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Se me ha caído un mito

Si la victoria de Trump ha servido para algo, es para que a algunos se nos caiga un mito: el de la ejemplar democracia americana. Y para poner algo de freno a nuestra manía autocrítica.

¿Quién no ha mirado alguna vez con envidia a los Estados Unidos, al contemplar los muchos defectos que tiene la democracia española? ¿Quién no ha pensado "Esto no pasaría si nuestra democracia fuera tan sólida como la estadounidense?

Y sin embargo, la elección de Trump ha hecho quitarse la careta a mucha gente y hemos descubierto, sorprendidos, que Estados Unidos padece muchos de nuestros mismos problemas.

Hemos descubierto que una parte de la izquierda americana es incapaz de aceptar un resultado electoral. Aun no ha tomado Trump posesión, y ya han intentado convocar contra él manifestaciones masivas, que fracasaron; han intentado invalidar los resultados electorales, y fracasaron también; han incitado al transfuguismo a los compromisarios electorales, y fracasaron miserablemente; han intentado convencer a los congresistas republicanos de que no certificaran los resultados, y fracasaron de nuevo. Ha habido incluso quien ha llegado a solicitar a Obama en las redes sociales que declarara la Ley Marcial para impedir la toma de posesión de Trump.

Hemos descubierto que hay actores, como Meryl Streep, capaces de convertir la entrega de los Globos de Oro en un mitin contra esa mitad de los estadounidenses que ha votado a Trump, igual que pasa aquí con nuestros Premios Goya.

Hemos descubierto que existe un sindicato de la ceja que da lecciones políticas y morales a la ciudadanía con la misma desvergüenza que nuestra progresía cultureta lo hace aquí.

Hemos descubierto que hay toda una legión de paniaguados que vive de las subvenciones y de los contratos públicos, y que se juega en cada elección miles de millones de dólares en dinero público, desde multinacionales del aborto, hasta ecolojetas climáticos, pasando por emblemáticas empresas del conglomerado militar-industrial.

Hemos descubierto que los medios de comunicación no dudan en mentir y manipular de manera consciente, a mayor gloria de la progresía, llegando incluso a publicar dossieres falsos con la hipócrita advertencia de "no hemos podido comprobar su veracidad".

Hemos descubierto que existen cloacas del estado, igual que aquí, que no dudan en intervenir en el juego político de las formas más sucias posible.

Hemos descubierto, en fin, que el abismo que existe entre la casta político-mediático-cultural y la ciudadanía de a pie es igual de grande allí que aquí. La progresía vive en su torre de marfil, ajena a la vida cotidiana de los simples mortales. Lo cual explica, entre otras cosas, por qué han perdido una elección que daban por segura.

¡Vaya! ¡Que la democracia americana no es tan diferente, en algunos aspectos, de la nuestra!

No me malinterpreten. Estoy seguro de que estamos a años luz de ellos. Pero no por el espíritu democrático, que ya vemos que es igual de deficiente allí que aquí, sino por la solidez de las instituciones. Lo que hace teóricamente mejor a la democracia americana es la existencia de los famosos "checks and balances", controles y contrapesos, que hacen que el poder esté más repartido, en vez de concentrarse en unas pocas manos.

Pero el dantesco espectáculo ofrecido en estas semanas, desde la elección de Trump, me hace poner en cuarentena incluso este aspecto. Es cierto que, hasta ahora, las instituciones americanas se han mostrado muy sólidas. Pero también es verdad que nunca antes se habían visto sometidas a un proceso de deslegitimación como el que estamos viviendo. Mostrar solidez cuando no estás sometido a tensiones desgarradoras no tiene demasiado mérito. La solidez institucional hay que demostrarla, por ejemplo, cuando de repente te encuentras con que una parte de la ciudadanía no duda en hacer apelaciones incluso al golpe de estado para dejar sin efecto un resultado electoral.

Vamos a ver qué sucede durante los próximos años. Quizá todo quede en una mera rabieta progre y las aguas vuelvan a su cauce en cuanto Trump comience a gobernar. Pero no me cabe ninguna duda de que la democracia americana va a afrontar el que quizá sea su mayor desafío interno desde la Guerra de Secesión. Y no precisamente por culpa del recién elegido presidente.

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