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Alfredo Pérez Rubalcaba

Conocí a Alfredo Pérez Rubalcaba hace 33 años. Por aquella época, yo era delegado de alumnos en la Universidad Politécnica de Madrid y él, Secretario de Educación en el gobierno de Felipe González. Coincidimos a raíz de un debate televisivo con motivo de las huelgas estudiantiles que se celebraron en vísperas del referéndum de la OTAN.

En aquel debate, Rubalcaba monopolizó el micrófono y apenas nos dejó hablar a los representantes estudiantiles, así que a la salida, me encaré con él y le reproché su actitud. Rubalcaba soltó una carcajada y me contestó: "Los políticos tenemos que ser prepotentes, jajaja".

He visto con bastante rubor, y todavía más hastío, los perfiles hagiográficos que casi todos los medios han dedicado a Rubalcaba a raíz de su fallecimiento. Parece que se hubiera muerto un estadista, un padre de la patria, cuando Rubalcaba ha sido uno de los personajes más dañinos de nuestro panorama político.

Con la aprobación de la LOGSE en su etapa de Secretario de Estado de Educación, Rubalcaba contribuyó decisivamente a sentar las bases para la visible degradación de la calidad educativa en nuestro país.

Durante la etapa de gobierno de José María Aznar, fue Rubalcaba el que se encargó de negociar el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo con el PP, mientras su compañero de partido, Jesús Eguiguren negociaba simultáneamente con ETA.

Como ministro de Interior del gobierno de Zapatero, y como vicepresidente después, Rubalcaba contribuyó a la ocultación de la autoría de los atentados del 11-M y a vender a la opinión pública española la filfa de la derrota de ETA.

Mientras él estaba en el ministerio de Interior, la cloaca policial campó a sus anchas, como había campado antes de Rubalcaba y como seguiría campando después de él.

Mientras él ocupó puestos en los que controlaba los servicios de información de Policía y Guardia Civil, su partido político se enfrascó en la construcción de macrotramas de corrupción, por ejemplo en Andalucía, cuya envergadura era tal que es imposible que le pasaran desapercibidas.

Rubalcaba era alguien que no tenía problemas en decir, en un off-the-record con los periodistas, las mayores maldades sobre otros políticos, incluidos los de su propio partido. Era maquiavélico, intrigante y capaz de soltar las mayores mentiras sin ni siquiera ruborizarse.

No. Ni Rubalcaba era un estadista, ni tenía nada de buena persona.

Y sin embargo, para ser justos, al lado de innumerables defectos tenía también algunas llamativas virtudes. Era inteligente, además de astuto. Era trabajador y eficaz. Era un gran profesional de la política, aunque usara esa profesionalidad para el mal. Y era, hasta donde yo sé, honrado a nivel personal.

Hay cuatro clases de políticos: a la mayoría, lo único que les gusta de la política son las prebendas asociadas, el lucro personal y la ostentación; esos son los mediocres. Hay otros políticos que buscan utilizar el poder para conseguir fines ideológicos: Julio Anguita sería un ejemplo. Un tercer tipo de político es aquel, como Felipe González, que lo que busca es el placer asociado al ejercicio en sí del poder. Alfredo Pérez Rubalcaba pertenecía a un cuarto tipo, bastante raro: aquellos políticos a los que les atrae la propia contienda política. Si hubiera sido militar, no habría disfrutado ni de los desfiles triunfales ni de la propia victoria: disfrutaría en mitad del fragor de la batalla.

Jamás he conseguido saber qué ideología tenía Rubalcaba. De hecho, tiendo a pensar que no tenía ninguna. Pero, en conjunto, era mejor político que casi todos los demás servidores públicos que nos toca hoy sufrir.

Ni Rubalcaba fue un estadista, ni fue tampoco una buena persona. Lo mejor que se puede decir de él es…que no era lo peor del Partido Socialista. Ni de nuestra clase política.

Creo incluso que hubiera sido un gran vasallo si hubiera tenido otros señores.

Descanse en paz.

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