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Gustav Mahler y la dirección de orquesta

Además de un compositor genial, Gustav Mahler fue uno de los mejores directores de orquesta de su época. Sus interpretaciones de óperas de Mozart y de Wagner eran memorables por su calidad musical, además de tener una puesta en escena bastante innovadora para aquellos tiempos.

Como director de orquesta, Gustav Mahler era un auténtico tirano, un déspota. Obligaba a los músicos y a los cantantes, por muy divos que fueran, a repetir cuantas veces hiciera falta en los ensayos, hasta que el resultado final satisfacía sus exigencias. Le importa un comino si los músicos estaban acostumbrados a otra forma de interpretar una determinada obra: él tenía su visión de cada pieza y quería que todo saliera perfecto y según sus gustos. Esa inflexibilidad, combinada con su vanguardismo escénico y con el antisemitismo de la época (porque Mahler era judío), le llevó a tener que afrontar más de un conato de rebelión en su orquesta.

No solo era exigente con los miembros de la orquesta, sino también con el público. Para Mahler, la música lo era todo, así que despreciaba profundamente a esa parte del público que asistía a los conciertos, no por amor a la música, sino por mera convención social. No soportaba a la alta sociedad vienesa que iba a la ópera o un concierto tan solo para ver y dejarse ver, en lugar de para escuchar y disfrutar de la música.

Y no vacilaba Mahler en maltratar cuanto podía a ese sector del público. Por ejemplo, si la gente se ponía nerviosa, y empezaba a carraspear o a agitarse en su asiento mientras la orquesta interpretaba un movimiento lento de alguna sinfonía, muchos directores habrían caído en la tentación de tocar un poco más rápido para que la gente no se aburriera. Pero Mahler no: lo que hacía él en esas circunstancias era ralentizar todavía más el ritmo. El no estaba en el estrado para entretener a ningún bobo sin oído musical, sino que tocaba para aquellos que amaban la música tanto como él.

Déspota con los músicos, inflexible con los cantantes, implacable con la audiencia... Como ven ustedes, Mahler era, como director, auténticamente insoportable. Sin embargo, aunque los músicos le odiaban profunda y sinceramente durante los ensayos, nadie podía dejar de admirar el resultado final. Mahler era un perfeccionista: componer e interpretar música era su vida, y aquello se palpaba en cada nueva obra estrenada bajo su dirección.

El caso de Mahler plantea una pregunta interesante: ¿puede alguien ser un perfecto cretino desde el punto el vista personal y, al mismo tiempo, un director de orquesta maravilloso? La respuesta es, por supuesto, que sí. Pero lo importante de la cuestión es que, al final, el que ese despotismo sea perdonable o no, depende del resultado. En el caso de Mahler, da igual cómo tratara a los músicos o al público, porque el resultado era excelente. Se podía permitir no andarse con contemplaciones porque era un genio de la interpretación.

Y eso que se aplica a aquel director de orquesta llamado Gustav Mahler, vale para todos los órdenes de la vida. Por ejemplo, la misión de un político no es ser amable, ni simpático, ni compasivo, ni divertido. La misión de un político es... hacer política. Si sus resultados son excelentes, un político puede permitirse ser antipático, maleducado, distante o aburrido. Pero la condición previa inexcusable para que todo eso se le perdone es... que sus resultados sean excelentes. Si sus resultados son malos, entonces esas carencias se convierten en un arma arrojadiza contra él.

¿Hubiera podido Mahler ser más amable con aquellos que le rodeaban y continuar dirigiendo la orquesta igual de bien? Pues no lo sé, pero si hubiera hecho el esfuerzo de empatizar un poco más con los que le rodeaban, hubiera tenido menos conflictos en su vida. Y no creo que la calidad musical de sus interpretaciones hubiera descendido mucho.

Y eso que vale para Mahler, es doblemente cierto en el caso de la política. Porque los resultados, en política, dependen de la capacidad de convencer. Y no cabe ninguna duda de que se convence mucho mejor a la gente si ésta siente que empatizas con ella, que si la tratas con desprecio o con distancia.

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