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Ucrania como ejemplo de la diferencia entre ser jugador y ser pieza

Tal como avanzamos el domingo pasado en este mismo programa, Ucrania camina de forma acelerada hacia la partición del país.

En las últimas 48 horas, los acontecimientos se han sucedido a una velocidad de vértigo:

- primero, efectivos militares no identificados tomaron el control del parlamento y los dos aeropuertos de Crimea, región que representa la salida al Mar Negro para Rusia.

- después, tropas rusas, que la ONU cifra ya en 15.000 efectivos, comenzaron a ser aerotransportadas hasta esa región, completando la ocupación de la misma.

- el depuesto presidente ucraniano Yanúkovich dio una rueda de prensa en Rusia para denunciar que ha sido víctima de un golpe de estado, que continúa siendo el presidente legítimo y que se ha puesto bajo la protección de Rusia.

- ayer, manifestantes pro-rusos ocuparon edificio oficiales en todas las principales ciudades del este del país e izaron la bandera rusa, con lo que el nuevo gobierno ucraniano ha perdido ya, en la práctica, el control de la zona oriental de Ucrania

- el Senado ruso autorizó ayer formalmente a Putin para que envíe tropas a Ucrania, si lo considera necesario para proteger a la población rusófona

- las autoridades de las regiones de Crimea y de la cuenca minera de Donetsk anunciaron que no reconocen al gobierno ucraniano de Kiev y que próximamente celebrarán referendos para decidir su estatus.

Lo que se ha producido, en definitiva, es una partición del país en dos zonas claramente delimitadas: una occidental, que sigue bajo control del gobierno central de Kiev, y una oriental que se ha situado, todavía de manera informal y confusa, bajo la protección de Moscú.

Ante esto, las potencias occidentales han reaccionado expresando su protesta diplomática y hace escasas horas se celebró una reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que por supuesto no ha servido para nada.

Ni Estados Unidos ni la Unión Europea van a hacer nada práctico por ayudar a Ucrania. Crimea tiene interés estratégico para Rusia y todos lo saben. Se escenificarán desencuentros, se efectuarán públicos rasgamientos de vestiduras, se harán solemnes declaraciones de apoyo a la integridad territorial de Ucrania... y Rusia se quedará igualmente con el este del país.

Nadie va a declarar la guerra a Rusia para proteger a Ucrania. A lo más que se llegará es a negociar (probablemente ya se ha hecho) algún tipo de contrapartida: manos libres a Rusia en el este de Ucrania, a cambio de manos libres a Estados Unidos en algún otro lugar. Con el tiempo lo veremos.

Ucrania ha dejado ya de existir como país unido. Y los españoles deberíamos mirar a Ucrania y extraer algunas lecciones.

La primera y fundamental lección es ésta: en el tablero de juego de la política internacional, solo caben dos papeles, el de jugador y el de pieza. Todo aquel que no puede, no quiere o no sabe ser jugador, pasa a ser una simple pieza en manos de otros jugadores. Ucrania es una simple pieza, y como tal está siendo tratada por los que juegan la partida infinita de ajedrez diplomático. Como simple pieza, Ucrania puede ser dividida, repartida o controlada. Su destino no está en sus propias manos. Y como simple pieza, no hay nadie que represente los intereses de Ucrania dentro de la partida, porque cada uno de los jugadores defiende exclusivamente los suyos propios.

Pero la segunda lección es todavía más importante. Ser actor o simple pieza depende de la calidad de la clase política que dirige un país. Ucrania es un país con una extensión y un número de habitantes similares a los de España. Es más pobre, sí, porque su Producto Interior Bruto es seis veces más pequeño que el nuestro. Pero no estamos hablando de ningún país diminuto. Ucrania, como España, no podría llegar a ser una superpotencia, pero sí que hubiera podido jugar un papel secundario independiente dentro del tablero de la diplomacia internacional. Pero una clase política corrupta, un gobierno despótico y una oposición irresponsable imposibilitaron que Ucrania pudiera defender sus intereses. Cuando los dirigentes solo persiguen sus propios intereses, los países pasan a estar a merced de lo que otros decidan fuera de sus fronteras.

¿Seremos los españoles capaces de aprender de lo que está pasando en Ucrania? ¿Seremos capaces de comprender que nadie, salvo nosotros mismos, va a velar por nuestros intereses? ¿Seremos capaces de concluir que un país solo tiene futuro, cuando se deshace de todos aquellos dirigentes que anteponen sus intereses personales a los intereses del país?

Espero que sí. Más que nada porque, de lo contrario, podríamos despertar una mañana y darnos cuenta de que alguien ha decidido por nosotros, durante la noche, cómo y cuándo nos debemos fragmentar.

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