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¿Huir o luchar?

En 1949, cuatro años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, la Orquesta Sinfónica de Chicago contrató como director al que probablemente fuera el más famoso y mejor director de todo el siglo XX, el alemán Wilhelm Fürtwangler. Sin embargo, la amenaza de boicot de músicos como Arturo Toscanini, Isaac Stern, Vladimir Horowitz o Arthur Rubinstein forzó a la orquesta a rescindir el contrato. Aquellos músicos no perdonaban a Fürtwangler que, en vez de huir de Alemania como tantos otros músicos, hubiera permanecido allí, legitimando con su presencia y su prestigio al régimen nazi.

Sin embargo, lo cierto es que Fürtwangler no solo no era nazi, sino que se enfrentó al régimen nazi con un coraje que pocos fueron capaces de mostrar. Jamás se afilió al partido, a pesar de las presiones para hacerlo. Se negó a efectuar el saludo nazi o a interpretar el himno nazi en todos los conciertos, a pesar de las órdenes. Escribió cartas públicas en una fecha tan temprana como 1933, denunciando la depuración de músicos judíos y pidiendo a Goebbels que cesara. Cedió su salario como director de orquesta a alemanes exiliados, cada vez que efectuó una gira por el exterior de Alemania. Se enfrentó a Hitler en más de una ocasión, llegando a calificarle públicamente de "enemigo de la raza humana".

La Gestapo pidió más de una vez que Fürtwangler fuera depurado, por su defensa de los músicos y compositores judíos, por su rebeldía y por sus críticas al régimen nazi. Pero Hitler y Goebbels prefirieron tolerar aquella indisciplina de Fürtwangler, para evitar que se exiliara y poder así seguir presumiendo de tener en Alemania a un auténtico icono de la música, al mejor director de orquesta del mundo.

Los nazis utilizaron el hecho de que Fürtwangler se quedara en Alemania con fines propagandísticos, es verdad. Pero Fürtwangler jugó también con ellos, aprovechando la situación con ocasionales concesiones para conseguir, por ejemplo, que no se disolviera la Filarmónica de Viena, a pesar de los deseos de Hitler; para conseguir que se liberara al sobrino del director de orquesta Fritz Zweig del campo de concentración de Dachau; para proteger a músicos judíos como Arnold Schoenberg o para ayudar a muchos otros a escapar de la Alemania nazi.

Por eso, al acabar la guerra, en los procesos de desnazificación, Fürtwangler fue absuelto de todo cargo de colaboración con el régimen. Pocas personas podrían presumir, como él, de haberle gritado a Hitler a la cara, y de haber sido amenazado por el propio Hitler en persona con enviarle a él mismo a un campo de concentración, si continuaba negándose a colaborar con el régimen.

Es verdad, como decía al principio, que músicos como Arturo Toscanini, Isaac Stern, Vladimir Horowitz o Arthur Rubinstein promovieron el boicot contra Fürtwangler tras la guerra. Pero también es cierto que otros músicos judíos, como Yehudi Menuhin, Arnold Schoenberg o Nathan Milstein, salieron en su defensa. Los primeros no le perdonaban que decidiera permanecer en la Alemania nazi. Los segundos le agradecían lo que pudo hacer, jugándose la vida, al permanecer en aquella Alemania sometida al yugo de un régimen criminal y enloquecido.

Fürtwangler nunca fue nazi. Lo que sí fue es un patriota alemán, que amaba a su país y a la música, y que intentó hacer lo que pudo para remediar el mal que veía a su alrededor.

¿Ustedes qué hubieran hecho? ¿Emigrar o quedarse? ¿Denunciar desde el exterior los horrores del régimen o intentar desde el interior atenuar aquellos horrores?

Sea como sea, lo que sí quedará de Fürtwangler son dos cosas: el hecho de que fue uno de los mejores directores de orquesta de la Historia, si no el mejor; y las palabras de agradecimiento de las personas a las que consiguió salvar.

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