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Una masacre consentida

El 1 de agosto de 1944, la resistencia polaca iniciaba el levantamiento de Varsovia contra los ocupantes nazis. Unos 35.000 voluntarios polacos se lanzaron a la conquista de la ciudad, luchando contra una guarnición alemana a la que duplicaban en número. Pero aunque tenían la ventaja numérica, los polacos no contaban más que con un escaso armamento: solo había una pistola o fusil por cada diez voluntarios. Además, la inmensa mayoría de los polacos carecía de cualquier entrenamiento militar. Frente a ellos, 17.000 soldados alemanes bien entrenados, mejor equipados y con el aprovisionamiento garantizado constituían un enemigo formidable.

En las primeras horas de la contienda, el centro de la ciudad, la ciudad vieja, la estación de tren, la central eléctrica y uno de los principales arsenales alemanes cayeron en las manos de los sublevados. Pero los polacos no consiguieron capturar el aeropuerto, ni ninguno de los barrios de la margen derecha del Vístula. Y, lo que es peor, tampoco consiguieron comunicar entre sí las distintas zonas que habían liberado, con lo que los sublevados quedaron aislados en algo más de media docena de enclaves.

Los alemanes, reforzados por unidades llegadas de fuera de Varsovia, se aplicaron a la tarea de aplastar la rebelión a sangre y fuego, casa por casa. A partir de ahí, estaba claro que la única posibilidad con que los sublevados contaban era resistir hasta que llegara el ejército soviético, que por aquel entonces se encontraba a escasos kilómetros de Varsovia.

Pero en lugar de apresurarse a llegar a Varsovia y capturar a ciudad, lo que el ejército soviético hizo fue justo lo contrario: ralentizar su avance y dejar que los alemanes aplastaran a la resistencia polaca, que era pro-occidental. De esa forma, Stalin se aseguraba el control del país tras la ocupación de Polonia. De hecho, los soviéticos se detuvieron tras ocupar la orilla derecha del Vístula, dejando abandonados a su suerte a los polacos que combatían al otro lado del río, a escasos cientos de metros.

En el Reino Unido, la prensa se dividió en dos: unos, los medios más conservadores, optaron por guardar silencio sobre lo que estaba sucediendo en Polonia, para no incomodar a la Unión Soviética, que al fin y al cabo era aliada de Inglaterra; otros, los medios de izquierda, lanzaron una campaña de desprestigio contra el gobierno polaco en el exilio, acusándole de lanzar a los combatientes a la calle sin esperar, como esa prensa reclamaba, a que fueran los soviéticos los que tomaran Polonia.

Solo muy pocas voces se alzaron para denunciar aquella atrocidad. Una de ellas fue la de George Orwell, que escribió un durísimo artículo el 1 de septiembre de 1944, mientras aún se combatía en las calles de Varsovia. En esa columna, Orwell se despachaba así contra sus antiguos compañeros de filas:

"Un mensaje a los periodistas e intelectuales de izquierda, en general: recordad que la deshonestidad y la cobardía siempre se terminan pagando. No creáis que podéis estar durante años haciendo de propagandistas y lameculos del régimen soviético, o de cualquier otro régimen, y luego recuperar de repente la honestidad intelectual. Quien ha sido puta una vez, lo es para siempre".

Sesenta y tres días resistieron los polacos antes de capitular, el 2 de octubre. Unos 15.000 combatientes de la resistencia murieron en los enfrentamientos. Como también murieron más de 150.000 civiles, la tercera parte de ellos en las ejecuciones en masa que los nazis llevaron a cabo en represalia por el alzamiento.

Ahora, déjenme que les pregunte: ¿quién fue más canalla? ¿Los nazis que masacraron a la población? ¿Los rusos que se cruzaron de brazos a escasos centenares de metros de la línea de combate y se sentaron a contemplar la matanza? ¿La prensa que silenció esa ignominia, o incluso se atrevió a culpar a los propios polacos de su desdicha?

Respóndanse esa pregunta. Y luego miren a su alrededor, a la situación española, y piensen quién cuadraría en cada uno de los papeles de ese drama. Piensen en quién comete qué injusticias. Piensen en quién tiene el poder para evitar esas injusticias y se cruza de brazos. Piensen en los intelectuales y periodistas dispuestos siempre a ocultar la injusticia, o incluso a culpar de esa injusticia a quien la sufre. Y piensen en a quiénes les ha tocado hacer de polacos.

Piensen en todo eso. Y se darán cuenta de cómo, en realidad, nunca hay nada nuevo bajo el sol. Lo único que hacemos es representar, una y otra vez, el mismo drama.

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