Editorial del programa Sin Complejos del 16/6/2012

El 19 de octubre de 1942, 18 divisiones de infantería, 8 brigadas de tanques, 2 brigadas motorizadas, 6 divisiones de caballería y una brigada antitanque del ejército soviético se lanzaban contra los flancos del ejército alemán al norte y al sur de Stalingrado. Tres días después, las tropas rusas completaban el cerco del VI Ejército alemán, al mando del general Von Paulus.

Un cuarto de millón de hombres - alemanes, rumanos, croatas - quedaron atrapados en aquella bolsa. Entre ellos, 35.000 rusos que combatían contra Stalin al lado de los alemanes. Poco a poco, el ejército soviético fue estrechando el cerco alrededor de Stalingrado, rechazando las contraofensivas alemanas, mientras la Wermacht intentaba, con crecientes dificultades, aprovisionar a sus hombres desde el aire.

Tres meses después de iniciado el asedio, los soviéticos capturaban los dos últimos aeródromos en poder de los alemanes, acabando con la última vía de aprovisionamiento de éstos.

Los últimos aviones alemanes en despegar de aquellos aeródromos llevaban las sacas de correo con las cartas que los soldados sitiados en Stalingrado enviaban a sus familias. Una de aquellas misivas, una de tantas, decía así:

"Te he escrito ya veintisiete veces desde esta ciudad maldita y tú me has contestado diecisiete cartas. Ahora te escribo una vez más, pero después no voy a repetir...

...La cuestión consiste simplemente en saber cuánto tiempo viviremos. Puede que todavía sigamos así dos días, o solo un par de horas, pero nuestra vida juntos se ha terminado. Nos hemos apreciado y nos hemos querido, y hemos estado esperando dos años para volver a reunirnos. Y eso ha estado bien, porque el tiempo que entretanto ha pasado ha elevado la impaciencia de vernos de nuevo, pero también ha hecho bastante más soportable nuestro alejamiento. El tiempo es lo que tendrá también que cicatrizar las heridas que cause mi ausencia definitiva.

El 28 de enero cumplirás veintiocho años; eso es mucha juventud todavía para una mujer tan bonita, y me alegra poder echarte una vez más este piropo. Me vas a echar mucho en falta, pero a pesar de todo no te cierres a los hombres. Deja que pasen unos meses, pero no más, porque Gertrudis y Nicolás necesitan un padre. No olvides que tienes que vivir para nuestros hijos y no des a mi figura demasiada importancia. Los niños olvidan muy aprisa. Fíjate bien en el hombre en quien recaiga tu elección y presta atención a sus ojos y a su apretón de manos, exactamente igual como ocurrió en nuestro caso, y así no te engañarás. Una cosa ante todo: educa a nuestros hijos para que sean personas de bien, que puedan llevar alta la frente y mirar a todo el mundo a la cara. Escribo estas líneas con el corazón oprimido; tampoco me creerías si escribiera que esto me resulta sencillo, pero no te preocupes en absoluto, no tengo miedo por lo que va a ocurrir. Debes siempre decirte, una y otra vez, y díselo también a nuestros hijos, cuando sean mayores, que su padre no fue nunca un cobarde, y que ellos tampoco deben serlo jamás".

El número total de bajas en Stalingrado, desde que la ciudad fuera atacada por primera vez por el ejército nazi hasta su reconquista por los soviéticos, fue de 800.000 alemanes y 1.200.000 rusos. ¡Dos millones de bajas!

Pero esas bajas no eran números: eran personas, alemanes y rusos que querían a sus hijos, que amaban a sus mujeres y que tenían miedo de lo que el futuro pudiera deparar a sus familias. Y a lo largo de aquella inmensa carnicería, muchísimas decenas de miles de mujeres recibirían, en Berlín como en Moscú, cartas de despedida como la que les he leído, escritas por personas que sabían que iban a morir, o que temían hacerlo.

Probablemente muchos de esos amantes padres de familia mataran en la batalla a otros amantes padres de familia como ellos. Pero no eran asesinos: se limitaban a obedecer las órdenes de los que les enviaban al frente a morir como perros. Quienes sí eran asesinos eran aquellos dos dictadores que no vacilaban en mandar a la muerte a millones de sus compatriotas, en aras de sus delirios totalitarios. ¡Cuánto mejor les hubiera ido a aquellos padres de familia si hubieran podido unir sus fuerzas para coser a balazos a Stalin y a Hitler, en lugar de matarse entre ellos!

Viene todo esto a cuento de que la historia de las guerras se escribe haciendo abstracción de los dramas humanos. Y es esa abstracción de los aspectos humanos lo que hace posibles las atrocidades: para poder mandar a personas a morir por millones en el frente, primero tenemos que reducir a cada persona a un simple número.

Y me preocupa ver cómo esa misma despersonalización, esa misma falta de empatía, esa misma abstracción de cada drama concreto, se ha instalado en Europa desde que estallara la crisis.

Salvando las inmensas distancias entre una terrible guerra y lo que solo es una gravísima crisis económica, asistimos hoy en día al mismo tipo de espectáculo: generales bien trajeados envían sus órdenes económicas desde bien protegidos despachos, lanzando a los habitantes de uno u otro país hacia las trincheras de los recortes, moviendo sus líneas de aprovisionamiento de uno a otro banco central, reduciendo a millones de personas a simples líneas en los balances y condenando a sectores completos de la sociedad a cavarse sus propias tumbas de paro y de miseria.

Con la frialdad de quien no tiene que mirar a los rostros de aquellos a los que condena al desastre, nuestros generales económicos hablan de despedir funcionarios, de subir los impuestos, de bajar las pensiones o de reducir la cobertura de desempleo, ignorando voluntariamente los millones de dramas personales que cada una de esas sencillas órdenes encierra.

Ayer, el FMI declaró que España debería subir el IVA y reducir los sueldos de los funcionarios públicos. ¿Alguien del FMI se ha preocupado de ver qué impacto negativo tendría sobre la economía el subir el IVA? ¿No llevará eso a que se restrinja aún más el consumo? ¿A qué más cosas tendrán que renunciar muchas familias por esa subida? ¿Cuántos comercios más tendrán que cerrar sus puertas cuando el IVA se incremente? ¿A cuánta más gente se condenará al paro?

¿Le importa en realidad a los señores del FMI la respuesta a esas preguntas? ¿Le importa a nuestra clase política? Yo creo que no. No más que les importaba a los generales rusos o alemanes la vida de cada soldado individual.

Mañana hay elecciones generales en Grecia, por segunda vez en un mes, y la votación se ha convertido en una especie de duelo al sol, en el que lo que se dilucida es si ganarán los conservadores de Nueva Democracia, partidarios de los recortes impuestos por Bruselas, o la extrema izquierda de Syryza, partidaria de no respetar esos recortes.

Y toda Europa se ha volcado en lanzar mensajes de advertencia a los griegos: "Si no votáis a Nueva Democracia, vuestro futuro se presenta negrísimo". Con lo cual nos encontramos con la paradójica circunstancia de que Europa le recomienda a los griegos que voten... ¡al mismo partido al que Europa acusó, hace ahora tres años, de haber falsificado sistemáticamente las cuentas públicas griegas! O sea, Europa recomendando que los griegos voten a los mismos golfos que están en el origen de todas las miserias que el pueblo griego tiene que padecer. ¡Estupendo ejercicio de coherencia!

Y todo para poder seguir enviando divisiones de ciudadanos al frente, a sacrificarlas en aras de unas reformas que permitan que nos sigan robando los mismos de siempre.

Yo no sé lo que pasará mañana en Grecia. Igual que no sé cómo evolucionará la crisis en España en los dos próximos años. Pero si mañana se confirman en Grecia los peores pronósticos y la zona euro tiene que hacer frente a su primera expulsión de un país, algunos se lo tendrán extraordinariamente merecido. Porque han transformado a las personas en simples números y, al hacerlo, han demostrado que no merecen gobernarnos.

Porque nosotros no merecemos, ni tenemos por qué soportar, que nadie nos gobierne así, olvidándose de que, ante todo, lo que somos es personas. Y no simples números.