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Donald Trump y los sastres del emperador

El 30 de noviembre de 2015, el día en que se inauguraba la Cumbre del Clima en la que se firmaría el Acuerdo de París, el periódico El País ofrecía un titular enormemente revelador: "150 mandatarios ensayan la gobernanza mundial del clima". Quédense con esas dos palabras: gobernanza mundial.

No se dejen engañar: el Acuerdo de París no perseguía acabar con ningún calentamiento global generado por el hombre, porque no es verdad que la Tierra se esté calentando por nuestra culpa. Lo que se perseguía con ese acuerdo eran dos cosas mucho más importantes: dinero y poder.

En primer lugar, y yendo de menos a más importante, todo el cuento anticientífico del calentamiento global mueve mucho dinero. Robar a la gente por la cara resulta difícil, porque a ninguno nos gusta que nos roben, pero métele miedo a la gente y estará encantada de darte su dinero para que les protejas de los peligros, sean estos reales o inventados. La figura del brujo de la tribu, que vive a costa de todos a cambio de protegerlos contra la ira de los dioses es tan vieja como la propia Humanidad. Para que se hagan Vds. una idea, solo en 2017, Obama introdujo partidas sobre el calentamiento global en los presupuestos de los Estados Unidos por valor de 13.800 millones de dólares. Dos BILLONES de pesetas dedicados en un solo año a subvenciones, chollos y burocracia, con la excusa del calentamiento global. Y eso es el chocolate del loro. Como cuenta hoy Diego de la Cruz en Libertad Digital, la Unión Europea gastará en los próximos años 600.000 millones de euros anuales al hilo del Acuerdo de París.

No es de extrañar que algunos reaccionen siempre de forma tan virulenta cuando alguien se atreve a señalar que lo del calentamiento global es una seudociencia: imagine que fuera Vd. uno de los que se forran con esa inmensidad de dinero público gastado con el rollo del calentamiento global. ¿No intentaría Vd. por todos los medios silenciar a cualquiera que se atreviese a denunciar la estafa?

Pero, con todo, la razón más importante para firmar el Acuerdo de París no era el dinero que se mueve de forma directa, sino eso a lo que hacía referencia con el titular de El País: el poder. El Acuerdo de París ha sido un ensayo general de eso que denominan eufemísticamente "gobernanza mudial", y que no es otra cosa que la entrega del poder a una coalición difusa de políticos y grandes empresarios para tomar decisiones a nivel global sin el más mínimo control democrático. Con el Acuerdo de París, quienes mueven los hilos de la economía mundial han llevado a cabo un ensayo general, tratando de ver hasta dónde es capaz la gente de renunciar a su propia libertad (y de entregar la capacidad de decisión a una oligarquía selecta) si se le mete el miedo suficiente en el cuerpo.

Es por eso que resulta tan buena noticia la decisión de Trump de dejar de respaldar el Acuerdo de París. Primero, porque eso significará que se podrá acabar con tantos chollos y liberar mucho dinero para dedicarlo a cosas productivas. Pero aún más importante es el hecho de que se frustran, de momento, los intentos de implantar esa "gobernanza mundial", ajena a cualquier control democrático, con la que nos llevan amenazando ya unos cuantos años.

La única pena es que el dinero que algunos han trincado ya a cuenta del rollo del calentamiento global, no lo van a devolver nunca. Cuando recibió el Premio Nobel en 2007, Al Gore pronosticó solemnemente que el hielo ártico desaparecería en 2014. Por supuesto, no ha desaparecido, pero que le digan a Al Gore ahora que devuelva los millones que se ha embolsado a cuenta de ejercer de brujo de la tribu y realizar predicciones agoreras: las carcajadas se podrían oír desde Estocolmo.

Mis respetos hacia Trump. Es el primer mandatario que se ha atrevido a decir claramente que el emperador climático está desnudo. Ahora, todos los sastres del emperador le están poniendo a bajar de un burro. Es normal: cuando vives de fabricar trajes imaginarios y alguien te arruina el negocio, no te suele sentar muy bien.

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