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Velando las urnas griegas

Ayer se cerró la campaña electoral de las que posiblemente sean las elecciones griegas más trascendentes. Mañana, los griegos decidirán si continúa en el poder el gobierno de concentración que ha implantado las políticas de recortes pactadas con la troika, o si, por el contrario, es Syriza quien se encarga de negociar en lo sucesivo con los acreedores.

Hasta Atenas se han desplazado numerosos corresponsales españoles, lo que pone de manifiesto la expectación que los comicios griegos han levantado en nuestro país. Una expectación que no se debe a un súbito interés por la política helena, sino a que todos percibimos que las elecciones griegas van a ser un ensayo general de las elecciones españolas.

Si gana Syriza con holgura, el mensaje que se transmitiría es que las políticas de recortes han sobrepasado el umbral de aguante de la gente, y eso reforzaría al partido de Pablo Iglesias en España a corto plazo. El propio líder de Syriza, Alexis Tsipras, lo decía el pasado jueves: "Primero tomaremos Atenas, luego Madrid".

Por el contrario, si Syriza pierde, se transmitiría el inequívoco mensaje de que la gente prefiere lo malo conocido a lo bueno por conocer, y de que la sociedad griega no está por embarcarse en aventuras peligrosas, por muchos sacrificios económicos que haya que hacer. Eso reforzaría, sin ninguna duda, al gobierno español del PP, quien está basando toda su estrategia electoral en el miedo a la llegada de Podemos al poder.

¿Y qué es lo que va a suceder? ¿Ganará Syriza o repetirán los conservadores de Nueva Democracia? En el sistema electoral griego, el que obtiene más votos recibe una prima de 50 escaños, para facilitar la formación de mayorías absolutas, así que todo se reduce, en las presentes elecciones, a saber si es Syriza o Nueva Democracia quien queda por delante.

Ayer se publicaron, coincidiendo con el cierre de campaña, nueve encuestas electorales, y todas ellas dan como ganador a Syriza, con una ventaja que va desde los 3,2 a los 11 puntos. Y, de hecho, la ventaja de Syriza en las encuestas, lejos de reducirse, ha aumentado ligeramente durante la campaña electoral. Así que todo apunta a que será Syriza quien forme el próximo gobierno.

Pero permítanme hacer una llamada a la prudencia y a no dar las cosas por sentadas. Yo también creo que va a ganar Syriza, pero las encuestas a veces se equivocan. Son numerosos los casos en que un candidato ha ganado por sorpresa unas elecciones, a pesar de tener las encuestas en contra. Un buen ejemplo sería la elección del conservador John Major en el Reino Unido en 1992, a pesar de que todos los sondeos pronosticaban la victoria del laborista Neil Kinnock.

Quizá el caso más sonado de fracaso demoscópico de toda la Historia sea una famosa encuesta realizada por la revista Literary Digest para las elecciones presidenciales americanas de 1936, que enfrentaban al republicano Landon con el presidente demócrata Roosevelt. La prestigiosa Literary Digest había predicho correctamente todos los ganadores de las elecciones americanas desde 1916, y para ese combate entre Landon y Roosevelt encuestó a la friolera de ¡dos millones y medio de americanos!

A partir de la opinión de esos dos millones y medio de electores, Literary Digest predijo que Landon ganaría con un 57% de voto, frente al 43% de Roosevelt. Sin embargo, el día de las elecciones, fue Roosevelt quien ganó, con un 62% de voto frente al 38% de Landon.

¿Cómo es posible que Literary Digest patinara de forma tan brutal, habiendo encuestado a tanta gente? Pues porque el método que habían seguido era estadísticamente incorrecto: habían hecho una base de datos con las direcciones de 10 millones de americanos, extrayéndolas de los listines telefónicos, los listados de suscripción a revistas y sitios así. Y después enviaron una carta a esos 10 millones de personas, preguntando qué iban a votar. Uno de cada cuatro receptores de esa carta contestó a la encuesta.

Pero claro, el método estaba mal desde el principio, porque en aquella época el teléfono era un artículo de lujo, de forma que la lista elaborada por Literary Digest primaba a la gente de clase alta, en detrimento de las capas más pobres de la población. Y los pobres optaron en masa por Roosevelt.

Y no es solo que las encuestas a veces estén mal hechas, sino que también se producen fenómenos de ocultación de voto o movimientos de última hora en el electorado. En ocasiones, incluso la propia publicación de las encuestas puede influir en el voto, al hacer que la gente se movilice para evitar la victoria de tal o cual partido.

Por tanto, vayamos preparándonos para una victoria de Syriza en Grecia, sí, pero sin descartar del todo la posibilidad de que salte la sorpresa.

Porque, al final, la única ley inmutable en demoscopia es aquella que dice que, en condiciones perfectamente controladas de presión, temperatura y volumen, los electores hacen lo que les sale de las narices.

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