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Concierto de investidura para dos cornetas y tambor

Hola, me llamo Pablo Iglesias. Y como mi pretensión es fagocitar al PSOE (igual que hice antes con Izquierda Unida) con el fin de convertirme en la fuerza hegemónica de la izquierda, me salto los más elementales usos de la cortesía y le suelto un órdago a Pedro Sánchez tras salir de hablar con el Rey. Y le pongo al líder socialista encima de la mesa una propuesta de gobierno, con el fin de que el PSOE me entregue el poder. Y si no me lo entrega y rechaza la propuesta, quedará retratado como un colaborador de la derecha y me entregará el monopolio de la oposición.

Hola, me llamo Mariano Rajoy. Y como mi pretensión es mantenerme en el cargo a toda costa, me salto los usos de las sesiones de investidura y le digo al Rey a última hora que no me presento. Así me ahorro el varapalo de no ser elegido presidente y evito que en mi partido alguien pida mi cabeza. Y le pongo la pelota en el tejado al tontaina de Pedro Sánchez y juego a que se estrelle y a convocar elecciones, en las que quizá podría mejorar mis resultados. O quizá no. Llueve mucho.

Hola, me llamo Pedro Sánchez. Y como Susana Díaz me está royendo los zancajos en mi propio partido y no tengo la mayoría en el Comité Federal, me salto los usos de la democracia representativa y convoco una consulta no vinculante a la militancia, para que ésta me autorice a pactar con quienes el Comité Federal no quiere que pacte. Porque mi única posibilidad de sobrevivir es llegar a La Moncloa. O presidente, o nada.

Así que aquí andamos, queridos oyentes. Creando una situación más y mas imposible, a medida que cada tahúr farolero sube la apuesta del tahúr anterior. Y en el camino nos vamos cargando los usos normales y poniendo a las instituciones en un compromiso cada vez mayor.

Están impidiendo al Rey nominar a un candidato. Están impidiendo al Congreso elegir un presidente de gobierno. Están impidiendo a la gente votar, dilatando los plazos. Y nos movemos ya en un terreno constitucionalmente inexplorado, que revela que no hay límites para la permanencia de un gobierno en funciones. Nada en las leyes impide, por ejemplo, que estemos cuatro años sin celebrar una sesión de investidura.

¿Recuerdan Vds. la película Guateque, de Blake Edwards? En ella, Peter Sellers interpreta a un actor secundario de origen hindú que trata de abrirse camino en Hollywood. La película se inicia con una memorable escena en la que ese actor hindú, que hace de corneta de un regimiento británico, cae acribillado a balazos por los rebeldes. Pero como su papel le parece muy corto, vuelve a levantarse, con la corneta pegada a los labios, y sigue tocando. Al final, después de matarlo varias veces sin que nunca deje de tocar la corneta, terminan todos – tanto británicos como rebeldes – disparando a aquel sujeto que se resiste a desaparecer de la escena.

Pues aquí en España, Rajoy y Sánchez se han aferrado a su corneta respectiva y andan tocando el trompetín por las esquinas, sin terminar de aceptar que, según el guión, hace tiempo que están muertos. Y todos, amigos y enemigos a la vez, disparan fuego graneado sobre los dos cornetas, sin conseguir que se callen. Mientras tanto, Pablo Iglesias sigue convocando a sus huestes para tomar el cielo por asalto, disfrazado de Don Nicanor Tocando el Tambor.

Y entre los dos cornetistas y la matraca del tambor, el resultado es una algarabía brutal, una barahúnda terrible, en la que resulta imposible entender lo que nadie dice y lo que nadie quiere.

Y en la que resulta imposible oír que la gente está pidiendo a gritos, por caridad, algunos hombres justos que piensen en su país, antes que en ellos mismos o en su partido.

La pregunta es dónde están esos hombres justos. Y si existen.

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