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Vidas quebradas

Editorial del programa Sin Complejos del sábado 27/7/2013

Setenta y ocho son los muertos hasta el momento en el accidente de tren de Santiago de Compostela. Probablemente se añadan otros a esa cifra, dado que hay más de una treintena de heridos en estado crítico.

Entre los muertos hay personas de todas las regiones españolas, la mayoría de fuera de Galicia. Hay también ocho extranjeros.

Aunque todavía no se ha hecho pública la lista oficial de fallecidos, porque tres cadáveres no han podido aún ser identificados, los medios han comentado con profusión el perfil de algunas de las víctimas. A uno se le encoge el corazón al poner cara y ojos a los fríos números, al asociar ese recuento mortal con la historia concreta de tanta vida quebrada.

Como por ejemplo la de José Luis y Leonor. El era militar y ella, maestra; ambos estaban jubilados. A él le destinaron, en su juventud, al Cuartel General de la Armada en Cartagena y allí conoció a la que luego sería su esposa. Vivieron siempre juntos y juntos encontraron la muerte en ese tren, mientras se dirigían a pasar unas vacaciones a Galicia.

O como la historia de David y de Olga, cuyo funeral se celebraba ayer en Alcorcón. Eran los dos únicos miembros de la tripulación, maquinistas aparte. Estaban prometidos y era la primera vez que hacían ese trayecto, porque habitualmente tenían asignado el Madrid-Málaga. Murieron cuando apenas habían comenzado a viajar juntos por la vida.

O como la de Rosalina, que decidió viajar a Santiago para dar una sorpresa a su hermana, residente allí, y jamás llegó a su destino. O como la de Ana María, que no pudo llegar a reunirse con aquel hijo que estaba haciendo el camino de Santiago y la esperaba en la estación, unos kilómetros más allá de donde su madre encontró la muerte. O como la de Yolanda, que poco antes de morir había escrito un mensaje a su novio diciéndole que en cinco minutos le llamaba. ¡Aquella curva mortal hizo imposibles tantos encuentros!

O como la historia de Mohamed. Argelino de origen, había llegado a España hace más 20 años. Aquí se casó con su mujer y aquí trabajaba como feriante, desplazándose incansable desde Denia por toda la geografía española, para vender kebab en puestos callejeros. Las fiestas patronales de Galicia le parecieron una buena ocasión de ganar algún dinero. Pero ahora, su mujer y sus cinco hijos - el mayor, de siete años - ya no volverán a verle.

Toda España llora a sus muertos. A los que nacieron aquí y a los que vinieron a ganarse aquí la vida. A los que encontraron la muerte al final de una larga existencia y a aquellos cuya vida quedó truncada casi antes de empezar. Los que quedan atrás no podrán nunca dejar de pensar en tantas palabras que ya jamás se pronunciarán, ni en tantas sonrisas que ya será imposible intercambiar.

Y, en medio del dolor, toda España se plantea también los porqués y los cómos. Porque es inevitable que se produzcan catástrofes, pero uno puede y debe preguntarse qué se hubiera podido hacer para evitar cada catástrofe concreta. Lo cual no quiere decir buscar culpables: las investigaciones dirán si hay alguno, pero lo importante es comprender qué fue lo que falló y por qué motivo. Se trata, simplemente, de aprender de lo sucedido y de poner los medios razonables, si es que existen, para que una tragedia así no se repita.

Permítanme que termine este editorial manifestando, a todos los familiares de los muertos, y a los heridos, el pésame y la solidaridad de todos los que hacemos este programa.

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