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La parábola de El sirviente

Joseph Losey fue uno de tantos directores de cine americanos que sufrió la persecución macartista en la década de 1950.

De simpatías abiertamente izquierdistas, se había unido en secreto al Partido Comunista en 1946, y cuando un testigo mencionó su nombre en la primavera de 1951 ante el Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso, decidió no esperar a que le llamaran a declarar a él y huyó con su familia a Europa, donde continuó con su carrera cinematográfica.

En 1954, cayó en sus manos una novela corta de Robin Maugham, el sobrino de Somerset Maugham. La novela se titulaba "El sirviente" y a Joseph Losey le pareció extraordinaria como base para una película, así que se la mandó a su buen amigo, el actor Dirk Bogarde.

El proyecto tardaría 8 años en ver la luz, pero finalmente, Losey y Bogarde terminarían alumbrando una de las mejores, y más inquietantes, películas de todos los tiempos.

El film, en el que Dirk Bogarde hace una de las mejores interpretaciones de su carrera, narra la historia de Tony, un acaudalado señorito inglés que contrata un mayordomo para que se ocupe de todo.

Al principio, las cosas parecen marchar correctamente: el mayordomo, interpretado por Dirk Bogarde, es eficiente y suple con su trabajo, su saber estar y su atención al detalle la indolencia de su señor. Pero, poco a poco, Bogarde comienza a hacer sentir su voluntad. El primer aviso se produce cuando tiene un enfrentamiento con la novia de Tony y logra al final imponer su criterio con respecto a la presencia de flores en la casa. Un detalle nimio, pero que marca el inicio del drama.

A partir de ahí, el sirviente comienza a prevalerse cada vez más de las debilidades de su amo, alentando sus pequeñas miserias, fomentando sus vicios ocultos, ofreciéndose diligentemente a hacerse cargo de todo, mientras toma calladamente el control. Hasta que el sirviente consigue convertirse en el verdadero señor de un amo que ha quedado reducido a una viciosa sombra de sí mismo.

No les cuento cómo acaba la película. Si no la han visto, véanla, porque merece la pena. Y si la han visto, vuelvan a verla.

Se trata de una película poliédrica, que se puede interpretar de múltiples formas. Algunos han querido ver en ella un simple retrato de la decadencia del sistema de clases inglés. Para otros, es una alegoría del ascenso del fascismo. Pero "El sirviente" tiene, a mi parecer, una lectura mucho más interesante, porque refleja a la perfección el peligro que acecha a las democracias cuando quienes tienen encomendada su protección - es decir, los servicios de información - toman el control de manera subrepticia.

Como en la película, en España hemos vivido un lento, pero continuado, proceso de degradación, en el que el sirviente - las cloacas del Estado - ha ido poco a poco tomando el control, hasta apoderarse de la casa entera.

Aprovechando la indolencia de la clase política, alentando sus pequeñas miserias, fomentando sus vicios ocultos y sus corrupciones, ofreciéndose diligentemente a hacerse cargo de todo y a taparlo todo, las cloacas del estado son, hoy en día, dueñas del país.

Porque cada cosa que se tapa queda, por supuesto, convenientemente anotada.

No hay actor de la escena política sobre el que paso de los años no haya permitido acumular en los cajones una inmensa cantidad de dossieres, prestos para esgrimirlos contra aquel que interese, cuando interese. Los escándalos que conocemos son solo la punta del iceberg, lo que se suele mostrar como ejemplo para que los destinatarios entiendan que no pueden actuar por libre.

Y yo lo que me pregunto es: ¿cuántas acciones y actitudes incomprensibles para la ciudadanía, se deben en realidad a que muchos de nuestros representantes, muchos de los que ocupan puestos en la administración de Justicia o en el Estado, no pueden hacer otra cosa que la que hacen, por miedo a los dossieres reales o ficticios que se puedan esgrimir contra ellos?

Por eso es más necesario que nunca hacer limpieza en las urnas: para por lo menos sustituir a quienes hoy ocupan puestos de responsabilidad, por otras personas sobre las que aún no haya dado tiempo a acumular dossieres que les aten las manos.

Solo de esa manera podremos reemplazar a los actuales y decadentes señoritos por otros jefes que no tengan miedo de despedir al siniestro sirviente.

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