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La insoportable levedad de Sánchez

Da igual que la talla de Rajoy como político sea más bien escasa. Rodeado de enanos, como está, parece un gigante.

La última incorporación a su colección de miniopositores es un Sánchez que en solo una semana ya ha dejado claro que, si no daba la talla antes de las primarias, tampoco la da después.

No es cuestión de que adopte tal o cual postura. Es la forma de adoptar esas posturas lo que arruina cualquier posibilidad que Sánchez tenga. Alguien que aspira a jugar un papel en la política no puede actuar con semejante frivolidad.

Tomemos el ejemplo del CETA. Yo personalmente estoy en contra del tratado de libre comercio con Canadá, por las mismas razones que estaba en contra del TTIP: fundamentalmente, porque me parece que sitúa a las grandes empresas por encima del control democrático de los estados. Y sin embargo, estoy escandalizado con la forma en que Sánchez se ha comportado en este aspecto. Porque lo que queda claro es que Sánchez no está ni en contra ni a favor del tratado: le da todo igual. Hoy muestra su oposición al tratado como una pose, con la misma facilidad con que mañana podría manifestarse a favor. Lejos de razonar una postura, lejos de obligar al PSOE a debatir seriamente sobre una cuestión que es importante, Sánchez se levanta una mañana y sorprende a sus compañeros, al gobierno español y a las autoridades europeas, cambiando su postura sobre el CETA con la misma naturalidad con que uno podría cambiar de ropa interior.

¿Para qué sopesar argumentos? ¿Para qué justificar de manera profesional la decisión aceptada? ¿Para qué explicar con razones contundentes un cambio de postura de tanta importancia? Sánchez decide que toca aparentar oposición al tratado y lo suelta a través de las redes sociales, pillando con el pie cambiado a todos sus compañeros.

Y podríamos decir tres cuartos de lo mismo con la cuestión de la estructura territorial del estado. Con el agravante de que, si la falta de seriedad sobre cualquier tema importante es inaceptable en todo político, la falta de seriedad en lo que respecta a la propia definición de la nación incapacita a alguien para dirigir un país. ¿Cómo vas a presidir España, si ni siquiera sabes lo que es?

Y de nuevo, el problema no es la postura, sino la frivolidad. Se puede ser partidario de un estado centralista, autonómico, federal o confederal. Pero Sánchez no es partidario de nada. Lo mismo sale con una kilométrica bandera de España en un mitin, que habla de realidades plurinacionales sin explicar siquiera qué son. La razón, sustituida por el gesto. El argumento, sustituido por la ocurrencia. Utiliza palabras como plurinacionalidad sin molestarse siquiera en dotarlas de significado. Envía a colaboradores indocumentados a programas de radio para que hagan el ridículo hablando de Baviera o de Bolivia. Y hace comulgar al PSOE con ruedas de molino que, a la postre, resultan ser cuadradas.

Sánchez no es un peligro. Es simplemente un lelo. Ha visto a Donald Trump usar las redes para hacer política, teniendo en contra a todos los medios, y se ha creído que para ser Trump basta con soltar ocurrencias por Twitter. Ha visto a Pablo Iglesias quitar votos al PSOE adoptando posturas antisistema, y se ha creído que para ser Pablo Iglesias basta con epatar al personal con propuestas aparentemente rompedoras. Sánchez confunde los medios con el fin. Y lo único que consigue dejar claro es que carece de principios.

Un político puede tener ideas buenas o malas, ideas perjudiciales o beneficiosas. La bondad y la maldad, lo perjudicial y lo beneficioso, dependen de lo que cada elector quiera juzgar, y siempre habrá un público, más grande o más pequeño, que compre cada postura. Lo que no puede un político es dejar tan claro como Sánchez que no tiene idea ninguna, que todo es postureo fugaz, que lo mismo le da ocho que ochenta.

La falta de profesionalidad de Sánchez es escandalosa. Da perpetuamente la impresión de estar jugando a la política como quien juega al Monopoly. El pensamiento más profundo que ha sido capaz de alumbrar es el de "No es no". Si no estuviéramos hablando de temas graves, de conceptos que afectan a la economía de millones de familias o que han teñido de sangre Europa en infinidad de ocasiones, ver a Sánchez haciendo el saltimbanqui sería para partirse de la risa. Pero el caso es que son temas graves, y uno esperaría que todo político los abordara con un mínimo de seriedad. Por respeto a los electores y por respeto a sí mismo.

Pero Sánchez no respeta ni a Sánchez. Cosa, por otro lado, bastante comprensible, viendo al personaje.

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