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El hombre más rico del mundo

Ayer, un español, Amancio Ortega, se situó por primera vez en la Historia como el hombre más rico del mundo, por delante de Bill Gates, según la clasificación que elabora la revista Forbes.

Amancio Ortega comenzó a trabajar como dependiente a los 14 años. Fue en 1963 cuando fundó en Galicia su primera compañía y en 1975 creó Zara, su empresa más conocida. Su expansión internacional comenzó 24 años después, cuando Zara abrió una tienda en Nueva York. Hoy, el imperio empresarial de Amancio Ortega se extiende a los cinco continentes y se calcula que su fortuna asciende a unos 70.000 millones de euros.

Hasta ayer, todos podíamos mirar a Bill Gates y sentir envidia de un país, Estados Unidos, en el que la iniciativa empresarial puede llevarte a ser el hombre más rico del planeta. Hoy, podemos mirar a nuestro alrededor, a España, y darnos cuenta de que vivimos en un país maravilloso, en el que la iniciativa personal, el esfuerzo y la visión comercial pueden también llevarte a ser el hombre más rico del mundo.

Hay dos diferencias fundamentales, sin embargo, entre Bill Gates y Amancio Ortega, que se traducen en dos diferencias entre España y Estados Unidos. En el caso de Bill Gates, el fundador de Microsoft jamás se ha recatado de aparecer en público; es un hombre extraordinariamente mediático. Amancio Ortega, por el contrario, ha huido siempre de los focos. Y la razón es, probablemente, que en Estados Unidos la riqueza se admira de manera generalizada, mientras que en España aún hay gente (afortunadamente cada vez menos) que, en vez de admirar la riqueza y el éxito, los envidia de manera visceral.

La segunda diferencia tiene que ver con la relación con las administraciones públicas. En Estados Unidos, la administración tiene muchas deficiencias, como en todas partes: burocracia, despilfarro... pero las empresas pueden relacionarse comercialmente con la administración sin morir o anquilosarse en el intento. Y aunque Bill Gates ha dirigido sus esfuerzos al mercado de consumo, sus productos son de uso común tanto fuera de la administración, como dentro de ella. Amancio Ortega, por el contrario, ha desarrollado siempre su actividad empresarial alejado del contacto con la administración. y eso es lo que le ha permitido desarrollar sin trabas sus empresas. Si hubiera decidido convertirse en proveedor de la administración, probablemente habría acabado siendo un empresario de medio pelo más, porque en España la administración es toxica, y une a la burocracia y el despilfarro una tendencia desmedida hacia la corrupción y, sobre todo, hacia la falta de sentido común.

Y quizá sea esa la lección fundamental de la historia de Amancio Ortega: siendo español, y operando desde España, te puedes hacer inmensamente rico, siempre que procures relacionarte lo mínimo imprescindible con las administraciones, y siempre que seas capaz de pasar desapercibido el máximo de tiempo posible, para evitar las zancadillas de tanto mediocre envidioso y acomplejado.

Sea como sea, hoy podemos sentirnos un poco más orgullosos de nuestro país, capaz de destacar en tantas cosas, no gracias a la eficacia de nuestra clase dirigente, sino al esfuerzo individual de tantos españoles.

Los españoles tenemos muchos defectos, como todo el mundo, pero somos capaces de dar personas tremendamente trabajadoras, tremendamente sacrificadas, tremendamente innovadoras y tremendamente prácticas.

Si tuviéramos una clase política, una clase dirigente, capaz de encauzar con sensatez y amor a su país todo ese potencial que los españoles individuales atesoran, nos comíamos el mundo.

Vaya desde aquí mi admiración, mi felicitación y mi agradecimiento a don Amancio Ortega. Con el deseo de que sirva de ejemplo y de que en el futuro surjan muchos más amancios ortegas en España.

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