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Lo que va de Trump a Pablo Iglesias

¿Qué es lo que puede hacer que alguien valore tan negativamente al líder de Podemos y, al mismo tiempo, manifieste su disposición a votarle?

Uno de los datos más curiosos que arrojan los últimos sondeos que estamos conociendo es que Podemos conserva un suelo electoral en torno a los 50 diputados, a la vez que Pablo Iglesias es el político peor valorado, en dura lucha con Mariano Rajoy. De hecho, algún sondeo señala que Pablo Iglesias es el político peor valorado entre los votantes de su propio partido.

¿Qué es lo que puede hacer que alguien valore tan negativamente al líder de Podemos y, al mismo tiempo, manifieste su disposición a votarle? Pues está claro: el voto a la contra. Buena parte del voto de Podemos ha provenido, desde el principio, del deseo de castigar a quienes hasta ahora protagonizaban la vida política: PP y PSOE. Ante una situación que se percibía como injusta e indeseable, una parte del electorado reacciona dando una patada al tablero de juego. Y puestos a dar la patada, elige dar la patada más gorda.

Para ese elector de ideología más o menos izquierdista que está harto de determinadas taras de nuestro actual sistema, Podemos es simplemente un instrumento de desahogo. Y en ese sentido, le da igual que Pablo Iglesias sea bueno o malo, dictador o demócrata, sincero o falsario. A nadie le importa lo que piensa un martillo, que solo quieres para romper un cristal.

Desde este punto de vista, lo raro no es que se vote a Podemos, sino que se lo vote tan poquito. Ese sentimiento de "hasta aquí hemos llegado" está bastante generalizado en la sociedad española, por lo que cabría esperar que Podemos cosechara el voto de la rabia más allá de ese escuálido 17 o 18% que las encuestas arrojan. Puestos a actuar como instrumento de demolición del sistema,¿por qué es Podemos tan poco efectivo?

Y la respuesta es compleja, interviniendo en ella muchos factores distintos. Por un lado, Pablo Iglesias optó por una orientación ideológica muy sesgada. Muy al principio, las encuestas del CIS indicaban que había varios cientos de miles de votantes del PP dispuestos a apoyar a Podemos, pero la clara apuesta de Pablo Iglesias por la extrema izquierda le cerró la puerta a todo el voto de la rabia de la mitad derecha del electorado. Fue una auto-limitación buscada.

Por otro lado, el producto no da para mucho. El espectáculo cotidiano de los follones internos en el partido, o de las meteduras de pata y la picaresca en los ayuntamientos del cambio, arroja una imagen de Podemos que es más cutre que malvada. Y el voto de la rabia tolera mejor al instrumento malvado que al cutre. Lo cutre no parece suficientemente sólido como para demoler nada.

Pero hay un tercer factor que, a mi juicio, tiene también importancia: el lenguaje. Permítanme ilustrarlo con una comparación. Si se fijan Vds. en el fenómeno Trump, tiene muchas similitudes con otros populismos europeos, incluido Podemos. Lo que ha aupado a Trump es el voto de la rabia. Pero la diferencia es que Trump, después de un año de gobierno, no solo no ha perdido fuelle, sino que tiene actualmente mejores índices de aceptación que Obama a las mismas alturas del mandato. No ha defraudado a sus electores e incluso ha sido capaz de atenuar el rechazo que suscita en sus contrarios. Curiosamente, Trump sigue siendo percibido como un antisistema, a pesar de ser el presidente.

Y la clava para ello está en el lenguaje. Trump sigue hablando de la misma forma, como si fuera un campeón en lucha contra unas oscuras fuerzas que oprimen al auténtico pueblo ameericano. En cierto modo, algo de verdad puede haber en esa imagen: Trump sigue enfrentado a un establishment que ha tenido que abandonar la Casa Blanca, pero que sigue conservando mucho poder, sobre todo mediático. Pero lo de menos es si la imagen tiene algo de cierto: lo importante es que Trump ha sabido cultivarla y conservarla. Habla de manera distinta que esos rivales a los que atiza en Twitter. Podrán Vds. decir que habla como un patán, como un maleducado o como lo que quieran, pero lo importante es que, para el americano medio, resulta imposible confundir a Trump con cualquiera de sus rivales: basta oírle dos segundos o leerle un tuit.

Escuchen ahora a Pablo Iglesias y sus chicos. Hablan un lenguaje politiqués quintaesenciado, lleno de esas pausas valorativas tan estomagantes, que indican que el político está pensando como hilar la chorrada de turno. Muchas de sus frases serían intercambiables, eliminando los aspectos ideológicos, con muchas de Pedro Sánchez o incluso de Mariano Rajoy. Hablan desde la torre de marfil de los que se creen superiores al común de los votantes. Hablan de categorías políticas desconectadas de la vida real. Utilizan recursos retóricos con los que solo buscan darse importancia, aparentar solidez o exhibir su poder.

Un votante americano de la rabia puede identificarse con Trump, no a pesar, sino gracias a sus torpezas: al fin y al cabo, ¿no somos todos un poco patanes? ¿No estamos todos cargados de defectos? ¿No somos todos ridículos en muchas ocasiones? Pero es imposible identificarse con un Pablo Iglesias: él se encarga, simplemente con su lenguaje, de situarse a un nivel distinto, por encima de nosotros, el lumpen electoral.

Por eso, entre otras cosas, Pablo Iglesias ha desperdiciado todas las oportunidades que se le brindaron. Y por eso su partido irá agonizando hasta perderse en el olvido, igual que él.

No es en realidad un antisistema, sino alguien que busca ocupar él el sistema. Y la gente percibe esas cosas.

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