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Una de los nuestros

Al enterarme de la muerte de Rita Barberá, recordé en Twitter que el Partido Socialista tiene más casos de corrupción, y de más envergadura, que el Partido Popular, pero que la diferencia entre los dos es que el Partido Popular siempre deja tirados a los suyos. Tirados en todos los sentidos: jamás verán ustedes a nadie en el Partido Popular salir a defender a sus imputados por corrupción como el Partido Socialista ha defendido a Chaves o Griñán; jamás verán ustedes a Rajoy salir a dar la cara por nadie como aquel Felipe González que dijo lo de "dos por el precio de uno" para contestar a los que pedían la cabeza de Alfonso Guerra; jamás verán ustedes en el Partido Socialista las fingidas e hipócritas declaraciones de repugnancia con que destacados miembros del Partido Popular se han prodigado a la hora de hablar de sus bárcenas, sus granados, sus ratos o sus barberás; ni tampoco cabe imaginar que el Partido Socialista permitiera, sin revolverse, linchamientos públicos continuados de sus imputados en los medios de comunicación. Bien pueden atestiguar muchos miembros de la profesión cómo se las gastaba y se las gasta el Partido Socialista con aquellos periodistas que se han atrevido, en un momento u otro, a airear sus vergüenzas. Por el contrario, el PP consiente que sus cargos imputados sean arrastrados por el fango, no solo sin revolverse, sino ayudando incluso a los medios de comunicación que se encargan de apalear el barro.

Al leer aquello, un oyente de este programa me escribió extrañado: "Oiga, don Luis, ¿en qué quedamos? ¿Criticamos que los partidos protejan a sus corruptos o que los dejen tirados?". A lo que le contesté que lo que pretendía al decir eso en Twitter era, simplemente, constatar un hecho: el Partido Socialista protege a los suyos, mientras que el Partido Popular los deja sistemáticamente a los pies de los caballos. Por eso los casos de corrupción del PP se airean más y calan más en la opinión pública, a pesar de ser los del Partido Socialista más numerosos y más cuantiosos.

No quise ir más allá en esa conversación de Twitter, pero sí que le puse al oyente un ejemplo: ¿criticamos que Al Capone defienda a los suyos o que los deje tirados? Obviamente, el problema no es lo que haga Al Capone con los suyos, sino el hecho de que exista Al Capone. Ese es el verdadero cáncer: que la corrupción en España no es una suma de casos individuales. No estamos hablando de pequeños golfos, que engañan a todo el mundo (incluidos sus compañeros de partido) para forrarse los bolsillos. Aunque la Justicia evite sistemáticamente entrar en el meollo de los asuntos, todos tenemos el convencimiento de que la trama de los EREs era una trama de partido; todos tenemos el convencimiento de que Bárcenas robaba para el partido; todos tenemos el convencimiento de que el 3% catalán era un sistema de partido. En el caso de Rita Barberá, las acusaciones que pesaban sobre ella eran las de financiar en negro al partido; nadie la acusó nunca de haberse embolsado un solo euro para ella misma.

Es con Al Capone, con todos los alcapones, con quien hay que acabar, no con sus sicarios y lugartenientes. Pero ya que ese oyente me invitaba a pronunciarme, no tengo empacho de decir que, puestos a admitir la existencia de Al Capone, lo que uno espera de los mafiosos es que al menos tengan honor: honor para con los suyos. ¿Qué pensaría uno de Al Capone si, además de mafioso y asesino, fuera un traidor que se dedicara a entregar a la Policía a sus propios hombres? ¿Qué pensaría uno de Al Capone si, al ser detenido uno de sus hombres, no le pusiera un abogado y no sacara la cara por él y no moviera a sus policías corruptos para que trataran bien a su subordinado en la cárcel? Lo que uno pensaría de Al Capone si dejara tirados a los suyos es que, además de criminal, es un cobarde carente de honor, ¿verdad?

Así pues, estamos ante dos problemas distintos. Por un lado, el problema de la corrupción estructural: el PP y el PSOE se han enfangado a lo largo de los años progresivamente, hasta enmerdarlo todo. Y en esa carrera de putrefacción, el PSOE gana de largo al PP. Solo el caso de los EREs ya suma más que todos los casos de corrupción achacables al PP juntos. La democracia española necesita sanearse, lo cual posiblemente requiera la desaparición, o al menos la refundación, de los dos principales partidos.

El otro problema que se mezcla con el anterior es de carácter humano: admitido que existe una corrupción estructural en ambos partidos, inspira mucho más respeto aquel que protege y defiende a los suyos, que el cobarde que los entrega al enemigo a las primeras de cambio para salvar su propio culo. Hasta entre los mafiosos hay códigos de conducta que algunos parecen desconocer.

Nada me pareció más triste y más hipócrita que el minuto de silencio que le dedicaron a Rita Barberá esos mismos compañeros de partido que no movieron un dedo para evitar que una turba apostada delante de su domicilio la insultara cada vez que salía por la puerta, día sí y día también, llamándola "borracha" y "ladrona". Nada me pareció más cínico que oír lo afectado que decía estar ese mismo Rajoy que fue incapaz de sacar mínimamente la cara por su fiel subordinada y fiel amiga.

Pero no se pueden pedir peras al olmo. ¿Acaso han visto ustedes a Rajoy mover alguna vez un dedo para defender a alguien que no fuera él mismo?

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