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El corazón en una caja de plomo

Si yo les pregunto quién era el general Campi, lo más probable es que la mayoría de ustedes no haya oído hablar nunca de él.

Nacido en Ajaccio, como Napoleón, Toussaint Campi participó en casi todas las campañas del Emperador, salvo en la rusa. Peleó en numerosas batallas y fue herido en muchas de ellas, incluyendo la de los Arapiles. Permaneció siempre fiel a Bonaparte, luchando de su lado hasta la derrota final en Waterloo.

Era un hombre valiente, a quien se distinguió con la Legión de Honor y que terminó sus días en Lyon, en 1832, como teniente general, al mando de la 7ª División. Su nombre está inscrito en el lado este del Arco del Triunfo de París.

Pero, en realidad, Toussaint Campi no fue nadie especial. Se trata tan solo de uno más de los generales napoleónicos, uno entre tantos. Su nombre no ha pasado a la Historia asociado a ninguna hazaña en particular, así que no es extraño que ninguno de ustedes haya oído hablar nunca de él.

Tan solo hay un detalle que hace especial al General Campi.

Si han estado ustedes en Paris, quizá hayan tenido la oportunidad de visitar las catacumbas, de las que ya les he hablado en alguna ocasión. Allí se trasladaron, desde principios del siglo XIX, los restos de todos los parisinos muertos a lo largo de los siglos. Allí yacen sus huesos, catalogados y primorosamente ordenados por parroquias.

Y en uno de los pilares de una de las cámaras de ese cementerio subterráneo, hay un pequeño nicho de piedra que alberga una caja de plomo con forma de corazón. Y en esa caja de plomo se encuentra el corazón embalsamado del General Campi. Una inscripción en la pared muestra que aquel corazón fue depositado en el nicho de piedra en 1894, sesenta y dos años después de muerto el general.

No tengo ni idea de qué azares del destino llevaron al corazón embalsamado de Campi a acabar en ese nicho de piedra, pero lo cierto es que ese oscuro general ocupa ahora un lugar de honor entre los seis millones de almas anónimas que las catacumbas de Paris albergan. Y los visitantes tienen la oportunidad de ver en los folletos que una vez existió alguien llamado General Campi. Y, aunque no sepan quién fue, al menos saben que allí está su corazón. Y algunos de ellos se molestarán en tratar de averiguar algo más del propietario de ese corazón embalsamado.

Ayer, en Palma de Mallorca, la Infanta Cristina se sometió al interrogatorio del juez Castro, en relación con las actividades del Instituto Noos y la empresa Aizoon. El interrogatorio dio de sí lo que cabía esperar: nada de nada, porque la Infanta pasó el trance amparándose en sus derechos constitucionales, en la confianza que tenía en su marido y en su aparente o real falta de memoria. Pero esa comparecencia dejó la imagen de una mujer agotada, a la que el corazón llevó en su día a casarse con alguien que no ha resultado ser el hombre más honesto del mundo.

De no ser por las andanzas de su marido, la Infanta Cristina habría pasado a la Historia como un apunte más a pie de página: una entre tantas hijas de reyes cuyo nombre nadie recordaría dentro de un siglo. Pero los azares de la fortuna han hecho que esa oscuridad a la que estaba destinada haya quedado negada para siempre, porque ya nadie podrá desligar su nombre de la imagen de esa mujer que ayer bajaba la rampa de un juzgado en calidad de imputada.

Dentro de un siglo, nadie se acordará de quién era exactamente Urdagarín, ni de cómo era o qué pensaba la Infanta, de la misma manera que nadie sabe hoy, si no se molesta en buscarlo, quién fue o dónde luchó aquel paisano de Napoleón llamado Toussaint Campi.

Pero, termine como termine el caso Noos, ya nadie podrá evitar que los párrafos dedicados al reinado de Juan Carlos en los libros de Historia, incluyan una referencia a la implicación de su hija en una trama de corrupción. Probablemente no llegue a ser procesada, pero será imposible de borrar la estampa de una infanta sometida a las preguntas de un juez.

Todo aquél visitante futuro que se asome a ese cementerio llamado Historia, en el que yacen los restos de tantas ambiciones inútiles y anónimas, podrá encontrar allí, en un lugar destacado, el corazón de una mujer llamada Cristina, embalsamado ayer por la codicia de su marido y la torpeza de tanto cortesano. Y puede que algunos de esos futuros visitantes se tomen la molestia de intentar averiguar quién fue aquella Cristina cuyo corazón quedó así congelado.

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