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Piratería parlamentaria

Aunque solemos utilizarlas como sinónimos, las palabras 'pirata', 'corsario' y 'filibustero' no denotan exactamente lo mismo.

Los corsarios eran unidades navales que operaban en tiempo de guerra y con permiso de un gobierno. Eran unidades de mercenarios, pero cuyo comandante gozaba de plena autonomía de actuación. Operaban bajo lo que se denominaba 'patente de corso', que era la licencia por la que un gobierno autorizaba al jefe de los corsarios a atacar los buques y enclaves enemigos. Podríamos decir que se encargaban de operaciones irregulares, pero con cobertura oficial.

Los filibusteros eran también unidades mercenarias encargadas de operaciones marítimas contra buques y enclaves enemigos, pero ni operaban solo en tiempo de guerra, ni tampoco actuaban abiertamente en nombre de ningún gobierno. La propia palabra 'filibustero' proviene del holandés 'vrijbuiter', que significa ladrón. Del holandés pasó al español, y de éste al francés y al inglés. Podríamos decir que un filibustero era como un corsario, en el sentido de que se encargaba de llevar a cabo operaciones irregulares, pero sin que existiera un contrato oficial con el gobierno que se las encargaba. De ese modo, el gobierno contratista podía negar oficialmente su responsabilidad en las acciones de los filibusteros.

Los piratas, por su parte, eran unidades marítimas de salteadores que se dedicaban al pillaje y a atacar buques de cualquier bandera. Por supuesto, en infinidad de casos los gobiernos recurrían directamente a piratas para que actuaran para ellos como filibusteros o corsarios.

Para entender perfectamente la diferencia entre los tres conceptos, basta con fijarse en este detalle: en caso de ser apresado, un corsario debía ser tratado según las leyes de la guerra, como unidad militar que era. Por el contrario, a los filibusteros se los ahorcaba igual que a los piratas, puesto que no eran oficialmente unidades militares.

En el terreno político, la palabra filibusterismo se utiliza para designar los intentos de bloquear la tramitación o aprobación de una ley, aprovechando las posibilidades del reglamento de la cámara correspondiente. Generalmente, aunque no siempre, el filibusterismo implica hacer uso de la palabra durante horas, para que corran los plazos o se cierre la sesión antes de poder votar. La técnica del filibusterismo es muy vieja: uno de los primeros casos conocidos es el de Catón el Joven, que la utilizó en el año 60 a.C. contra Julio César.

Algunos casos sonados de filibusterismo son el del diputado laborista inglés John Golding, que estuvo hablando 11 horas en 1983 para tratar de bloquear una ley; o el del partido NDP canadiense, que consiguió en 2011 prolongar durante 58 horas una sesión parlamentaria; o las 137.449 enmiendas que los socialistas franceses presentaron en 2006 para tratar de bloquear la privatización parcial de una empresa pública.

En España, estamos viviendo desde el pasado 20 de diciembre una situación kafkiana, en la que la formación de gobierno se está dilatando de manera inaceptable, y cuyo último episodio ha sido la aceptación, por parte de Rajoy, del encargo de formar gobierno que el Rey le ha hecho, pero sin comprometerse a una fecha fija de investidura, ni garantizar que finalmente vaya a presentarse.

Sin embargo, sería injusto calificar de filibusterismo parlamentario lo que está ocurriendo en España. En general, el filibusterismo es una técnica que podrá parecer reprochable, pero que usa las posibilidades legales existentes en los reglamentos. Quienes usan el filibusterismo parlamentario están ejerciendo los derechos que el reglamento les da y se ajustan escrupulosamente a él.

Aquí en España, por el contrario, se están violentando todos los reglamentos. Es verdad que la Constitución no dice expresamente cuánto tiempo tiene que transcurrir entre la aceptación del encargo del Rey y la celebración de la sesión de investidura, pero se sobrentiende que no puede ser más tiempo del estrictamente necesario. Rajoy no puede aceptar hoy el encargo y dilatar la sesión de investidura hasta dentro de seis años, por ejemplo.

La actitud de los partidos, y ahora en particular la de Rajoy, está sometiendo a las instituciones a tensiones insoportables, al violentar las leyes, si no en su letra, al menos en su espíritu. Ninguna institución es capaz de soportar esa tensión mucho tiempo.

El filibusterismo parlamentario es una técnica dilatoria, sí, pero que está expresamente permitida y regulada. Lo que Rajoy está haciendo con la sesión de investidura no es filibusterismo, sino pura y simple piratería.

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