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El árbol del sabio arrepentido

El 23 de abril de 1644, el emperador Chongzen, el último de la Dinastía Ming, reunió por última vez a sus ministros. Todos conocían ya las noticias de que un victorioso ejército de campesinos y soldados hambrientos se aproximaba a la capital. Los intentos de negociación habían sido en vano.

Al día siguiente de despachar con su gabinete, el emperador reunió a su familia, excepción hecha de sus hijos, y les ordenó que se quitaran la vida. Después, él mismo fue caminando hasta el parque situado en el exterior de la Ciudad Prohibida y se ahorcó en un árbol. La nota que dejó a los pies del mismo decía: “Muero triste y avergonzado, incapaz de mirar a la cara a mis ancestros en el otro mundo. Que los rebeldes desmembren mi cuerpo y exterminen a mis oficiales, pero que no profanen las tumbas imperiales, ni hagan daño a mi pueblo”.

Aquel árbol del que se ahorcó el último emperador Ming fue bautizado con el nombre de “árbol del sabio arrepentido”, y durante los siguientes trescientos años los habitantes de Pekín pudieron contemplar ese ejemplar de falsa acacia japonesa y meditar sobre lo efímero del poder. El árbol fue arrancado durante la Revolución Cultural puesta en marcha por Mao Tse Tung. Hoy en día, ese mismo parque de Pekín alberga una réplica del árbol, plantada tras la muerte del dictador comunista.

Los seres humanos tendemos a pensar que la Historia ha nacido con nosotros. Sabemos que existe un pasado, pero lo interpretamos de acuerdo con nuestra limitada visión del mundo y nuestros particulares juicios morales. Sabemos también que existe un futuro, pero creemos que estará basado en los mismos conceptos y que se enfrentará a los mismos problemas a los que nosotros nos enfrentamos. Nos resulta difícil asumir que la sociedad que conocemos nació hace relativamente poco, con la Revolución Industrial, y que no durará mucho. La Revolución de las Comunicaciones está acabando con ese mundo que conocemos para sustituirlo por otro, que se parecerá tanto al nuestro como el nuestro se parece a la Europa preindustrial.

Esa Dinastía Ming de la que Chongzen fue el último emperador duró casi trescientos años. Mucho tiempo, sin duda. Pero menos de lo que duró el propio árbol del que se ahorcó Chongzen. Probablemente los súbditos de los Ming pensaban que su dinastía sería eterna o que, si otra la sustituía, en poco se diferenciaría de sus predecesoras. Pero las sociedades cambian, y las formas de gobierno, por muy eternas que parezcan, terminan colapsando. Y alumbrando mundos nuevos, con ideologías, conceptos y valoraciones morales distintos. Y que se tienen que enfrentar a problemas que nada tienen que ver con los que conocemos.

Si hoy miramos a nuestro alrededor, vemos que las piezas del puzzle comienzan a no encajar, que la maquinaria chirría. Populismos en ascenso, clases políticas desacreditadas, conceptos como el de izquierda-derecha que se han hecho obsoletos... Hablando de él, recordemos que el de izquierda-derecha es un concepto que nació con la Revolución Francesa. Nació hace trescientos años y está ya dando muestras de senilidad.

¿Hacia qué futuro nos encaminamos? Quizá un futuro a lo suizo, en el que exista una mayor participación directa de la gente en los asuntos de gobierno. La tecnología lo permite, desde luego. O tal vez nos encaminemos hacia un despotismo burocrático, hacia una dictadura encubierta o descubierta, que utilice esa misma tecnología para reforzar el control de una élite sobre la población.

No sabemos hacia dónde nos encaminamos, pero de lo que sí estamos seguros es de que nos estamos moviendo. Y de que los problemas a los que se enfrentarán los seres humanos dentro de dos o tres generaciones no tendrán nada que ver con aquellos que hoy nos preocupan. Se hablará quizá de cosas como de la selección genética artificial, y de la colonización del sistema solar, y de la terraformación de nuestro planeta. Lo que desde luego no variará es lo efímero de esos problemas. Nacerán, se considerarán fundamentales durante un tiempo y terminarán pasando a la Historia, al verse sustituidos por otros. Y con ellos morirán los regímenes políticos y las formas de organización social que en ellos se basen. Porque el mundo se mueve.

Hoy tenemos la ventaja, sin embargo, de tener a nuestro alcance más información que nunca. Quizá eso nos permita encarar el futuro con menos traumas que nuestros antepasados. Quizá podamos transitar de un modelo de sociedad a otro sin demasiadas catástrofes.

La tecnología nos permite hoy en día ser más sabios. Y el sentido común quizá nos permita también arrepentirnos de nuestros errores y corregirlos, sin necesidad de colgarnos de ningún árbol emblemático.

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