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¿Saben aquel que diu...?

Va un hombre al urólogo y le dice: "Doctor, doctor, todos los días hago el amor cinco veces. ¿Eso es bueno o es malo?". El doctor le mira por encima de las gafas y contesta: "Eso no es ni bueno, ni malo. Simplemente es MENTIRA".

Hoy, los sindicatos han confirmado que van a convocar una huelga general... para el próximo 29 de septiembre. En una de las cadenas de televisión progubernamentales, la presentadora le ha preguntado a los contertulios si esa huelga general era "conveniente" o "inconveniente". Ante lo cual me he quedado con ganas, como en el chiste, de que alguno le contestara a la buena señora: "Pues ni conveniente, ni inconveniente, hija. Simplemente es MENTIRA".

El problema básico al que se enfrenta el Gobierno es el de imponer una serie de recortes de salarios, una flexibilización del despido y una subida de impuestos, todo ello en una España que camina hacia los cinco millones de parados y en la que el número de familias en las que no trabaja ningún miembro supera con creces el millón. Y el Gobierno tiene que tomar esas medidas evitando que se produzca un estallido social o que el coste electoral sea demasiado alto para el Partido Socialista.

Eso implica, por supuesto, terminar de quemar a unos sindicatos ficticios que no son otra cosa que correas de transmisión que la patronal (el Estado) utiliza para sujetar a los trabajadores, para evitar sus protestas y para canalizar éstas en caso de que lleguen a producirse.

CC.OO. y UGT tienen que terminar de prestar servicio al gobierno que tan bien les paga, evitando movilizar a los trabajadores y a los parados, desactivando cualquier intento de contestación en la calle, recurriendo a las maniobras dilatorias y midiendo con un exquisito cuidado cada crítica a una política económica que consiste, en lo esencial, en exprimir un poco más a los españoles para que puedan seguir manteniéndose las diversas mamandurrias en que se apoya la estabilidad de Zapatero.

Si algo bueno está teniendo esta terrible crisis económica, es que está poniendo fin al ostentoso baile de disfraces en que se ha convertido la política española. Una tras otra, las máscaras de los invitados van cayendo, dejando ver el feo rostro de la impostura. Y el rostro que se adivina debajo de la máscara sindical tiene color amarillo.

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