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Algunos mitos sobre la democracia interna

Ayer se reunió el Consejo Político de UPyD para debatir la propuesta de la dirección en la que se detallan las condiciones para cualquier pacto político. El resultado de la votación (110 votos a favor y 4 en contra) pone de manifiesto que el supuesto "sector crítico" de UPyD es tan exiguo que casi ni existe. Pero, sea como fuere, el caso es que se han plasmado negro sobre blanco los requisitos para una eventual alianza con Ciudadanos, y ahora la pelota está sobre el tejado de Albert Rivera, que tendrá que mojarse y aclarar si su formación está dispuesta, por ejemplo, a pedir que se elimine el Cupo Vasco o que se devuelvan las competencias de Educación al Estado.

Se cierra así, de momento, un flanco por el que se ha castigado duramente a UPyD en los últimos días. Pero este episodio resulta muy aleccionador, porque permite desmontar una serie de mitos con respecto a la tan cacareada democracia interna de los partidos.

La democracia interna, por mucho que algunos se empeñen, no consiste en que cada miembro del partido defienda públicamente posturas contrapuestas. La democracia interna consiste, únicamente, en que el partido elija a sus dirigentes, adopte sus decisiones y elabore sus programas de manera democrática. Pero una vez nombrado un dirigente, tomada una decisión o confeccionado un programa, todos los miembros del partido están obligados a respaldar públicamente lo que mayoritariamente se ha aprobado. O, cuando menos, a callarse de cara al exterior.

Porque el partido, por encima de todo, tiene una obligación para con sus votantes: si el partido se ha comprometido con los electores, por ejemplo, a cerrar las televisiones públicas, no puede ningún miembro del partido salir a la palestra y decir que las televisiones públicas son imprescindibles. Porque hacer eso, además de constituir una falta de respeto para con sus compañeros de partido (que han aprobado mayoritariamente otra cosa), constituye una falta de respeto al votante, que decide su voto en función de las posturas que el partido adopta públicamente.

Veamos un ejemplo muy claro: cuando el Partido Popular concurre a las elecciones de 2011 con un programa electoral en el que figura la modificación de la ley de aborto libre de Zapatero, los votantes toman sus decisiones de voto en función de ese programa. Por tanto, no puede luego llegar una Celia Villalobos a decir que no está de acuerdo con que el gobierno de Rajoy modifique esa ley. Ese tipo de pronunciamientos contra el programa electoral no son un ejercicio de democracia interna, sino una estafa al votante, que demuestra el nulo respeto de Celia Villalobos por sus electores: si no estás de acuerdo con el programa electoral del partido, y no estás dispuesta a acatarlo, no te presentes a las elecciones, que nadie te obliga a asumir el inmenso "sacrificio" de ser diputado. Pero si aceptas ir en las listas, te callas y acatas, porque los electores te han votado de acuerdo con un programa electoral. Puedes luchar dentro del partido para cambiar los postulados políticos del mismo, pero lo que no puedes es tocar públicamente las narices a tus votantes, que tienen derecho a no ser confundidos ni mareados con declaraciones contradictorias, que solo enturbian los debates ideológicos.

De la misma manera que un gobierno debe hablar con una sola voz de los problemas que afectan a los ciudadanos, porque no sería de recibo que cada ministro diera recetas contradictorias en público, también los partidos (que no son sino aspirantes a gobierno) deben hablar con una sola voz. Por eso, en general, las propuestas hay que plantearlas en el seno del partido. Y es en el seno del partido donde se debaten, y donde se aceptan o rechazan.

Solo en el caso de que los mecanismos de decisión internos no funcionen, se tiene derecho a discrepar públicamente del partido. Si se te impide antirreglamentariamente plantear una propuesta o defender una postura, puedes denunciar públicamente el hecho. O si el partido incumple su propio programa electoral, tienes derecho a denunciar que no se está respetando lo acordado internamente. Fuera de eso, estás obligado, como militante o como cargo electo, a acatar lo que la mayoría del partido haya decidido. Porque eso es la democracia interna: proponer, debatir, decidir...y respetar lo decidido.

Quienes se dedican a brujulear por los medios poniendo verde a su partido, o llevando públicamente la contraria a lo que la mayoría del partido ha decidido, se comportan (desde el punto de vista conceptual) exactamente igual que quienes pretenden "ganar en la calle" lo que las urnas le han negado. La democracia exige respetar lo que la mayoría ha votado. Si no te gusta lo que tu partido ha decidido, luchas internamente por cambiarlo. O te largas a otro partido. O fundas el tuyo propio. Pero no des la plasta, muchacho.

En realidad, todo esto de las corrientes, los sectores críticos y las voces discordantes, es algo que los propios partidos mayoritarios han promovido de forma consciente, porque les permite jugar a la permanente ambigüedad. Un ejemplo bastante escandaloso es el del PSC, pero pasa en todos los partidos: en lugar de adoptar decisiones claras, expresarlas de forma clara y defenderlas de forma clara, los socialistas catalanes se dedican a lanzar mensajes contrapuestos, buscando dirigirse a todos los tipos de electores al mismo tiempo: a los independentistas, a los no independentistas y a los mediopensionistas.

Y eso es una estafa inaceptable al votante, porque le hurta poder de decisión y pervierte el mecanismo democrático: si un partido defiende todas las posturas al mismo tiempo, el elector no "decide" nada al darle su voto, sino que son los órganos internos del partido los que luego optan en cada momento por la postura que les da la gana, con total desprecio a lo que el votante piense.

Si queremos una democracia de calidad, debemos empezar a diferenciar los conceptos y a distinguir lo que es democracia interna y lo que solo es barullo. A los partidos hay que exigirles, por encima de todo, que hablen con una sola voz, adopten posturas claras y luego las respeten, para que así podamos ser nosotros, los votantes, quienes decidamos qué se hace, entregando nuestro voto a un partido o a otro en función, precisamente, de esas posturas.

Lejos de alabar a quienes se dedican a contradecir sistemáticamente en público a su propio partido, lo que deberíamos hacer es afear la conducta a los que, con esa actitud, demuestran muy poco respeto por las decisiones internas democráticamente adoptadas, y menos respeto aún por los votantes, que tenemos derecho a saber, con toda exactitud, qué defiende cada partido, para así poder votar de manera informada.

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