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Cuba y la doctrina Estrada

¿Tiene derecho un país a imponer por la fuerza la democracia en otro? ¿Tiene derecho a imponer a otro país el respeto a los derechos humanos? Por ejemplo: ¿tiene derecho la comunidad internacional, o un subconjunto de la misma, a derrocar por la fuerza al gobierno dictatorial cubano o al régimen islamista de Arabia Saudí?

La Doctrina Estrada, elaborada por el diplomático mexicano del mismo nombre a principios del siglo XX, establece que las relaciones entre países se rigen por tres principios:

1) libre determinación de los pueblos (es decir, cada país se gobierna como quiere)

2) resolución pacífica de los conflictos y

3) no injerencia en los asuntos internos de otro país.

La Doctrina Estrada implicaría, por tanto, que nadie tiene derecho a intervenir en Cuba o Arabia Saudí, puesto que eso sería una injerencia en los asuntos internos de otros países, que tienen derecho a organizarse como quieran.

Hasta cierto punto, la ONU se rige por la Doctrina Estrada: de Naciones Unidas forman parte casi todos los países, sean democracias o dictaduras. No se impone, para pertenecer a la ONU, ningún requisito sobre formas de gobierno, ni tampoco se exige aceptar la Declaración de los Derechos Humanos. Y digo hasta cierto punto, porque sin embargo, la ONU sí que se reserva el derecho de autorizar intervenciones en determinados países.

En la práctica, la política internacional no se rige por la Doctrina Estrada, sino por los intereses de cada país y por el pragmatismo. Y claro que se producen intervenciones en los asuntos internos de otros países, cuando se quiere y cuando se puede. Todos ustedes recordarán, por ejemplo, cómo se hizo caer el régimen del apartheid en Sudáfrica, gracias a un boicot económico internacional. Y no creo que a nadie le parezca mal aquella injerencia en los asuntos internos sudafricanos, que no pretendía otra cosa que obligar a respetar la no discriminación por razón de raza.

Pero entonces, ¿cuándo se puede intervenir y cuándo no? ¿Por qué se intervino para acabar con la discriminación por raza en Sudáfrica y no se interviene para acabar con la discriminación por razón de sexo en Arabia Saudí? Pues porque, como he dicho antes, se interviene cuando se quiere y cuando se puede.

Si no se interviene en Arabia Saudí para imponer el respeto a las mujeres es porque no se quiere: los petrodólares saudíes pesan mucho. Si no se interviene en Corea del Norte para acabar con un régimen al que las propias Naciones Unidas califican de genocida es porque no se puede: el respaldo de China impide intervenir.

Será cínico, será hipócrita, será lo que ustedes quieran, pero las relaciones internacionales son así: no están sujetas a las mismas normas que las relaciones entre personas dentro de un mismo país. Las relaciones internacionales están basadas en los intereses, en el pragmatismo y en el balance de fuerzas existente.

Volviendo al principio del editorial, ¿tiene Estados Unidos derecho a intervenir en asuntos internos cubanos para imponer la democracia? La respuesta a esta pregunta es que la pregunta está mal planteada: ningún país tiene derecho a nada, en lo que respecta a las relaciones con otros países. Lo único que tiene son intereses y la capacidad, o no, de imponerlos.

Si Estados Unidos o la Unión Europea quieren impulsar la democracia en Cuba, o en cualquier otro país, pueden hacerlo. Y tienen muchas opciones para ello: trabajar discretamente para que se produzca una transición democrática; o presionar abiertamente para que la dictadura caiga; o decretar un boicot económico a la sudafricana; o incluso intervenir militarmente. Pero cada opción tiene sus costes asociados y sus riesgos, y cuanto más radical es la opción, más se hace necesario dotarse de legitimidad ante la comunidad internacional, con el fin de aparentar tener razón. Una forma de dotarse de legitimidad, por ejemplo, es que la ONU avale esa injerencia en los asuntos internos de otro país.

En el caso concreto de Cuba, nadie está dispuesto hoy en día a ir a la guerra para imponer la democracia en la isla, pero es mucho lo que se puede hacer combinando la diplomacia con la presión económica. Y si nos olvidamos por un momento del cinismo de las relaciones internacionales y pensamos en los cubanos individuales, creo que la mayoría estaríamos de acuerdo en que sería bueno que la comunidad internacional consiguiera que los ciudadanos de Cuba gocen por fin de libertad. Esperemos que el nuevo gobierno americano consiga arrancar de Raúl Castro las concesiones que el gobierno de Obama no logró obtener.

Y sí, tienen razón todos aquellos que dicen que resulta cínico ese tratamiento a Cuba: ¿por qué imponer la democracia en Cuba y no en Arabia Saudí, en China o en Rusia? Efectivamente, no existe un por qué. O mejor dicho, sí existe, pero vestido del cinismo propio de las relaciones internacionales: como antes decía, solo se interviene en un país cuando se quiere y cuando se puede. En Arabia Saudí no se quiere; en Rusia o en China no se puede. Si quieren ustedes decir que eso es inmoral, adelante. Si quieren ustedes calificarlo como hipócrita, tendrán toda la razón. Si quieren sentir repugnancia ante esa doble, triple o cuádruple vara de medir, están en su derecho de sentirla.

Pero nada de lo que ustedes sientan cambia tampoco la consideración moral fundamental: independientemente de lo que pase en Arabia Saudí, en China o en Rusia, los cubanos estarán mejor si gozan de libertad, que si siguen sometidos a la dictadura. Por tanto, existiendo una buena causa para tratar de que la dictadura cubana desaparezca, las únicas preguntas pertinentes son: "¿queremos y podemos intervenir en Cuba?" y "¿cuál es la mejor forma de hacerlo?".

Y creo que la respuesta es que merece la pena intentar, mediante una combinación de diplomacia, presiones e incentivos, que en Cuba se alcance la libertad de manera pacífica y no traumática. Yo quiero para Cuba lo mismo que en España tuvimos: una transición modélica. Aunque algunos se empeñen ahora en negar la evidencia de que, con aquella transición democrática, fuimos un ejemplo para el mundo.

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