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La rebelión del whisky

Como todos ustedes saben, una de las causas fundamentales de la Revolución Americana que dio origen a los Estados Unidos, fueron los impuestos que el gobierno inglés aplicaba a sus colonias. Durante los 20 años anteriores a la independencia americana, la tensión en torno a esas tasas había ido creciendo, articulándose un movimiento anti-metrópoli que usaba, como uno de sus lemas, la famosa frase: "Sin representación, no hay impuestos": No taxation without representation.

Aquel lema reflejaba el hecho de que los habitantes de los Estados Unidos no estaban representados en el parlamento británico, que era quien definía los impuestos a pagar. Y consideraban inaceptable que aquel parlamento, en el cual no tenían ni voz ni voto, pudiera decidir cuánto tenían que pagar ellos.

Diez años después de acabada la guerra de la independencia americana, y siendo presidente de los Estados Unidos George Washington, se produjo otra rebelión mucho menos conocida y también motivada por los impuestos: la rebelión del whisky.

Los granjeros de Pensilvania solían emplear el grano sobrante de las cosechas para hacer whisky casero, que luego se utilizaba como medio de pago y de trueque. Y el nuevo gobierno federal de los EE.UU., nacido dos años antes, decidió imponer una tasa a los destiladores, lo que hizo que rápidamente creciera la tensión, usando argumentos parecidos a los empleados durante la revolución contra Inglaterra: ¿quién se creía que era ese gobierno federal de George Washington para aplicar impuestos en un estado?

En julio de 1794, 500 hombres armados asaltaron la casa del recaudador de impuestos del gobierno federal, y Washington tuvo que enviar un ejército de 13.000 hombres a reprimir el conato de rebelión armada.

Las hostilidades no fueron más allá, y el episodio fue, de hecho, beneficioso para la nueva nación. En la práctica, el nuevo impuesto demostró ser difícil de recaudar, el fraude era altísimo y esa tasa sería finalmente abolida, tan solo nueve años después de promulgada. Pero la rebelión del whisky y su rápido aplastamiento consagraron el derecho del gobierno federal a establecer impuestos, más allá de los definidos por cada estado de la Unión, y consagraron también el derecho del gobierno federal a usar la fuerza para imponer sus decisiones democráticamente tomadas.

Aunque lo interesante fueron las consecuencias sobre el debate ideológico de la época, que contribuyeron a formar el espíritu de la Nación. Habiéndose aprobado recientemente la Constitución americana, no existía aún un consenso real en torno a los principios fundamentales. Así, los federalistas, con George Washington a la cabeza, defendían que el gobierno elegido democráticamente era soberano, y por tanto las acciones radicales de protesta contra el gobierno democrático eran inadmisibles.

Por el contrario, los republicanos, opuestos a los federalistas, consideraban que la soberanía residía colectivamente en el pueblo, no en el gobierno, y que el pueblo tenía el derecho a desafiar al gobierno, o incluso a derribarlo, por medios extraconstitucionales.

¿Les suena el debate? Miren a su alrededor y verán a políticos animando a incrementar la presión en la calle contra el gobierno, y a otros políticos que descalifican las manifestaciones, como si fueran poco menos que un golpe de estado. Nada nuevo bajo el sol.

Al final, aquel debate se zanjó como se suelen zanjar estos debates en una verdadera democracia, definiendo un punto medio mediante el sentido común: ni un gobierno electo tiene derecho a hacer lo que le dé la gana por el simple hecho de ser electo, ni los ciudadanos pueden recurrir a cualquier procedimiento para derribar un gobierno que no les gusta.

Los republicanos (que eran los populistas de la época) aceptaron que el gobierno federal tenía derecho a imponer sus decisiones incluso por la fuerza, y que los ciudadanos estaban obligados a acatar las leyes. Los federalistas (que eran los elitistas de por aquel entonces) aceptaron, por su parte, que la ciudadanía tenía derecho a protestar pacíficamente contra las decisiones del gobierno, y que los derechos de reunión y de manifestación eran consustanciales al funcionamiento democrático.

Todavía tendrían que pasar algunos años más para que otros derechos básicos, como la libertad de expresión, quedaran suficientemente protegidos, pero los cimientos de la actual democracia americana fraguaron en torno a aquella rebelión del whisky, motivada por los impuestos del gobierno federal.

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