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Pablo Casado y el equilibrismo necesario

El Partido Popular inició ayer su convención, que se prolongará durante el fin de semana. Programada originalmente como un mero acto propagandístico para relanzar el partido tras la elección de Casado, la irrupción de Vox ha obligado a transformarla en un ejercicio de definición ideológica, porque el PP debe elegir cómo posicionarse con respecto al partido de Abascal.

Andalucía ha conseguido, por la fuerza de los hechos consumados, responder a la pregunta más difícil de todas: ¿colaborar con Vox o no colaborar? La única opción para acceder al gobierno de la Junta era colaborar con Vox, y lo mismo va a suceder en otras comunidades y ayuntamientos. Así que esa pregunta ya tiene su respuesta.

Queda ahora plantearse dos preguntas complementarias: ¿cómo diferenciarse de Vox y cómo parar la sangría de votos hacia Vox? Veamos cuál es la situación en este momento.

El PP tiene una desventaja con respecto a Vox: que carece de credibilidad. Ya traicionó a sus votantes cuando ganó por mayoría absoluta y algunos no lo olvidan. Hay un segmento del electorado que optaría por Vox incluso aunque el PP calcara milimétricamente el programa y el discurso de Vox. Simplemente, porque no se fían.

A cambio, el PP tiene una ventaja sobre el partido de Abascal: un segmento del electorado lo percibe como menos radical, como más moderado. Aunque coincidan con Vox en muchas cosas, esos electores optarán por el PP porque no les gusta tal o cual propuesta de Vox, o porque prefieren formas más suaves.

Entre medias de esos dos grupos de electores (los convencidos del PP y los convencidos de Vox), hay un tercer grupo, formado por personas que sienten por un lado la tentación de dar una nueva oportunidad al PP a pesar de las traiciones pero que, por otro lado, agradecen la claridad de ideas y de discurso de Vox. Es en ese grupo (al que llamaremos "electores disputados con Vox") en el que se jugará la carrera por la supremacía en la derecha.

Y a la izquierda de todos ellos hay un cuarto grupo, situado entre PP y Ciudadanos, al que no le gustan ni muchas de las propuestas de Vox, ni tampoco su discurso radical. Es en ese grupo (al que llamaremos "electores disputados con Ciudadanos") en el que se jugará la carrera por la supremacía en el centro.

Si el PP juega a diferenciarse de Abascal en cuanto a ideas y discurso, puede atraerse a los electores disputados con Ciudadanos, pero perderá los que se disputa con Vox. Es una jugada perfectamente posible, pero entonces el PP debería aceptar la posibilidad de que Vox le de el sorpasso y pase a ser el partido mayoritario en la derecha. ¿Está el PP dispuesto a ser segundo plato?

A la inversa, si el PP juega a calcar las propuestas y el discurso de Abascal, tendría una posibilidad de renunciar al electorado que se disputa con Ciudadanos a cambio de conservar la hegemonía en la derecha. Aunque esa hegemonía tampoco la tiene garantizada: solo un giro radical a la derecha, como el que efectuó Kurtz en Austria, resultaría creíble para los electores. Y los barones territoriales no le van a dejar a Casado efectuar un giro así.

Es, como ven, una situación complicada. ¿Qué puede hacer Pablo Casado? La respuesta a esa pregunta nos la da ese conocido aforismo: la política es el arte de lo posible. Planteemos la pregunta de otra manera: ¿qué cosas NO puede hacer Pablo Casado?

Casado no puede girar radicalmente a la derecha para comerse a Vox, porque su partido no le dejaría.

Casado no puede girar radicalmente hacia el centro, porque Vox adelantaría rápidamente al PP y se haría con toda la derecha.

En consecuencia, lo único que le queda a Casado es imitar a Abascal en aquello que más gusta a los electores disputados con Vox, y distanciarse de Abascal en aquello que más disgusta a los electores disputados con Ciudadanos. En otras palabras: copiar el discurso de Vox, pero con suavidad en las formas y con menos maximalismo.

El desarrollo de la negociación en Andalucía parece sugerir que esa es la intención de Casado, que ha demostrado tener cintura política en unas circunstancias muy difíciles. Si es capaz de jugar bien sus cartas, entre Vox y el PP se comerán a Ciudadanos.

Pero, para ello, Casado tendría que poner orden en su partido y acallar las voces que, desde dentro del PP, abogan por seguir manteniendo el consenso progre. ¿Dispone Casado del poder interno suficiente para hacerlo? El tiempo lo dirá.

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