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Todo el poder para los jóvenes

La neofobia, como su propio nombre indica, es la aversión a lo nuevo. Llevada al extremo, en algunas personas puede ser una patología, pero en realidad se trata de un mecanismo necesario y natural en muchísimas especies animales.

Por ejemplo, se ha comprobado mediante experimentos que los cuervos desarrollan la neofobia a partir de los cuatro meses de edad. Antes de eso, al cuervo le gusta explorar su entorno y aprender, pero a los cuatro meses empieza a desarrollar un miedo cada vez mayor a los cambios. Ese miedo hace que el cuervo sea extremadamente receloso ante cada novedad, y que desconfíe incluso de la comida que depositemos cerca de su nido.

En casi todas las especies animales es visible esa diferencia de comportamiento entre los cachorros, siempre dispuestos a la experimentación y a los juegos, y los adultos, mucho más apegados a las rutinas que saben que funcionan. Y, si lo piensan ustedes, es bastante lógica esa diferencia. Al nacer el animal, necesita experimentar para saber qué es lo "habitual" en su entorno; a medida que crece, va aprendiendo los comportamientos, las actividades y los trucos que le permiten sobrevivir en ese entorno concreto. Y una vez aprendido lo necesario, no necesita seguir experimentando, o por lo menos no necesita experimentar tanto. Porque el experimentar tiene sus riesgos: a veces, las equivocaciones se pagan con la vida.

Fíjense en que el mecanismo es simple, pero muy sutil. Si los animales desarrolláramos la neofobia demasiado pronto, no nos daría tiempo a aprender todo lo necesario para la lucha por la vida, ni las especies podrían adaptarse con tanta facilidad a los cambios del entorno. Por el contrario, si desarrolláramos la neofobia demasiado tarde, pasaríamos un tiempo excesivamente largo de nuestras vidas experimentando, lo que nos haría correr más peligros de los necesarios y ser menos efectivos (porque muchos experimentos fracasan). Así que cada especie animal desarrolla la neofobia de distinta manera, dependiendo de cuál sea el equilibrio de tiempos correcto para que esa especie sobreviva y evolucione.

En el caso de los hombres, la neofobia natural tiene consecuencias curiosas. Algunas son bastante obvias: todos sabemos cómo el placer de los juegos se va perdiendo con los años; o cómo, al ir envejeciendo, nos vamos aferrando cada vez más a esas rutinas que nos hacen sentirnos seguros. La próxima vez que vea a un niño haciendo el trasto, o la próxima vez que vea a su padre enfadarse porque le han alterado el horario acostumbrado, recuerde que son comportamientos que tienen más de instintivo que de voluntario: somos animales y el ciclo vital de desarrollo de la neofobia regula nuestro comportamiento.

En el terreno político y social, la neofobia es también muy visible. Los jóvenes tienden más a revolucionarios y son más abiertos a los cambios, que las personas mayores, que son más conservadoras por término medio. Y es un patrón recurrente que las revoluciones sociales y tecnológicas no terminan de consolidarse hasta que muere la generación para la que las ideas o avances subyacentes representaban una novedad.

Pero ese mecanismo animal de desarrollo de la neofobia tiene también sus limitaciones. En general, el entorno natural no cambia con demasiada rapidez, sino a lo largo de muchas generaciones, por lo que el mecanismo de la neofobia es perfectamente válido para que las especies vayan adaptándose al entorno.

¿Pero qué pasa si los cambios son demasiado rápidos? ¿Qué sucede si en el transcurso de una sola generación el entorno cambia drásticamente? Pues que los individuos que ya han desarrollado la neofobia serán menos capaces de adaptarse y estarán en desventaja, y serán los individuos jóvenes, los que aún están abiertos a la experimentación, quienes estén en mejor disposición de sobrevivir. ¿Les suena de algo el fenómeno?

Hace poco, algún antiguo responsable político se preguntaba por qué en España parece, de repente, que la sabiduría de los políticos mayores y experimentados carece de interés para todo el mundo. Y la respuesta es que no hay en ello nada personal, ni generacional, ni educativo. Es una simple aplicación del principio de la neofobia: las cosas están cambiando demasiado rápido, por lo que la opinión de los que, por mayores, ya están presos de la neofobia, tiende a ser menos útil. No solo eso: es que las rutinas aprendidas por los mayores pueden convertirse en un obstáculo para que toda la organización o grupo social se adapte. De modo que los jóvenes toman el control, como en cualquier otra época de cambios.

Es simplemente natural.

Ahora es uno de esos momento en los que es imprescindible que los que son jóvenes, al menos de espíritu, tomen el control de los acontecimientos.

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