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Congreso Extraordinario de UPyD

Ayer se celebró en Madrid el Congreso Extraordinario de UPyD, en el que la formación magenta eligió a Gorka Maneiro, actual parlamentario vasco, como líder del nuevo Consejo de Dirección.

Por mucho que a algunos les pese, UPyD sigue viva. Y coleando. Casi la mitad de los 1800 militantes del partido participaron ayer en un proceso de elección en el que concurrían dos candidaturas alternativas, que no enfrentadas. En el congreso tomaron la palabra numerosos de esos cargos públicos o simples militantes de base, que expresaron el compromiso con los principios fundacionales de UPyD, que se podrían resumir en la lucha por la igualdad y libertad de todos los españoles.

Tuve el honor de ser invitado a intervenir en ese Congreso, junto con otros amigos de UPyD y representantes de la sociedad civil. Y lo que les dije a los asistentes es, básicamente:

1) que debían sentirse enormemente orgullosos al ver la enorme cantidad de recursos materiales, humanos y propagandísticos que ha habido que utilizar para tratar de destruir UPyD. Si la altura de las personas y de las organizaciones se mide por la cantidad y calidad de sus enemigos, la altura de UPyD era y es extraordinaria.

2) que debían sentirse doblemente orgullosos porque, a pesar de la asombrosa potencia de fuego que ha habido que enfocar sobre UPyD para tratar de neutralizarla, UPyD ha resistido. Es cierto que las últimas elecciones tumbaron al partido magenta en la lona, pero ni UPyD está noqueada, ni tampoco está dispuesta a tirar la toalla. Puede que se termine perdiendo el combate, pero el combate aún no ha concluido.

3) que en estos momentos es más necesaria que nunca la presencia de UPyD, porque por primera vez en nuestra historia democrática no hay ningún partido con representación parlamentaria que tenga el compromiso de defender seriamente (no con simple palabrería) la Nación.

y 4) que la democracia española está muy enferma y España necesita desesperadamente un partido de izquierda nacional que luche por erradicar la corrupción, que todo lo pervierte, y el nacionalismo, que todo lo destruye.

Y lo que vi en esos asistentes al Congreso Extraordinario a los que tuve el placer de dirigirme, fue el entusiasmo de quienes saben que no pueden hacer otra cosa que defender causas justas y la determinación de seguir adelante. Aprendiendo de los errores, pero con la cabeza bien alta. Fernando Savater, que también intervino en la reunión, lo resumió perfectamente: a los que militan o han militado en UPyD les cabe el privilegio (a diferencia de otros partidos) de poder confesar esa militancia sin sentirse avergonzados.

La verdad es que salí con muy buenas sensaciones de la reunión de ayer. Porque vi mucha gente dispuesta a dar la batalla, y sabedora de que muchas guerras se ganan contra todo pronóstico, si se lucha lo suficiente. Y sabedora también de que, aunque se pierda esa batalla, la obligación de todos los que aman a España es ponérselo lo más difícil posible a los enemigos de la libertad y de la igualdad.

Cuando volvía hacia casa, me quedé pensando en esa enorme capacidad de destrucción que nuestra casta política fue capaz de concitar contra UPyD, por cometer el pecado de luchar contra la corrupción y contra quienes quieren destruir España. Y me vino a la mente una pregunta: ¿cómo sería España hoy, si toda esa capacidad de destrucción hubiera sido dirigida, no contra UPyD, sino contra los nacionalistas que pretenden destruir la Constitución que garantiza nuestra convivencia?

¿Se imaginan que todo ese empeño en destruir UPyD se hubiera puesto en destruir a los partidos separatistas?

Y, por supuesto, la conclusión desoladora es que estamos gobernados por una casta política que ha demostrado estar dispuesta a hacer todo lo que sea necesario para destruir a quienes defienden la Nación, en vez de destruir a los que la atacan.

Y por eso es necesario acabar con esa casta política, antes de que ella acabe con los españoles.

Y por eso hacen más falta que nunca partidos como UPyD.

Comienza el segundo asalto. Y muchos estaremos ahí para ayudar, en la medida de nuestras fuerzas, a quienes están dispuestos a dejarse la piel por España.

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