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Un hombre ante los tanques

Editorial del programa Sin Complejos del domingo 28/7/2013

Durante siete semanas, en abril y mayo de 1989, China vivió una auténtica primavera política, cuando estudiantes y obreros, soldados y profesores, comenzaron a concentrarse en la Plaza de Tiananmen, para reclamar con su presencia una apertura política del régimen comunista.

El movimiento se inició el 15 de abril a raíz de la muerte de Hu Yaobang, un político que había pretendido en la década de los 80 introducir reformas políticas y económicas y que fue defenestrado por el ala dura del partido.

La afluencia a las concentraciones en honor a Hu Yaobang fue creciendo rápidamente, y pronto las protestas se extendieron a 400 ciudades chinas, a medida que la gente iba perdiendo el miedo a aquel régimen que parecía no atreverse a reprimir a los manifestantes. Los congregados en la plaza de Tiananmen, que superaron en determinados momentos el millón de personas, llegaron a erigir una estatua a la diosa democracia, a editar su propio periódico y a convertir aquella plaza pekinesa en un lugar de concentración permanente, en el que se reclamaba libertad de prensa, libertad de expresión y el fin de la corrupción del régimen.

El 20 de mayo, el gobierno chino decretó la ley marcial y envió a Pekín 300.000 soldados, pero ni siquiera eso disuadió a quienes veían llegada la oportunidad de poner fin a la dictadura comunista.

Con los ojos de la opinión pública mundial vueltos hacia China, las autoridades dudaban aún sobre si aplicar la fuerza. Pero finalmente, el 4 de junio, y ante el temor de que la situación se le fuera completamente de las manos, el régimen comunista chino decidió que la broma había durado ya demasiado. Las unidades acorazadas del ejército abrieron fuego indiscriminadamente en la Plaza de Tiananmen y centenares de personas fueron masacradas. En otras ciudades, las protestas se reprimieron con similar dureza. En solo unas horas, no quedó nada de aquel movimiento por la libertad que por un momento pareció estar a punto de cambiar la Historia de China.

Y sin embargo, al día siguiente, 5 de junio, se produjo una escena que ha terminado por convertirse en el símbolo perdurable de todo aquel movimiento. Cuando una columna de varias decenas de tanques se dirigía hacia la ya vacía Plaza de Tiananmen por una de las principales avenidas de la ciudad, de repente un hombre se plantó delante de los vehículos blindados. Iba vestido con pantalones negros y camisa blanca, y llevaba en las manos lo que parecían ser dos bolsas de la compra.

Al principio, el tanque que iba en cabeza de la columna intentó esquivar a aquel espontáneo, pero éste se movía para tratar de impedir el paso del vehículo. Al final, sin atreverse a aplastar a aquel hombre, la columna de tanques optó por detenerse. Aquel joven se encarama entonces al primer tanque y mantiene una discusión con uno de los tripulantes, tras lo cual vuelve a bajar y se planta de nuevo delante de la columna acorazada. Esa tensa situación continúa hasta que dos personas - no sabemos quiénes eran - se acercan andando al valiente joven y se lo llevan.

La imagen de aquel hombre solo, sin armas, que consiguió detener a una columna acorazada al día siguiente de aquella masacre atroz con la que el régimen había aplastado las protestas, quedó inmortalizada en un vídeo y varias fotografías realizadas por diversos corresponsales extranjeros.

Pero lo cierto es que aquel valiente, aquel rebelde, que fue incluido por la revista Time entre los cien personajes más influyentes del siglo XX, sigue siendo, a fecha de hoy, un desconocido: nadie llegó nunca a saber quién era. Los vídeos y las fotografías lo muestran siempre de espaldas, o tan en la lejanía que la cara resulta irreconocible.

Han circulado numerosas historias por los medios de comunicación. Unos dicen que fue ejecutado por las autoridades chinas. Otros, que consiguió huir y vive escondido desde entonces. Una tercera versión lo sitúa en Taiwan, donde habría ido a recalar después de conseguir abandonar clandestinamente su país. Las autoridades chinas jamás han aclarado oficialmente si lo detuvieron o si lo ejecutaron.

En cualquier caso, aquel manifestante desconocido, aquel protagonista de esa escena de valor suicida, ha quedado ya, sea quien sea, como símbolo de la resistencia pacífica y del poder que un solo hombre tiene, en ocasiones, para influir sobre los acontecimientos. Porque a veces una imagen, un gesto, influye más en la conciencia colectiva que cien discursos. Y aunque aquella primavera china fuera aplastada a sangre y fuego, no cabe duda de que influyó de modo decisivo en la posterior apertura económica que China ha experimentado.

Ese hombre sin rostro parado ante los tanques marcaría, muy a pesar del régimen, el final de toda una época.

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