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Timadores y timados

En noviembre de 2012, distintos medios de comunicación se hacían eco de una curiosa noticia: un ciudadano belga de 64 años residente en Amberes, y de nombre Jan, presentaba una solicitud de divorcio después de 17 años de matrimonio, tras descubrir que su esposa Mónica era, en realidad, un hombre.

En la misma línea, informa hoy Libertad Digital del escándalo que ha provocado en Estados Unidos el descubrimiento de que la directora de una conocida organización de defensa de los derechos de los negros no tenía, en realidad, nada de negra, en contra de lo que ella misma daba a entender. Han sido las declaraciones de sus padres a un medio de comunicación, detallando los orígenes alemanes y checos de esa activista, y proporcionando fotos de cuando era una niña rubia y de piel enormemente blanca, las que han puesto de manifiesto las mentiras de alguien que se presentaba de forma torticera como descendiente de esclavos afroamericanos.

Que alguien se haga pasar por lo que no es, no debería resultarnos sorprendente. La simulación existe desde antes de que existiera el ser humano. Y si no, que se lo pregunten a tantas especies animales expertas en el arte de la mímesis.

Tampoco debería resultarnos sorprendente que la caída de las máscaras provoque tantas decepciones: cuando tomas a alguien por lo que no es, lo menos que experimentas al enterarte del engaño es una cierta vergüenza, por haber sido tan tonto como para haberte dejado engañar. Porque todo engaño exige la presencia de al menos dos actores: el timador y el timado.

En el terreno político, los engaños tienen un efecto doblemente perverso. Cuando se engaña al votante, presentándose a las elecciones con un discurso, para luego hacer lo contrario, no solo se está haciendo quedar al votante como un idiota, sino que además se le está hurtando poder de decisión:

Una democracia consiste en que todos puedan presentar sus ofertas electorales y luego sean los electores, con su voto, los que decidan qué solución es la mejor. Pero si los mensajes electorales son engañosos, entonces los electores no tienen capacidad ninguna de influir: el futuro deja de decidirse en las urnas, para pasar a decidirse en los despachos, mediante cabildeo entre los supuestos representantes del pueblo.

Y eso, exactamente, es lo que ha ocurrido en Andalucía con Ciudadanos, la formación de Albert Rivera. Les pongo un ejemplo:

"Nosotros abogamos por el cierre de todas estas delegaciones y oficinas sea cual sea su misión, no porque estemos en contra de la promoción cultural, turística y empresarial de Cataluña, sino porque creemos que esa función ya la hacen, y así debe de seguir siendo, las embajadas españolas y los consulados repartidos por el mundo", decía Albert Rivera al referirse a las oficinas que la Generalidad de Cataluña tiene repartidas por el mundo.

Y su cabeza de lista a las elecciones al Parlamento Europeo, Javier Nart, declaraba el pasado 20 de abril que "las embajadas autonómicas (con Andalucía a la cabeza) son agencias de colocación".

Pues bien, ahora el partido de Albert Rivera y de Javier Nart ha firmado un acuerdo con Susana Díaz que incluye la creación de 40 oficinas de la Junta de Andalucía en el extranjero para la promoción empresarial.

Pongamos otro ejemplo:

El pasado 26 de marzo, Albert Rivera publicaba en Twitter un mensaje con el siguiente texto: "Mientras Sánchez y Díaz mantengan en sus escaños a Griñan y Chaves,imputados x los ERE,no hay nada que hablar.Votaremos NO en la investidura".

Antes, el 17 de febrero, publicaba otro tuit con el siguiente contenido: "El T.Supremo imputa a los ex presidentes de la Junta, #Chaves y #Griñan por el saqueo de los #ERE. Susana Díaz como Mas,no sabía nada...".

Pues bien, el mismo Albert Rivera que sugería que Susana Díaz conocía, como mínimo, la corrupción y la toleró; el mismo Albert Rivera que decía que votarían no a la investidura de Susana Díaz mientras Chaves y Griñán no dimitieran, ha votado ahora a favor de investir a Susana Díaz, y sin que Chaves y Griñán dimitan con carácter previo.

Eso se llama engañar a los votantes. Eso se llama hurtar a los votantes capacidad de decisión.

Eso se llama, en definitiva, robar poder a las urnas para otorgárselo a los despachos. Es decir, lo contrario de lo que debe ser una verdadera democracia.

No me hablen luego de regeneración, por favor. Son ustedes más de lo mismo.

A la vista de lo sucedido, se entiende mucho mejor el asunto de la fusión entre Ciudadanos y UPyD, ¿verdad?

¿Por qué tanto empeño en que UPyD se pusiera al servicio de Ciudadanos? Pues porque Ciudadanos era bizcochable y UPyD no lo era. Y cuando UPyD no quiso dejarse fagocitar, fue convenientemente dinamitada.

Pero, como decía al principio, en todo engaño hay al menos dos participantes: el timador y el timado. Si nos empeñamos en votar utilizando criterios absurdos, como lo bien que queda en televisión tal o cual candidato, o lo simpático o antipático que parece tal o cual político, lo más probable es que nos acaben timando.

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