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Las etruscas

Pedazo de llagas, loco, por salir con los hierros desamarrados, flojos, soltando mordeduras a la intemperie. Cada uno tiene sus hierros para apretar la boca al cielo. Si no fuera por esa coraza purísima y afilada, el roce con las palabras de Rubalcaba, Zapatero o Rajoy se volvería insoportable. Compartir su idioma ya envilece. Aunque pases tiempo sin oír a los políticos y percibas sólo un sonido hueco, sabes que todo lo que dicen es intrínsecamente falso. La salvación individual es convertirse en un extranjero. Los hierros alejan las cosas, las vuelven extranjeras o, más exactamente, etruscas. Las piernas de las etruscas son fuertes y hermosas, aunque sin gracia (nada la tiene, cuando observas la realidad desde una escafandra). Las etruscas tienen caderas anchas y sus pies parecen plantados en el suelo. Pensé que se habían extinguido hace siglos, hasta que leí Los pequeños maestros de Luigi Menenghello, una historia sobre lo marciana que es la guerra cuando uno se enrola por ideales (otra forma de llevar herrajes). El narrador es un joven intelectual metido en las filas de la resistencia a la ocupación alemana de Italia, entre la caída de Mussolini y el armisticio de 1945. Él y sus compis de ideales y batallas se esconden en las montañas de Tarquinia, en la Toscana. Pasan largas temporadas sin hacer nada, leyendo cantos de la Divina Comedia (el Purgatorio es su preferido), esperando una acción de guerra que realice sus ideales, un acto heroico que no acaba de llegar y, cuando lo hace, es más cómico que heroico. Las etruscas son las nativas que el partisano descubre en sus incursiones en el pueblo. Como su única experiencia es la lectura, identifica lo que ve con lo que imagina de la desaparecida civilización pobladora de la Toscana. Al descubrir a las etruscas, descubre una Italia que no reconoce, una sociedad adaptada al Mal (que sobrelleva con bastante realismo), ajena al sufrimiento de las víctimas, plantada con rocosas piernas en el suelo de un desierto. Se ha convertido en un extranjero, siente vértigo ante el abismo de la diferencia, pero no juzga, sino que intenta comprender. Los ideales, si sirven de algo, no es para cambiar el mundo, sino para mirarlo como un extranjero. Yo no tengo ideales, pero tengo el Canal Golf, que pongo sin volumen, mientras leo o estoy escribiendo esta entrada del blog. A veces levanto la mirada y veo una bola perfecta cruzando un trozo perfecto de cielo para caer en un green perfecto, y eso me relaja y predispone a la brutalidad de mi país como si lo viera por primera vez. Tenemos en orden nuestras gomas de borrar, dijo Ezra Pound, y tenemos en orden nuestros hierros de reír, añado. Salgamos a la intemperie "con la boca apretada y la mente vacía", como la gente abollada de aquella canción.

Sigfrido Martín Begué: "Santa Casilda"

Santa Casilda (1986). Óleo sobre lienzo. Sigfrido Martín Begué, in memoriam (1959-2010).

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4
comentarios
1 clavius, día

Gran comentario Víctor, realmente bueno. Seguro que el libro agradece tus palabras. Felicidades. Aunque yo prefiero el ajedrez. http://elblogdekufisto.blogspot.com/2011/01/la-mandanga.html

2 Justivir, día

Voy a ver si con esta varita de avellano logro alcanzar alguna de las manzanas que penden del árbol que, primorosamente y muy de tarde en tarde, riega y abona el Señor Gago. No pongo megusta en el feisbuc porque ya sabe él que me gusta lo que escribe y que me proporciona un placentero entretenimiento leer, una y dos veces, la meditada prosa de Víctor. Y jugar a hacer exégesis de sus frases. Tan seguro estoy de que no lo pretende como de que le divierte vernos hacerlo. Al fin y al cabo, una bola que acaba en el green o se pierde entre los matorrales puede condicionar un verbo o un sujeto. Creo que Víctor se observa a sí mismo. Se contempla en el espejo y nos detalla sus propias reacciones ante la realidad. Es una manera de describirnos ésta. Hace unos minutos tomaba un café en un bar antes de subir a la oficina. En la pantalla de la tele, un calvo, que dicen preside el senado, derramaba algunas palabras para justificar el sueldo. No me he puesto una escafandra porque es peligroso vomitarse por dentro y aspirar. Al calvo no se le veían las patitas, seguramente tampoco las tenía de etrusca.

3 vikinga, día

¡Hola Victor, qué bueno que viniste! También a mi me parece todo lamentable, no sé cómo conserváis las ganas de seguir leyendo libros sobre pensamiento político ¿Para qué? Cada día veo mis ideas más y más utópicas. Cuando leo, por ejemplo, los Discursos para la libertad, se me cae el alma a los pies. ¿Qué se ha conseguido? Yo creo que muy poco, la mentira, la cobrdía y la mediocridad siguen campando por sus fueros. No me extraña lo de los hierros.

4 Uge70, día

Justivir, para que no se diga pondré un "me gusta" en el feisbu o, como tú lo llamabas no ha mucho, "caralibro" y un "me chifla" en el bló. La Toscana es una región preciosa y sorprendente, y el libro tiene una pinta que para qué, gracias a lo que nos pinta el Sr. Gago. Tendrá que esperar ya que a Melchor algún desaprensivo le ha debido chivar que lo que me gusta y me ha dejado medio camello de lecturas buenas, buenas.