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Lento y rápido

Es una constante de la vida que los organismos que tienen metabolismos más lentos tienden a vivir más tiempo. Piensen, por ejemplo, en una rata, cuya vida llega apenas a los veinticuatro meses, y en una tortuga, que puede alcanzar los 200 años de edad.

Hay bacterias capaces de dividirse cada 20 minutos, lo que quiere decir que en 8 horas pueden generar 16 millones de nuevas bacterias. Sin embargo, en 2013 se descubrieron bacterias en las rocas del suelo marino con un metabolismo adaptado a las duras condiciones allí imperantes, y que solo se dividen cada diez mil años.

A lo largo de la evolución, las especies han ido eligiendo: vivir rápido, y morir rápido también, o vivir lentamente y vivir más tiempo.

Con los políticos pasa un poco lo mismo: los hay de metabolismo rápido, como Pablo Iglesias, capaz de pasar de 0 a 70 diputados en un par de años, para luego desinflarse como un suflé mal cocinado; y los hay de andares lentos, como los de los perezosos amazónicos, capaces de aferrarse al sillón de la Moncloa simulando que dormitan, mientras ven pasar los eones a su alrededor y siguen ejerciendo de presidente en funciones.

¿Cuál es la mejor estrategia? ¿La de la lenta prudencia o la de la deslumbrante y efímera llamarada de gloria? La Naturaleza tiene la respuesta: las dos. Desde el punto de vista de las especies, ambas estrategias son fructíferas.

¿Y desde el punto de vista personal? Las tortugas, como especie, no son ni más ni menos exitosas que las ratas, pero una tortuga individual puede presumir de vivir cien veces más tiempo.

“¡Un momento!”, dirá la rata. “Yo vivo cien veces menos, sí. Pero mi vida es cien veces más intensa. En mis cortos años de vida, he tenido más experiencias que la perezosa tortuga en dos siglos. He vivido al límite cada segundo, mientras la tortuga se movía a paso de tortuga por los océanos o en las playas.”

“Tal vez”, contesta la tortuga. “Pero yo he visto pasar los años mientras maduraba. He visto nacer y morir a muchos de mis depredadores, y los he sobrevivido. He experimentado cosas como los ciclos plurianuales del clima, que tú ni siquiera serías capaz de concebir”

¿Y en política? ¿Qué es mejor en política? ¿Causar un fuerte impacto en poco tiempo o tener una influencia menos brillante, pero más duradera? Suponiendo que los políticos quieran pasar a la Historia, ¿cuál es la mejor manera de hacerlo? ¿Siendo un aguacero repentino y fugaz, o siendo lluvia fina y persistente?

Probablemente la respuesta sea, como en la Naturaleza, que ambas soluciones son buenas, y que cada individuo elige la que más se adapta a su forma de ser.

El imperativo categórico kantiano es un concepto atractivo, pero lo cierto es que en las sociedades debe haber individuos de todos los tipos, igual que debe haber especies de todos los tipos en la Naturaleza.

Se podría decir que no elegimos nuestra vida, sino que es nuestra forma de ser la que la elige, en buena medida, por nosotros. Nuestra forma de ser nos impulsa a elegir ser velocistas o corredores de fondo. Y son el azar y la competencia quienes terminan decidiendo quién gana y quién pierde la partida. Aunque ganar y perder son conceptos también interpretables. Cuando Van Gogh murió, solo había vendido en su vida tres únicos cuadros; hoy, sus pinturas baten récords en las subasta de arte. ¿Fue Van Gogh un ganador o un perdedor?

Al final, como decía Rainer María Rilke a uno de sus discípulos, quizá lo importante de la vida no sean las respuestas, sino el hecho en sí de vivir las preguntas.

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