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La soberanía es dinero, estúpidos

El archipiélago de las Spratly es un conjunto de más de 750 islas, arrecifes y atolones situado en el Mar de la China Meridional, a una distancia más o menos igual de Filipinas, Vietnam y Borneo.

Las 750 islas no tienen tierra cultivable y, si exceptuamos los destacamentos militares, están completamente deshabitadas. Además, esos cientos de islas están distribuidos por una superficie oceánica ligeramente inferior a la de España, pero entre todas ellas suman un total de solo 4 kilómetros cuadrados de tierra, ciento cincuenta veces menos que lo que ocupa el ayuntamiento de Madrid.

Y, a pesar de todo, a pesar de estar deshabitadas y de no producir nada de valor, a pesar de tener una superficie total inferior a la de Gibraltar, seis países se disputan la propiedad de esas islas: China, Vietnam, Taiwan, Filipinas, Malasia y Brunei. Y se disputan esa propiedad con bastante fiereza, habiéndose producido en ocasiones enfrentamientos navales entre tropas vietnamitas y chinas, alguno de ellos con decenas de muertos. El último de esos enfrentamientos navales tuvo lugar en 2011, hace tan solo dos años.

Las disputas territoriales se han ido haciendo cada vez más agrias desde 1968, fecha en la que se descubrió por primera vez petróleo en aquella región. Los yacimientos están aún sin explotar, pero se calcula que contienen un 50% más de gas y petróleo que Kuwait, lo que convierte a las Islas Spratly en la cuarta mayor reserva mundial de hidrocarburos.

Ahora les voy a pedir a Vds que hagan un ejercicio mental: vamos a trasladarnos a 1967, un año antes del descubrimiento de petróleo en aquel archipiélago.

A algún majadero en China se le podría haber ocurrido hacer el siguiente razonamiento, que algunos majaderos hacen hoy en día en España: "¿Para qué vamos a disputar con nuestros vecinos por una serie minúscula y dispersa de islotes improductivos, que no tienen ningún tipo de recurso natural y que, en su inmensa mayoría, no sólo están deshabitados, sino que son inhabitables? ¡Demos una muestra de buena voluntad y renunciemos a nuestras pretensiones territoriales sobre las Islas Spratly!".

¿Qué habría sucedido entonces al año siguiente, al descubrirse la existencia de petróleo? Pues que China hubiera quedado definitivamente imposibilitada para reclamar la propiedad de esas islas: una vez que uno renuncia a la soberanía, ya no hay vuelta atrás. Y, por tanto, ya no habría podido pretender explotar las futuras riquezas que en esas aguas se encontraran.

Esa es una de las razones que explican el por qué de las disputas en torno a la soberanía de las tierras y las aguas. Cuando hablamos del islote de Perejil o del Peñón de Gibraltar, no estamos hablando de meros trozos de roca, sino de dinero: dinero actual o dinero futuro. Cada trozo de roca, cada brazo de mar, por minúsculo que sea, tiene un valor actual: un valor estratégico, un valor económico o un valor de ambos tipos. Pero mucho más importante que el valor actual es el valor futuro, que siempre, por definición, se desconoce. Nadie sabe qué nuevo recurso puede encontrarse mañana en donde hoy parece que no hay ninguno. Y nadie sabe qué importancia estratégica puede tener lo que hoy parece que no tiene ninguna. Y como las cesiones de soberanía no tienen una fácil vuelta atrás, ningún país serio puede permitirse renunciar, sin ningún tipo de contraprestación, a las reclamaciones de soberanía sobre un territorio. Como el caso de las Islas Spratly ejemplifica.

Existen otras dos razones para defender con uñas y dientes la soberanía sobre cualquier territorio. La primera es que, aunque consideremos que un territorio no tiene valor en sí mismo, siempre tendrá valor como moneda de cambio, para negociar en torno a otras cuestiones que para nosotros sí tengan importancia. Y la segunda razón es que la renuncia unilateral y sin contraprestaciones a la soberanía sobre un territorio manda el mensaje de que el país en cuestión es débil, por lo que su posición en cualquier otra negociación que tenga abierta con otros países pierde fuerza.

Pero, en definitiva, todas esas razones se terminan traduciendo, a la postre, en dinero. El dinero solo puede ser o de los ciudadanos de tu país, o de los ciudadanos de otros países. Y el dinero que unos ganan, otros lo pierden. O lo dejan de ganar.

Hay personas a las que parece no importarles que nunca se defiendan convenientemente nuestros intereses nacionales, ni dentro ni fuera de España. Y esas mismas personas luego se asombran de que España esté en la ruina.

Si estamos en la ruina es porque llevamos décadas gobernados por una clase política que parece no entender que entre la economía nacional y los intereses nacionales no hay ni la más mínima diferencia.

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