síntesis y programas de Sáenz de Buruaga, por seguir a través de la biblioteca del tiempo a un eunuco como Borges, un asmático madrero como Lezama, un esquivo como Monterroso, un misántropo como Arreola.

Que les den.

Si fuera por ellos, el único relato sería el del escritor sentado en su biblioteca. Todos seríamos Bartleby en la sección de cartas muertas de la oficina postal. Aquí, un anillo de bodas que no llegó a su destinatario. Aquí, esperanza para quien murió desesperado. Paralizados por lo absurdo de todo movimiento hacia los otros. Encerrados con el solo juguete de los libros, como única forma de salvación. Oh Bartleby, oh humanidad. Preferiría no hacerlo y tal.

Paparruchas.

La literatura sobre la literatura está bien en pequeñas dosis, pero luego hay que volver a la cola del paro y toparse con el relato gótico de Bibiana Aído y las niñas asesinas. A los 16 pueden abortar, aunque no hayan leído aún a Vila-Matas.

La dimensión idónea para una ficción sobre las ficciones es el pequeño formato. Los textos fronterizos de El arte de la fuga, de Sergio Pitol, por ejemplo.

O nuestro último descubrimiento, Kazbek, de Leonardo Valencia (El Funanbulista, 2009), que comentaremos en LD Libros.

Su héroe, Kazbek, pregunta: "¿Qué es un Libro de Pequeño Formato?"; y su maestro, un pintor llamado señor Peer, le responde con un decálogo de sólo 9 puntos:

1. Un libro corto que parece no agotarse nunca.
2. Un libro que puede perderse porque no se lo olvidará.
3. Un libro que, como una navaja, entra y sale cortante en el cuerpo cerrado de la Biblioteca.
4. Un libro que no tiene pretensión de dar el Gran Golpe Definitivo.
5. Un libro que despierta en el lector curiosidad por el autor que lo ha escrito, hasta ese momento absolutamente desconocido.
6. Un libro que el lector no tenía previsto encontrar.
7. Un libro del que nadie sabe a qué género pertenece ni qué ha dicho la crítica ni en qué editorial ha sido publicado.
8. Un libro que el lector no sabe ni quiere resumir sin que se subvierta y destruya su contenido.
9. Un libro que crea silencio para escuchar cómo fluye la fuente.

Kazbek pregunta a su maestro si el hecho de que el decálogo del Libro de Pequeño Formato tenga sólo 9 puntos obedece a una intención de asimetría. El señor Peer le saca de este error y explica que la simetría es indispensable en el arte. El decálogo cumple con el principio de simetría y tiene diez puntos; sólo que la parte que completa la simetría debe quedar siempre oculta "para que se revele en el momento oportuno".

¿Cuál es el punto décimo en el decálogo del Libro de Pequeño Formato de Kazbek?

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comentarios
1 doiraje, día

Punto décimo: Un libro que se da a ti como tú a él. Enhorabuena por el blog. Por cierto, salís muy bien en la foto.

2 Zuhoerer, día

El Punto décimo sin ninguna duda es el 10º ...que esté hecho de papel fácilmente inflamable, que sirva para encender la estufa si resulta al final una patata...

3 paserifo, día

Primero, qué bien escribes, macho. Segundo, no estoy de acuerdo con eso de que salís bien en la a-foto. Quedaría mejor un grabado de un falsificador de Doré en el que tú y Carmen sujetaseis y amordazaseis a un Noya amenazando con recitar el libro de Urantia dos veces seguidas. Ejem. Tercero, suena bonito eso de que la asimetría sea indispensable del arte. Pero en la técnica hace falta una cierta simetría para lograr un equilibrio que permita que nuestras acrópolis urbanas llamadas edificios de pisos se tengan y se mantengan en pie durante el mínimo tiempo necesario para leerse el Quijote. Aunque ahora que lo pienso, para los griegos la tejne era lo que para los latinos el ars... algo falla. Cuarto: el punto décimo en el decálogo del Libro de Pequeño Formato de Kazbek es el siguiente: un Libro de Pequeño Formato es un libro que mata al lector al cerrarlo y lo resucita al volver a abrirlo. En cualquier caso, este blog es priceless. Para todo lo demás, mastercard. :D Salud Miguel