Menú

Los santos inocentes

Rebuscando entre los papeles del expediente militar de mi padre, encontré un sobre azul, muy viejo. Contenía tres documentos.

El primero era una carta de un joven canario, fechada en Jaca (Huesca) el 23 de septiembre de 1937. Supongo, como luego verán, que es la última misiva que aquel joven escribió. La carta comienza así: "Mis queridos padres, me alegraré que al resivo de esta mi carta se allen gozando de una perfecta y cabal salud, que es lo que su hijo les desea. Yo bien hasta la presente, gracias a Dios". Continúa después el joven quejándose de que su madre le escribe poco y le pide que lo haga más a menudo. Cuenta a sus padres que él se encuentra bien: "Madre, aquí nosotros estamos de primera. El domingo tuvimos una fiesta en este pueblo y por la tarde ysieron un baile y estuve bailando toda la tarde. Aquí las gentes son todos muy atentos y más las muchachas, que son muy dibertidas, que son mucho más dibertidas que las de Canarias". En la carta, el joven se queja del intenso frío que hace en Jaca y le pide a su madre que le mande unos "guantes de lana, porque por la mañana no me puedo ni subir los pantalones, de las manos tan eladas como las tengo". Finalmente, manda recuerdos a familiares y conocidos, y se despide, escribiendo su dirección completa: "Jaca (Guesca), 1ª compañía, División 151, Batallón 287".

El segundo documento que contenía el sobre azul que encontré, era una copia mecanografiada y compulsada de un certificado médico expedido en el Hospital Alfonso Carlos de Pamplona, en el que se afirma que aquel joven canario falleció el 31 de enero de 1938, "a consecuencia de una bronconeumonía contraída en el frente".

El tercer documento es una instancia dirigida al Comandante General de Canarias. Dice así:

Excmo Señor

Fulano de Tal y Tal, de 70 años de edad, casado, avecindado en Teror (Gran Canaria), a Vd con el debido respeto tiene el honor de exponer.

Que habiendo fallecido mi hijo Fulano de Tal a consecuencia de enfermedad adquirida en el frente de batalla, según se acredita por el certificado de la defunción del mismo que tengo el honor de acompañar, y siendo [yo] de una edad avanzada, como indico al principio, motivo por el cual me encuentro imposibilitado para ganar el sustento necesario para mi existencia, ya que el fallecido era el que con su sueldo atendía a cubrir las necesidades expuestas, es por lo que ruego a la respetable autoridad de V E se digne concederme la gracia de que por un juez militar se me instruya el oportuno expediente de pobreza, para si en su vista se me conceda la pensión correspondiente a que se me considere acreedor, no solo por la pérdida de un hijo, sino por mi avanzada edad.

Gracia que no duda alcanzar del recto proceder de su respetable autoridad, cuya vida guarde Dios muchos años.

Las Palmas, 4 de marzo de 1938

2º Año Triunfal

¡Arriba España! ¡Viva España! ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!

a ruego por no saber [escribir]

Firma: Fulano de Tal

A la izquierda de la instancia aparece una anotación en tinta azul, con la misma fecha, y que dice: "Devuélvase esta instancia y certificado adjunto al interesado, por no concurrir en la muerte de su hijo alguna de las circunstancias del artículo tal y tal, y por tanto no procede la formación del expediente de pobreza que solicita. Firmado: el Coronel Gobernador Militar".

Ignoro por qué estaban esos documentos entre los papeles de mi padre. Quizá fueran de un familiar lejano, o de un conocido de la familia, que hubiera pedido ayuda a mi abuelo, también militar, para tramitar aquella instancia. O quizá mi padre encontró aquellos papeles en un cajón, en alguno de los destinos que ocupó. O quizá se los envió alguien por cualquier otro motivo. No lo sé. El caso es que en esas breves páginas está resumida una de tantas historias trágicas asociadas a la guerra civil española: un padre anciano cuyo único hijo muere en la guerra de neumonía y al que ni siquiera se llega a conceder una pensión.

Ayer fue el aniversario del inicio de esa guerra civil, y he querido hablarles hoy de estos documentos para rendir un pequeño homenaje a todos los que en ella lucharon y murieron, y en especial a los más olvidados de todos ellos: a los que lucharon y murieron sin querer hacerlo.

Porque cuando hablamos de los dos bandos de la guerra civil, pensamos instintivamente en españoles de uno y otro bando matándose por una serie de ideas, y olvidamos que, en realidad, muchos de los que combatieron y murieron lo hicieron sin tener la más mínima gana, simplemente porque habían sido reclutados.

Como ese joven canario que murió dejando a sus padres en la pobreza, y en cuya última carta no se encuentra la más mínima mención política. Con toda probabilidad, aquel joven luchó y murió en el bando nacional igual que podía haberlo hecho en el bando republicano, si hubiera nacido en otra parte de España. Fue a la guerra a su pesar, no porque eligiera bando. Y a su padre anciano, probablemente no le quedó ni siquiera el consuelo de pensar que su hijo había muerto defendiendo unos ideales.

Me gustaría aprovechar este aniversario de la guerra civil para elevar virtualmente una copa, en honor de todos los que murieron combatiendo en la guerra civil por sus ideas, peleando por la España en la que creían, fueran del bando que fueran. Rojos o azules, honor y gloria a esos héroes.

Pero honor y gloria también a todos esos santos inocentes que fueron a morir en una guerra que ni les iba ni les venía. Porque también ellos murieron por su patria. Aunque no quisieran hacerlo. Y aunque nadie se acuerde nunca de ellos.

Herramientas

0
comentarios